Descomplicado
El Dragón atizó la especulación
Pasada la media noche, ya siendo lunes 24 de agosto, me despertó la BB con el reporte de la estrepitosa caída de la bolsa de valores de Beijing, que desató la furia del miedo y ocasionó la caída del resto de los mercados mundiales, empezando, las bolsas asiáticas, las europeas, el rublo, Wall Street, vértigo que obviamente repercutió en la bolsa mexicana, que prácticamente se hundió con una bajada de 7 puntos porcentuales.
Era lo que este escribido esperaba desde hace tiempo. El principio de otra gran crisis de la que hablamos en este mismo espacio hace alrededor de un año, una crisis que no va a soportar ni dios padre. Se veía venir. La magia del dragón empezó su desvanecimiento. Y las economías emergentes, quizá con el gigante de los bies de barro, Brasil, se mostraron tal cual son, un grupo de países que no encuentran aún su destino y que mantienen legiones de seres humanos en la pobreza y el desempleo.
El mercado bursátil mexicano no soportó la sicológica presión del comportamiento de las finanzas mundiales – éste escribidor tampoco aguantó la desvelada que le provocaron los chinos casi durante toda la noche -, lo que demostró que la economía local sigue por los suelos, y no podrá levantar cabeza ni yendo a bailar a Chalma y menos con los movimientos planeados y ejecutados por los seudoeconomistas de Hacienda y el Banco de México.
Ha de usted saber que el mercado bursátil es, en toda economía, el más preciso termómetro o medidor del comportamiento de la economía, debido a que en él compiten los jugadores más importantes de los sectores productivos más importantes del aparato económico.
Así, las cosas en el mundo feliz de los millonarios se pusieron color de hormiga. El dólar rebasó los 17 pesos por unidad. Por la mañana se vendió hasta en 17.45 y cerró la jornada en 17.36 pesos, por la brutal especulación de los tenedores de dólares, alimentada por la fallida estrategia del banco central de prácticamente derramar al viento millones de dólares dizque para equilibrar el mercado de cambios.
Las cosas se pudieron de tal manera nerviosas que el instituto bancario central inició la semana, la última de agosto, con una subasta extraordinaria de 200 millones de dólares, que inmediatamente fueron a parar a las cuentas de los especuladores. En la jornada uno una enorme demanda de dólares que ascendió a aproximadamente 640 millones que no satisfizo el banco insignia.
Grave la situación de la economía mundial, la de los ricos por supuesto. Los mexicanos entraron en crisis sicológica y anduvieron con perritos sin dueño en una vía rápida citadina, precisamente a la hora de mayor tránsito de vehículos.
La economía mexicana, dígase lo que se diga, entró en zona de turbulencia y mayor incertidumbre porque, debido a los problemas financieros, cambiarios y bursátiles, se crea una zona de quién sabe que va a pasar con los inversionistas extranjeros que el gobierno pretende atraer para invertir en los gasoductos de Pemex.
Las reformas estructurales, sobre todo la energética, se le desgraciaron al gobierno federal, no obstante que el nuevo dirigente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, insista en tratar de convencernos que la política económica del actual gobierno, avalada por el Congreso, el la mejor estrategia para los mexicanos.
Lo que no sabe Beltrones es que entre las filas de los miles de acarreados a las concentraciones priístas han también miles de muertos de hambre cuya crisis permanente no va a resolver ni el padre eterno.
La caída del peso y la de la bolsa de valores, además, auguran tiempos de vacas flacas para los mexicanos. Y es el círculo diabólico de la economía: los tenedores del capital son los únicos que ganan en este mar revuelto provocado por el mal comportamiento de los mercado, comportamiento negativo que más que responder a las leyes de la oferta y la demanda, lo hacen al impulso de lo que se llama avaricia característica de los detentadores del capital.
Vamos a esperar tiempos peores. Lamentablemente será así, no sólo en los tres años que le restan a la actual administración.
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