
Teléfono rojo
“Enseñarle a un niño a no pisar una oruga, es tan importante para la oruga como para el niño».
Bradley Millar
Hoy en día los niños y las niñas pasan demasiado tiempo conectados al televisor, frente a la computadora o con un dispositivo móvil que va con ellos al baño, a la cama, a la escuela y a todas partes.
Desafortunadamente esa conexión al mundo digital los ha desconectado de la naturaleza, porque además el plan familiar más recurrente es llevarlos de paseo al centro comercial, comprarles algo de comida chatarra que no los nutre o ir al cine donde, si bien es entretenido, la única comunicación que puede haber ahí será para decir: «pásame las palomitas» lo cual no es la mejor opción cuando se tiene poco tiempo para estar juntos.
Todo esto genera obesidad, estrés, trastornos en el aprendizaje, hiperactividad, fatiga crónica o depresión, entre otros padecimientos propios de estos tiempos. Incluso hay especialistas que han analizado la existencia de un síndrome o trastorno por déficit de naturaleza.
Usted se preguntará ¿a qué se refiere este síndrome? Los expertos afirman que se presenta cuando los niños y sus padres no tienen contacto con la naturaleza y, enconsecuencia, no han experimentado esa libertad de correr, trepar, curiosear, explorar, descubrir, tocar, oír, oler, sentir o sorprenderse. Esa maravillosa experiencia de voltear al cielo y ver las estrellas o las nubes e imaginar figuras de monstruos y animales; esa conexión con nosotros mismos. No olvidemos que los niños son aprendices activos, curiosos e investigadores por naturaleza.
Está comprobado que los niños y las niñas del campo enferman menos, tienen mejor concentración, autodisciplina, coordinación física, equilibrio, agilidad, más imaginación y disposición para colaborar en grupo; son más serenos, más tranquilos, con más paz interior y mejor humor.
En la ciudad, los niños y las niñas son más propensos a volverse temerosos, desarrollar alergias, sobrepeso, ser más nerviosos e inseguros.
La naturaleza ofrece una cantidad muy elevada de estímulos que ayudan a las habilidades de movimiento. Las neurociencias han demostrado que todo esto tiene repercusiones muy importantes en las conexiones neuronales y favorecen una mayor plasticidad, mejorando enormemente el desarrollo intelectual y emocional.
Caerse, levantarse, recolectar insectos o plantar semillas les enseña un aprendizaje que el aula no les puede dar
Particularmente, recuerdo mi infancia como la etapa más libre, divertida, creativa y estimulante que he vivido. Estas vivencias me colocaron en ventaja una vez que me integré a la secundaria en la maravillosa ciudad de Pachuca, pues desarrollé, gracias a la interacción con el campo, habilidad para las matemáticas, las ciencias naturales y una gran seguridad en un contexto totalmente distinto al de mi comunidad en San Juan Ahuehueco.
Ahora que he tenido contacto con la educación inicial he podido entender todo esto a la luz de las neurociencias, pues antes sólo lo entendía a partir de la memoria y el corazón de una niña feliz.
Seguramente muchos de ustedes, queridos lectores, tienen en su mente un momento o muchos que vivieron con sus padres, abuelos o una figura representativa de su infancia en contacto con la naturaleza que les dejó una huella maravillosa.
Hagan ustedes que sus hijos o nietos guarden ese tipo de recuerdos en su corazón, les aseguró que en tiempos difíciles los sacaran para sostenerse de ellos.