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Teléfono rojo
Madres indígenas y campesinas
*En el olvido millones de jefas de familia del agro mexicano y la maternidad subrogada en México
Por estas fechas en México y casi todo el mundo se honra a las madres. Al menos en las ciudades, esta festividad obliga a romper records en consumos, por lo que los grandes ganadores son los restaurantes y las tiendas de autoservicio. Pero para las mamás indígenas y campesinas, las que viven en las áreas rurales del país, es raro que reciban homenajes parecidos a los que la mercantilización ha impuesto en los centros urbanos, lo que quiere decir es que no existe el 10 de Mayo.
De acuerdo con distintos estudios, en las áreas rurales mexicanas las mujeres se casan muy jóvenes y la mayoría de los matrimonios son arreglados. Alejandra Araiza, de la Universidad Autónoma de Barcelona, detalla que cuando un joven desea casarse comunica esta decisión a sus padres, quienes se encargan de hablar con los de la joven, a los que deben llevar obsequios en sus visitas para acordar los términos en que darán a su hija. Normalmente, dichos obsequios son pagos en objetos o alimentos y, en algunos casos, dinero. Una vez casados, la pareja se va a vivir a la casa de los padres del marido, donde la suegra le enseña a la mujer de una manera estricta cómo encargarse de las tareas femeninas.
Si la mujer no se queda embarazada en un plazo acordado o no aprende lo que la suegra le enseña, puede ser devuelta y entonces la familia puede recuperar lo que pagó por ella, relata la atora española basada en trabajos de los mexicanos Pozas, Rodríguez y Olivera. Analiza: ¿qué determinación puede tener una mujer sobre su cuerpo cuando es vendida como un objeto? La propia mujer se considera como un objeto que pertenece al otro, quien la puede devolver como un producto en caso de que no le satisfaga. Por ello no es de extrañar que la sexualidad de las mujeres indígenas, desde que son pequeñas, es reprimida; posteriormente, cuando llegan a la adolescencia, la mayor parte de ellas no cuenta con información sobre la menstruación y la viven con miedos y vergüenza, que se legitiman, pues en muchas comunidades, la sexualidad es asociada al pecado original y a la suciedad. De ahí que en el tiempo de escurrimiento menstrual deban mantenerse alejadas de la siembra.
En general, dice la investigadora, sus periodos reproductivos son mucho más largos que los que se viven en el mundo mestizo, es decir, su primer parto ocurre cuando son adolescentes y no dejan de tener hijos hasta que arriba la menopausia. No hay un control natal y ello repercute, en forma negativa, en la salud femenina. Según Olivera, las relaciones sexuales para las mujeres indígenas representan un servicio que debe darse al esposo, y, al mismo tiempo, son concebidas como un pecado, cuya penitencia se paga teniendo “los hijos que Dios mande”. Por ello es frecuente, por ejemplo, escucharlas decir: “mi marido me usó”, para referirse al acto sexual. Intentemos imaginar cómo repercute esto en su autopercepción y su autoestima. Cuando las mujeres indígenas, dice Olivera, llegan a la menopausia se sienten liberadas del peso de la reproducción y tienen más posibilidad de acción que las jóvenes. Es decir, la reproducción que pasa por el cuerpo femenino se convierte, también, en una forma de control y restricción del mismo. Es lógico que al llegar a esta etapa de sus vidas se sientan aliviadas.
Por otra parte, hoy en día las madres indígenas, además de encargarse de sus tareas domésticas, deben colaborar en tareas extras, pues la economía familiar y comunitaria ha decaído enormemente y la pobreza se ha exacerbado. De esta manera, algunas ayudan en la milpa, otras son jornaleras, algunas migran de forma golondrina o estacionaria, y otras venden sus productos en las ciudades cercanas a sus comunidades. Es decir, las mujeres indígenas no descansan, lo que trae repercusiones muy fuertes para su cuerpo y su salud.
De hecho, más de la mitad de las madres campesinas, de un total de 13 millones, se desempeñan como jefas de familia en el agro mexicano. No son consideradas prioridad en las políticas públicas, mucho menos lo fueron durante las dos administraciones panistas del actual gobierno de Vicente Fox y Felipe Calderón, que nada hicieron por el campo en general. Lo cierto es que las madres rurales necesitan de más y mejor educación, salud y atención médica; empleos bien renumerados, combatir la discriminación que sufren, elevar su bienestar y el de sus familias campesinas.
