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MÉXICO, D.F., 30 de agosto del 2014.-El hundimiento en el centro de la Ciudad de México, que alguna vez perteneció al lago de Texcoco, ha sido un problema recurrente desde el siglo XVI debido a la alta deformabilidad de los suelos arcillosos.
Esa condición ha afectado a edificaciones emblemáticas como la Catedral Metropolitana, que desde sus inicios (1573) presentó dificultades de construcción debido al suelo blando. Su diseño se asemejaría a la Catedral de Sevilla, con siete naves, aunque la característica del subsuelo permitió sólo el levantamiento de cinco.
Además, los cimientos prehispánicos que subyacen provocaron que el hundimiento fuera desigual, es decir, algunos lados descendieron más que otros, lo que causó mayores daños, indicó Roberto Sánchez, investigador del Instituto de Ingeniería (II) de la UNAM en un comunicado.
Tras años de diagnósticos se identificaron las causas fundamentales que aceleraron la inmersión del inmueble entre 1967-1978: la extracción de agua del subsuelo para abastecer a la población y las obras del Metro.
“El hundimiento llegó a ser de 2.4 metros desde el altar mayor hasta la torre de lado poniente, lo que provocó una fuerte inclinación de la estructura hacia el sur-poniente. Si observamos la Catedral de frente, se percibe su declive hacia la izquierda”, dijo.
LA TÉCNICA DE SUBEXCAVACION
Aunque ya se habían tomado acciones sin los resultados esperados, en 1993 un comité multidisciplinario de especialistas evaluó la mejor solución. La técnica de subexcavación resultó ser la más adecuada para reducir los hundimientos acumulados.
Consistió en perforar cavidades de tres metros de diámetro a una profundidad media de 20 metros, en las zonas altas del edificio (contrarias a las hundidas). Del fondo de la cavidad o lumbrera, “se extrajo arcilla de las paredes por medio de una especie de jeringa, con lo que se consiguieron pequeños túneles que, después de unos días, colapsaban por el efecto del hundimiento”, explicó el también encargado del monitoreo de la Catedral.
El volumen total extraído (4 mil 220m3) fue equivalente al contenido de agua de dos albercas olímpicas. Esto permitió que una de las obras más sobresaliente del arte hispanoamericano se nivelara.
En los cinco años que duró este procedimiento (1993-98), Roberto Sánchez, Roberto Meli (emérito del Instituto de Ingeniería) y su equipo se dedicaron a supervisar la configuración del inmueble. “Dimos seguimiento al comportamiento de la estructura durante la subexcavación, hacíamos recomendaciones para evitar que sufriera daños durante la corrección; desde entonces usamos un sistema de monitoreo”.
Para evitar que esta técnica fuera sólo un procedimiento correctivo y que el hundimiento diferencial continuara a la misma velocidad, se decidió inyectar en el subsuelo de las zonas de mayor descenso una mezcla de agua, arena, cal y cemento (mortero) para hacerlo menos deformable y endurecerlo, como se hizo en el Palacio de Bellas Artes el siglo pasado.
Después de la subexcavación, el II participó en múltiples proyectos para rehabilitar el conjunto arquitectónico. “Uno de los más complejos fue el reforzamiento de la cimentación para dotarla de mayor resistencia y rigidez, dando continuidad al refuerzo que en 1940 se había colocado para tomar las cargas que actuaban sobre el piso; de feligresía; esto se logró mediante la construcción de 16 anillos metálicos. La acción contribuye a que la estructura resulte menos vulnerable al hundimiento”.
Con los monitoreos se encontró que la velocidad de hundimiento se ha reducido, aunque la estructura aún se deforma; también descubrieron que las estaciones a lo largo del año, la lluvia y la temperatura tienen un impacto sobre el comportamiento de la estructura.
Además, “mientras no dejemos de extraer agua para abastecernos, es complicado que el hundimiento se detenga”, puntualizó.
Actualmente también se lleva a cabo un sistema de monitoreo continuo en algunos edificios de la UNAM como la Antigua Escuela de Medicina y el Antiguo Templo de San Agustín, entre otros.
Tal fue el éxito de esta técnica, que la retomaron para rescatar la Torre de Pisa, que logró enderezarse 40 centímetros mediante la extracción de toneladas de tierra en la parte opuesta a su inclinación. La subexcavación se originó en Italia, pero fue hasta después de su aplicación en la sede de la Arquidiócesis de México cuando la retomaron.