Corrupción: un país de cínicos
Las reflexiones del Papa Francisco
Frente al altar de la Catedral, el Papa Francisco hizo, ante la jerarquía del Episcopado Mexicano, diversas reflexiones sobre la importancia que tiene para México y los latinoamericanos, la Virgen de Guadalupe –«la Morenita del Tepeyac», le dijo con afecto–, como factor de perdón, de unidad y, sobre todo, de consuelo y perdón.
En ese sentido, les recordó a los diversos niveles de sacerdotes — desde cardenales, arzobispos, obispos y hasta párrocos– que conoce la historia del pueblo mexicano, de su larga y dolorosa historia, así como de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando padres, como se los dijo en su momento, Juan Pablo II, en su discurso de bienvenida en aquel lejano 22 enero de 1999.
Con un texto muy bien estructurado y que se basó en diversas reflexiones del propio Papa, les dijo que los sacerdotes necesitan una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Que sean por lo tanto, obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso. «No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales…
Y tanto en el evento previo en Palacio Nacional, donde se llevó la ceremonia oficial de su visita de Estado con el Presidente Enrique Peña Nieto y todo su gabinete legal y ampliado, como en el encuentro con la jerarquía católica en Catedral, abordó los temas del narcotráfico, la violencia y como pueden afectar a los jóvenes, que son el futuro del país.
Ante el Ejecutivo Federal, su gabinete y los gobernadores de las entidades federativas, el Papa Francisco dijo que la principal riqueza de México son sus jóvenes, pues un poco más de la mitad de la población está en edad juvenil. «Esto –aseguró– permite pensar y proyectar un futuro, un mañana, da esperanza y proyección. Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse y transformarse.
E insistió: «Esta realidad nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones venideras. También a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común.
«La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo. El pueblo mexicano afianza su esperanza en la identidad que ha sido forjada en duros y difíciles momentos de su historia por grandes testimonios de ciudadanos que han comprendido que, para poder superar las situaciones nacidas de la cerrazón del individualismo, era necesario el acuerdo de las Instituciones políticas, sociales y de mercado, y de todos los hombres y mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien común y en la promoción de la dignidad de la persona”.
En la Catedral Metropolitana volvió a abordar el tema y les pidió a los obispos «no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la sociedad entera, incluida la propia Iglesia.
«La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas -formas de nominalismo- sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza», advirtió.
Pidió consolidar con las familias; «acercándonos y abrazando a la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de seguridad», pues a su juicio sólo así se podrá liberar «totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.
También demandó «una mirada de singular delicadeza para los pueblos indígenas. Para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces, masacradas culturas», insistió.
Por ello, México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras. Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta Nación, del «laberinto de la soledad» en el cual estaría aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa».
Se refirió a la migración como un desafío de nuestra época que se debe afrontar. Expuso que son millones «los hijos de la Iglesia que hoy viven en la diáspora o en tránsito, peregrinando hacia el norte en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan atrás las propias raíces para aventurarse, aun en la clandestinidad que implica todo tipo de riesgos, en búsqueda de la luz verde que juzgan como su esperanza. Tantas familias se dividen, y no siempre la integración en la presunta tierra prometida es tan fácil como se piensa».
Y sobre las diferencias surgidas dentro del seno del Episcopado Mexicano demandó que se diriman entre ellos, como hombres, pero que, finalmente se perdonen y autoperdonen.
Les dijo que sólo una Iglesia que sepa resguardar el rostro de los hombres que van a tocar a su puerta, es capaz de hablarles de Dios. «Y, precisamente en este mundo así, Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente, la única que posee en el propio calendario una fiesta del grito». A ese grito es necesario responder que Dios existe y está cerca a través de Jesús. Más claro ni el agua.