Un informe reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sostiene que una madre mexicana del sector rural trabaja 75 por ciento más que una brasileña, colombiana, ecuatoriana o uruguaya; 53 por ciento más que un hombre y cuatro horas más que las madres que viven en zonas urbanas.
Agrega que de la propiedad ejidal y comunal sólo el 17 por ciento está en manos femeninas; que dos tercios de estas propietarias, el 63 por ciento, superan los 50 años, que son viudas que heredaron una parcela en la fase final de su vida productiva y que solo tendrán la posesión por un breve periodo. Sin embargo, todo indica que el total de ejidatarias y comuneras es del orden del medio millón y que, además, su peso relativo será mayor, como mencionan estudios universitarios.
Asimismo, al reconocer la aportación de las campesinas en la economía familiar, aseguró que su lealtad y compromiso con su grupo se refleja en el hecho de que en los últimos 20 años, la población económicamente activa femenina creció en 261 por ciento, mientras que la masculina se elevó en sólo 104 por ciento.
Según el INEGI, en México las mujeres que habitan en las zonas rurales destinan semanalmente 7.8 horas más a realizar las labores domésticas y de cuidados que Las que habitan en las zonas urbanas, realizando 42.5 horas a la semana, equivalentes a contribuir con 49,700 pesos al año para cubrir las necesidades de su hogar. Lo anterior se traduce en que deja su esfuerzo en la parcela y, al mismo tiempo, es el sostén de la familia al quedarse como padre y madre cuando los varones se ven obligados a migrar a la ciudad o a otros países; y porque, junto con las demás de otros sectores, son el eje articular de la sociedad y del país.
Por eso es que cada día las mujeres tienen sus espacios debidamente ganados, si se considera que las campesinas e indígenas incorporadas a los procesos de producción lo hacen sin contar en la mayoría de los casos, de acuerdo con la actual subsecretaria de la SAGARPA, Mely Romero Celis, hasta 16 horas al día produciendo, elaborando, vendiendo, preparando alimentos, recogiendo materiales para combustible y acarreando agua para el hogar, además de otras faenas como el cuidado de los hijos, familia ampliada y animales de traspatio.
Otros datos oficiales indican que el 37.7 por ciento de las mujeres con una edad hasta de 24 años, padecen pobreza alimentaria en el medio rural; de 25 a 44 años, el por porcentaje es de 34.8 por ciento y de 65 en adelante, de 32.2 por ciento. Sus ingresos son sólo para sobrevivir y más de un millón de madres campesinas que se emplean en las maquiladoras sufren constantes violaciones a sus derechos humanos: discriminación, explotación laboral, condiciones precarias, jornadas mayores a las ocho horas diarias, salarios inferiores al mínimo regional, sin servicios de salud y de cualquier tipo de prestación social que requieren para ellas y sus hijos. Cabe señalar que en México la mayor parte de los feminicidios se da en el área rural.
Pero hay otra realidad más escalofriante en México: la renta o subrogación de vientres, a veces por 150 mil pesos. Hecho que se practica en el país por miles de madres rurales y no, a fin de obtener recursos para dar de comer a su demás familia. Hoy, gracias a la lucha de la senadora con licencia Mely romero Celis, la práctica acaba de prohibirse apenas hace unos meses, lo que no implica que deje de realizarse.
Y es que, de acuerdo con las consideraciones de la propia Mely, la práctica se extiende a varios estados de la República, sobre todo en Tabasco y Sinaloa, donde se violan los derechos fundamentales, pues llega a relacionarse a la explotación de las mujeres y al tráfico infantil. Se le llama también “maternidad subrogada”. Y el alquiler de vientres en el país es parte ya de un modelo de negocio global. Se trata del comercio humano y hay lugares donde existen hasta “granjas” en que se tiene a mujeres con fines reproductivos, que se comprometen a gestar un bebé con la obligación de entregarlo a los que pagan cuando nazca, renunciando a sus deberes y derechos parentales, a cambio de un apoyo económico.
Para la senadora Mely Romero, la Explotación de Mujeres con fines Reproductivos supone un severo retroceso en materia de Derechos Humanos y Equidad de Género pues, tal como señala un informe presentado ante el Parlamento Europeo, la maternidad subrogada constituye una objetivación tanto de los cuerpos de las mujeres como de los niños y representa una amenaza a la integridad corporal.
En países desarrollados el alquiler de vientres se paga en 200 mil dólares como promedio, en México menos del 25 por ciento de esa cantidad.