Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
MÉXICO, DF., 8 de julio de 2014.- El turismo internacional afecta a la Riviera Nayarita y al litoral del noroeste mexicano, pues actualmente existen 21 centros integralmente planeados entre San Blas y Jalisco, destinados a esa actividad, lo cual ha originado daños a la región, tales como destrucción del paisaje y de las relaciones entre los pueblos originarios, advirtió Ana María Salazar, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM.
Las reformas aprobadas en abril de 2013 en las cámaras de Senadores y de Diputados, mismas que permiten la venta de los territorios de litoral mexicano, abrieron la puerta para que las playas que antes eran públicas, ahora sean privadas.
En uno de los artículos modificados se establecía que “en una faja de 100 kilómetros a lo largo de las fronteras y de 50 en las playas, por ningún motivo podrán los extranjeros adquirir el dominio directo sobre las tierras y aguas”, ahora ya se puede hacer.
“No sólo eso, en Compostela hay desarrollos que acaban de ser vendidos a una minera canadiense”, alertó la especialista. En este proceso del desarrollo de las comunidades resort ha habido no sólo la construcción de hotelería, sino de marinas y campos de golf, con lo que se ha alterado y en ocasiones destruido el horizonte cultural y el paisaje natural.
“En Piedras Azules, Nayarit, había petrograbados en grandes rocas, pero a una compañía que construía la marina en Cruz de Huanacaxtle, se le hizo fácil utilizar las piedras para cimentarla”.
Por otro lado, para toda esta infraestructura se necesitan grandes cantidades de agua, que no hay, y la que hay es salina. “Pero llegan las empresas españolas con sus desalinizadoras a surtir a estos resorts y a las poblaciones de los prestadores de servicios que se generan”.
En el proceso, los residuos y salmueras son regresados al mar, lo que ocasiona acidificación y más afectación del entorno marino. “Al mismo tiempo destruimos los filtros naturales que son las marismas, los manglares, el paisaje es desolador”.
Lo peor es que este modelo de alteración ambiental y cultural, de segregación de relaciones interétnicas, de atentar contra las formas de economía tradicional en la Riviera Nayarita, se reproduce en Oaxaca y en todos los centros planeados para el turismo internacional, advirtió.
Salazar desarrolló un trabajo etnográfico en diferentes lugares del territorio nacional junto con Cristina Oehmichen, coordinadora del proyecto PAPIIT y directora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM; y Catherine Héau, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Al observar los cambios que ocurren en el país, sobre todo a partir del desmantelamiento de la estructura agraria y los conflictos que se presentaban, surgió el tema de la migración local, del sur del país a la Ciudad de México, y de ahí, al norte.
Las investigadoras descubrieron otra tendencia migratoria que aparecía cada vez más en las estadísticas: mayor presencia de población estadounidense y canadiense en algunos espacios.
Se trata de los babyboomers, una generación que nació en la explosión demográfica de algunos países desarrollados (principalmente Estados Unidos y Gran Bretaña) después de la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y los primeros años de la década de los 60, y que ya llegó –o está por hacerlo– a su etapa jubilatoria.
Los babyboomers disfrutaron de los beneficios del welfare state o Estado de bienestar, que brindaba a los jóvenes salud, educación, empleo y vivienda, una serie de condiciones de reproducción social que les permitió no sólo adquirir una formación académica sólida, sino también la capacidad de tener un patrimonio.
“Los miembros de esta generación se jubilan jóvenes y con pensiones extraordinarias que les permiten invertir y vivir en circunstancias que ahora le llaman de envejecimiento activo, pues cuentan con vitalidad y deseos de pasar sus últimos días en una situación más agradable que en los inviernos prolongados, que los hacen trasladarse al sur”, explicó.
Esto se convierte en una carga para el país anfitrión porque tiene que resolver la seguridad social de esos turistas, pues aunque tienen seguros médicos en sus lugares de origen, por ser migrantes transnacionales parte importante de ellos queda a cargo de la nación que visitan.
¿Qué pasa ahora con los babyboomers canadienses y estadounidenses que emigran a México con ese mismo modelo de comportamiento social en el que llegan a la edad jubilatoria?
“Hasta ahora el problema es de ellos, pero a futuro será uno que tendrán que resolver, primero, los gobiernos y, después, los habitantes de estas regiones”.
Aunque los gobiernos municipales o estatales no tienen la obligación de atenderlos, ellos recurren a los servicios médicos en sus lugares de segunda residencia.
“Algunos turistas que entrevistamos nos han dicho que pedir la reposición del gasto a una empresa de seguros es todo un problema, sobre todo fuera de su área de residencia. Así, cuando los necesitan, recurren a los servicios médicos locales. Otros investigadores han visto lo mismo en Mazatlán, Huatulco, Bucerías y Puerto Vallarta”, apuntó.
Para este tipo de turistas el servicio médico local es más cómodo y económico: dental, médico general y para las enfermedades crónico-degenerativas que se presentan con la edad.
Es un problema también de cobertura, pues en algunos sitios, como Oaxaca, la población local adscrita al seguro popular recibe una atención precaria, señaló.