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MÉXICO, DF, 25 de enero de 2015.- El Muro Verde, instalado en junio de 2008 en la Cerrada de 5 de mayo, en el Centro Histórico del Distrito Federal, ahora está convertido en un esqueleto metálico.
Las 38 mil plantas que albergaba desde hace poco más de seis años comenzaron a perder clorofila, se pusieron de color marrón y empezaron a secarse desde septiembre de 2014.
Después, fueron retiradas por personal de la Autoridad del Centro Histórico, órgano de apoyo a las actividades de la jefatura del Gobierno del Distrito Federal (GDF), encargada de su cuidado.
En una visita realizada por Quadratín México en el espacio de 221 metros cuadrados que ocupaba el muro verde sólo se ve la estructura metálica que albergó al primer jardín vertical en la ciudad de México.
Pero no es el único elemento de la Cerrada de 5 de mayo que luce descuidado. El proyecto incluía el remozamiento del callejón, también conocido como Cerrada de la Cazuela, citada por el escritor Manuel Payno en un clásico de la literatura mexicana: Los bandidos de Río Frío.
Ahora, esa cerrada y su continuación que sale a Palma, está sucia, con coladeras atestadas por la grasa que arrojan algunos de los trabajadores de los restaurantes ahí asentados. Las jardineras que adornaron el lugar cuando fue inaugurado por el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, ya desaparecieron.
Originalmente, el jardín estaba proyectado para tener una duración mínima de 10 años, pero sólo llegó a seis.
La razón es que los paneles de plástico reciclado no aguantaron y las plantas comenzaron a languidecer porque necesitaban más luz solar del que reciben en la pared lateral de un estacionamiento sin fachada, y que la mayor parte del tiempo es tapada por la sombra de otros edificios, se queja el coordinador ejecutivo del Espacio Público de la Autoridad del Centro Histórico, Ricardo Jaral.
Y así seguirá luciendo el Muro Verde hasta mediados de este año, pues será hasta el segundo semestre cuando se rehabilite con nuevos paneles y plantas.
“Ya estamos estudiando qué tipo de jardín será”, dice Jaral en entrevista.
“Será un nuevo muro, aprovecharemos infraestructura”, explica, frente al rectángulo metálico en que quedó convertido el jardín.
En marzo inicia el flujo de recursos. Para el segundo semestre elegirán el mejor proyecto. En tanto van a limpiar la estructura, a pintarla y a buscarle un sistema de riego. Reconoce que no han avanzado y justifica porqué.
“Para nosotros es fuerte la temporada navideña. Esto no podíamos atenderlo en el segundo semestre y las marchas que hemos atendido son prioritarias”.
Cuestionado sobre si afectó el mantenimiento del jardín el cambio de administración, lo descarta. Respecto a la calle, ahora descuidada, lo atribuye a los comerciantes y una nueva queja:
“Lamentablemente la actitud de los comerciantes no ha ayudado a tenerlo como quisiéramos”.
De la gloria a la decadencia
El 1 de junio Ebrard inauguró el jardín vertical, compuesto por 38 mil pequeñas plantas de distintas variedades como Hiedra, Helechos, Dedo de Niño y Cola de Borrego.
Con un costo de tres millones de pesos, su elaboración duró tres meses y contó con la participación de 50 empleados, y estuvo a cargo de la Secretaría y Obras del Gobierno del Distrito Federal de entonces, Jorge Arganis Díaz Leal.
La idea de instalar un muro verde fue tomada de experiencias similares en Francia y Canadá. En su inauguración el entonces jefe de Gobierno explicó el objetivo del jardín vertical.
“Se trata de uno de los asuntos más importantes de la ciudad, de simplemente dos cosas: sustentabilidad y convivencia, nuestra calidad de vida”.
Seis años y medio después, el muro verde luce diferente a aquella fecha de 2008, cuando lucía fresco y reluciente, con sus diferentes tonalidades de verde.
Jaral afirma que durante varios años se mantuvo en “grandes condiciones”. Pero la falta de luz solar en dos terceras partes del muro le afectó.
Admite que la vida útil de los 850 paneles instalados fue menor a la proyectada, que era de 10 años. “Aun no empezaba el boom de jardines verticales. Fuimos de los primeros”, dice.
Un problema adicional fue la aparición de plagas en el jardín. Durante los seis primeros años de vida fue repoblado tres veces por esa razón.
Cuestionado sobre el costo que tuvo su mantenimiento, la sustitución de plantas, no lo precisa, ya que las áreas verdes del Centro Histórico entran en paquete. Sólo dice que fue un costo “menor”.
El deterioro de los paneles representaba un riesgo, ya que podían caer con su contenido, planta y tierra, y lastimar a alguien, dice Jaral.
Callejón
La calle fue arreglada, limpiada y pintada, y a las seis fondas que entonces había, se les dio apoyo para que lucieran homogéneas en sus toldos y sombrillas.
Debajo del muro había un café que al paso de los años se convirtió en un antro, donde se organizaban bailes nocturnos y sus dueños bloqueaban las entradas al callejón para organizar bailes, donde circulaba droga. Fue clausurado en el primer semestre de 2014 y forma parte de los factores que ayudaron a la decadencia, reconoce el funcionario de la Autoridad del Centro Histórico.
Pero además del café que se convirtió en antro, los demás locales brindan poca colaboración, se lamenta. Compara con lo que hacen los comerciantes de Madero: “Allá no ensucian ni tiran aceite. Al contrario, limpian la banqueta, aquí hay poco compromiso”, dice mientras el dueño de un puesto ambulante vierte su aceite quemado de frituras al drenaje.
“Es lo que echa a perder el callejón. Lo he denunciado en la delegación Cuauhtémoc, pero sin respuesta”, lamenta.
De las jardineras con rueditas, sólo queda el recuerdo. Fueron retiradas, ya que eran usadas como ceniceros, basureros o incluso como baños; además, se volvieron refugio de fauna nociva.
Los restauranteros no se hicieron cargo de ellas. “Parecían muebles abandonados”, deplora Jaral.
Lo que viene
El callejón forma parte del espacio público que el GDF busca revitalizar. Jaral califica la calle con una connotación importante que forma parte del patrimonio no tangible del Centro Histórico. Recuerda que ahí vendían personas árabes sus mercancías, y si se llama Cerrada de la Cazuela es porque ahí señoras con cazuelas vendían comida para gente pobre.
El funcionario dice que una vez cada 15 días trabajadores del GDF hacen un lavado profundo de pared a pared y quitan grafittis. También pintan las fachadas y borran las pintas.
“Podría ser un extraordinario callejón si hubiera cooperación de los comerciantes”, dice pero no pierde la fe: “Vamos a encontrar respuesta, ellos se lo merecen por ellos mismos”.
La recuperación del jardín y del callejón vale la pena porque es una inversión importante del GDF para mejorar el espacio público y no dejarán que se pierda, concluye.