Visión financiera/Georgina Howard
Los retos de Peña Nieto
Levantar la economía y crear empleos
Y entrarle al tema Trabajadores domésticos
El presidente inicia su tercer año de gobierno con retos fenomenales. Crear las condiciones para que una economía alicaída, fallida hasta el momento, resucite, y crear confianza en la gente, en los inversionistas, los empresarios, los nuevos emprendedores, para crear fuentes de trabajo, pero justamente remunerados, porque hata ahora la población ocupada apenas puede subsistir con los salarios que les son asignados.
Muy marcados son los contrastes sociales y económicos en los que se debate la mayoría de los ciudadanos. La desigualdas es supina. Muy pocos que gozan de todo, y muy muchisimos que apenas disponen de los más elementares satisfactores. Muchos pobres, más paupérrimos, más miserables e indigentes. Y eso no se vale en un país en el cual los políticos hablan de justicia e igualdad de oportunidades.
Un caso patético es el de los trabajadores y trabajadoras en condición de servidumbre, los llamados domésticos. La señora de la casa indudablemente que no puede con todo. Atender la familia, la cocina, el aseo, el lavado de ropa. Tiene, si dispone de recursos, que contratar a una o dos personas para que le ayuden. Les paga un salario miserable, sin seguro social, sin prestaciones, sin vacaciones, y en muchas ocasiones bajo acoso de todo tipo. Hasta sexual.
Y las señoras y señores que se dedican a servir en las casas de la clase media para arriba también son trabajadores. Me temo que no son tomados en cuenta con precisión por los estadísticos. Sus derechos son poco o nada respetados. Una encuesta levantada recientemente por el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, de la Cámara de Diputados, reveló que el 96 por ciento de los trabajadores domésticos no cuenta con un contrato laboral y sólo 8.5 por ciento tiene seguro médico.
La Ley Federal del Trabajo considera los derechos laborales de estos trabajadores. No obstante, para algunos especialistas es muy preocupante – y lo debería de ser para todos – que sean poco respetados. Según encuestas oficiales, en 2013 la población ocupada en México, dedidada al trabajo doméstico remunerado en hogares particulares, sumó poco más de dos millones de personas. Una cantidad de seres humanos considerable, que subsisten con salarios de hambre, dinero que la patrona o el patrón sacan de su bolsillo o de su cartera cada día, o cada semana, para pagárselo al trabajador, sin recibo.
Y las mujeres son las más afectadas. Infinidad de mujeres solteras, con hijos, con marido, viviendo en la pobreza, sin educación, tienen la necesidad de ir a una casa ajena a cocinar ajeno, a barrer ajeno, a asear ajeno, a lavar ajeno. Nueve de cada diez personas son números; la edad promedio es de 40.2 años, y un porcentaje de 13 de ellos cumplen una jornada laborar superior a las 48 horas por semana.
De los trabajadores domésticos remunerados, 34.6 por ciento percibe un salario mínimo o menos, y tan sólo dos de cada cien tienen acceso a servicios médicos como pretación laboral: Un 76 por ciento no goza de ninguna prestación laboral.
Y muy pocos reparan, voltean la vista hacia estos trabajadores. Son dos millones y quizá más. Dos millones ya deberían de pesar en la economía nacional.
Un gran reto para el gobierno de Enrique Peña Nieto. Un tema que no es prioritario en su segundo informe de gobierno.
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