Dejan en prisión a Marilyn Cote, acusada de psiquiatra falsa
MÉXICO, DF, 31 de octubre de 2014.- Cada puerta que se toca para tratar de encontrar a los 43 estudiantes normalistas secuestrados y desaparecidos desde el pasado 26 de septiembre en Iguala, Guerrero, abre las puertas hacia nuevas historias de horror que se viven en esta entidad, destaca un amplio reportaje que transmitió la primera emisión de Noticias MVS.
Ayer jueves, fue el turno de las comunidades de Nuevo Balsas y Acatlán del Río, ambas con una amplia experiencia frente a los atropellos del crimen organizado.
Su lista de agravios es larga: robos, extorsiones, homicidios, secuestros y hasta desapariciones de jóvenes que eran forzados a trabajar con “La Familia Michoacana”, según dichos de los propios pobladores que desde diciembre del 2013, organizaron una policía comunitaria armada con viejas escopetas y rifles, para defenderse de los “cuernos de chivo” y otros rifles de asalto que portan los delincuentes.
La llegada a ambos pueblos de los policías comunitarios pertenecientes a la Unión de Pueblos Organizados de Guerrero (UPOEG) y de una caravana de la División de Gendarmería de la Policía Federal se debió a la llamada de un presunto sicario a los propios miembros de la UPOEG en la que se advertía que los jóvenes normalistas podrían estar retenidos en la “Cueva del Diablo” que se encuentra en la ribera del Río Mezcala, afluente que une a Nuevo Balsas y Acatlán del Río.
Cómo antes en Cocula y en la propio alcaldía de Iguala, poner un pie en dichos poblados es encontrarse con las historias de terror sembradas por los grupos criminales, narrativa que se ha ido evidenciando con el avance de las fuerzas federales y de las organizaciones sociales por el estado de Guerrero.
Los desaparecidos, los muertos, no son sólo los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa y los seis muertos del pasado 26 de septiembre en Iguala, también lo son las víctimas anónimas de Nuevo Balsas y Acatlán del Río, sus pescadores asesinados, sus jugadores de futbol, sus jóvenes violadas y su comandante de la policía comunitaria, Rogelio Hurtado, emboscado hace tres meses junto con otra persona.
“Ellos se llevaban a los jóvenes a trabajar por la fuerza, por eso nos armamos contra La Familia Michoacana, ellos mataban a gente inocente, a un comerciante de pescado lo mataron, no se metía con nadie, a otro muchacho que era jugador de futbol también lo mataron, a las niñas de que 15 años se las llevaban”, asegura el Comandante de los Comunitarios, quién prefirió omitir su nombre debido al asesinato de su predecesor.
Para llegar a Nuevo Balsas desde la cabecera municipal de Cocula, se requiere un viaje de hora y media en automóvil. Desde ahí, se necesita una hora más en lancha para poder estar en Acatlán del Río, logística que desde el principio, suena complicada para el traslado de 43 estudiantes, ya sea vivos o muertos.
Pero ante las decenas de rumores sobre el paradero de los jóvenes normalistas que ya cumplieron 35 días desaparecidos; y ante la esperanza de los familiares de encontrar a sus seres queridos, ninguna pista se descarta por parte de la UPOEG y tampoco para las autoridades federales.
Hasta la especulación más descabellada, es motivo de una búsqueda o indagatoria por parte de los comunitarios. Nadie quiere descartar un lugar como posible ubicación de los estudiantes, vivos o muertos, sin antes realizar una búsqueda.
Desde las cinco de la mañana, decenas de policías comunitarios acompañados por la Gendarmería de la Policía Federal comenzaron a realizar recorridos por las riberas y corrientes de los ríos Mezcala y Cocula, escudriñando cada rincón en busca de cavernas o cuevas en las que pudieran estar los normalistas, ya sea escondidos o retenidos contra su voluntad.
Ambas fuerzas, la regular y la no reconocida partieron de Iguala con un desayuno de galletas en el estómago, pero con las expectativas de que el dicho del supuesto sicario fuera cierto.
A la búsqueda en los ríos, se sumaron nuevas caminatas por laderas escarpadas a ambos lados del Río Mezcala, con un guía perdido y una esperanza disminuida. Poco a poco, la frustración regresó a comunitarios y gendarmes.
La supuesta llamada de un sicario, resultó otra pista falsa, una más durante 35 días de búsqueda y especulaciones diarias, a veces provocadas por la falta de claridad de las propias autoridades.
Para los policías comunitarios de Nuevo Balsas y Acatlán del Río, se trataba de una obligación moral: apoyar a otras víctimas del crimen organizado, pero desde su punto de vista la presencia de los normalistas en la zona era poco probable.
“Los amigos de pueblitos o cuadrillas, ya sea por miedo o por ayudarnos, siempre nos dicen cuando vienen camionetas o algo así, pero hasta el momento nadie nos había dicho nada”, explicó el comandante encargado de ambas fuerzas.
Cuando se agotó la luz del día y se perdió la fuerza de las galletas o papás que tenían gendarmes y comunitarios en la panza, como su único alimento en todo el día, llega la hora de regresar a Iguala. Lo único que no se pierde con el paso de las horas, es la incertidumbre sobre el paradero de los 43 jóvenes de Ayotzinapa.
Y la sensación de que no hay justicia ni fuerza policiaca que alcance para dar con los jóvenes normalistas, por más que el discurso oficial se centré en los 10 mil efectivos federales que se encuentran en el estado de Guerrero, sin dar el resultado esperado, al menos por ahora.