Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Los claroscuros de Jacobo
Zabludovsky terminó la carrera. Llegó a la meta. Su barco atracó en el puerto terminal. Fue enterrado su cuerpo. Mañana empezarán a olvidarlo todos los que convivieron con él. Ése es el último capítulo de la historia: el olvido.
Pero el judío de la Merced vivió como un gran reportero, un watchdog, durmiendo con los ojos abiertos y las orejas alerta, con las contradicciones del periodismo humano, como todo lo humano, contradictorio.
Desde la Hora Nescafé, pasando por 24 Horas y Eco, un periodismo a modo de los poderosos, a modo de los Soldados del Presidente, comandados por Emilio Azcárraga Vidaurreta, El Tigre; a modo del presidente en turno.
Pero de luminosos destellos periodísticos, como aquella inmediata trasmisión, desde su auto, de la gran tragedia del gran terremoto de las siete de la mañana del 19 de septiembre de 1985, estando yo de día de asueto de mi trabajo en Imevisión, con aquella dama del buen periodismo, Sara Moirón.
Y las grandiosas entrevistas con los grandes personajes que hacen historia, en la farándula, en las artes, en las ciencias, en la política. El triunfo de los barbones de Sierra Maestra. Su entrada triunfal a La Habana en día de fiesta.
El periodismo que se practica por amor, por vocación, pero por pura necesidad humana. Porque hay que vivir. Porque hay que mantener una familia.
Mas no todo es oscuro en este trashumante caminar de la locura de la vida, en esta batahola de abatimientos, naceres y renaceres de las historias individuales y colectivas. Del periodismo humano.
Llega la hora de la liberación para todo ser humano, hasta para los esclavizados. Y muchos periodistas estuvimos esclavizados por nuestra propia historia, por nuestros propios amos emocionales, por nuestros fantasmas, por nuestros emos, por nuestros dioses morales, inmorales, amorales. (Ahora prefiero los amorales, porque la moral es tan relativa, entre el catecismo de Ripalda, la Imitación de Cristo o el Manual de Carreño, aquel que advierte que todas las mañanas, al levantarse de la cama, hay que asear a la bestia, que puede entenderse como que hay que cepillarse los dientes.
Y Jacobo asumió su papel de periodista sin ataduras, sin compromisos ideológicos y económicos. Un periodismo periodismo. Porque el otro, el de Televisa, más que periodismo fue, es actualmente con mayor fuerza y más generalizado, propaganda, manipulación que tiene el poder hasta de fabricar presidentes.
La radio, a la que llegó al quiebre de José Gutiérrez Vivó, representó para Jacobo la oportunidad de oro que no se le dio en la televisión. Hacer periodismo libre. Libre, sí. Sin ataduras.
En la televisión hizo el periodismo que nunca le gustó en el fondo de su corazón. Periodismo a modo de los poderosos. Y le va a sonar muy duro, pero es la verdad: periodismo para idiotas aunque con luminosos destellos del periodismo que en el fondo del alma buscaba practicar.
Ahora, con un micrófono frente a sus labios, en el silencio del estudio radiofónico, Jacobo se encontró a sí mismo. Renació con él el amor por la verdad, por el análisis, por la crítica, por ese darle voz a los que no tienen el poder. Y lo reflejó en sus artículos de opinión publicados semana a semana en las páginas editoriales de El Universal.
Jacobo Zabludovsky, pues, es la imagen del periodismo humano, de lo humano en el periodismo. Y a mí todo lo humano, hasta lo considerado pecaminoso por los moralistas de la religión, me interesa profundamente, y lo práctico. Como que a estas alturas de la historia van siendo ciertas aquellas palabras del antimoralista, o amoralista potosino: la moral ¿es un árbol de moras?
Y la conclusión es que aquí no hay más que de dos sopas:
O periodismo, periodismo, que es el que cuenta la historia de la realidad, la neta de la historia, con sus asegunes, con sus contradicciones, con las injusticias de los poderosos, con el sufrimiento de los desheredados, excluidos, explotados, robados, maltratados, utilizados.
O periodismo a modo de los poderosos, de los Azcárraga, de los salinas, de los de la alta clase política – los Peña Nieto, los Osorio Chong, los Videgaray Caso, los Montiel, los Salinas, los… y hasta los Cárdenas Solórzano, o Los Chuchos, o los López Obrador -. Este periodismo, más que periodismo, es propaganda. Lo que llamo: periodismo para idiotas.
Jacobo Zabludovsky ya no puede hablarnos del periodismo integral, del periodismo a modo y del periodismo verdadero. Pero practicó ambos. Muchos. Todos los periodistas lo hacemos. Hasta los que se consideran incorruptibles, puros como la virgen maría. Tampoco un periodista de verdad puede ser activista de nada porque también se hace propagandista.
Descanse en paz el hombre, el periodista que ahora vive debajo de la tierra, como dice mi paisano Jaime Sabines. El gran, el contradictorio, el periodista humano – humanum est errare -: Jacobo Zabludovsky, judío de La Merced. Le encantaba presumir de La Merced.
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