Descomplicado/Jorge Robledo
El papel de la mujer en la educación
Los problemas de las mujeres han sido siempre un problema de toda la sociedad.
Todavía hasta hace poco tiempo el feminismo se centraba en una confrontación abierta entre hombres y mujeres. “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres” decía la célebre intelectual francesa Simone De Beauvoir. Hoy día sabemos que no necesariamente ocurre de tal modo, sobre todo apegándonos a una cosmovisión integral en la que la monocausalidad ha quedado rebasada por visiones multicausales y mucho más críticas.
Son diversos los campos en los que un análisis de perspectiva de género es no sólo interesante, sino pertinente. Uno de ellos es el ámbito educativo, en donde es bien sabido que el contenido de un estereotipo de género puede predecir el éxito en los campos de la educación superior de un hombre o de una mujer.
Con respecto al posicionamiento de género en cuanto a educación superior, tenemos que en las últimas décadas ha habido un progreso impresionante en la educación de las mujeres. Varias etapas del programa de evaluación PISA (2000-2012) indican que las niñas superan a los niños desde las escuelas elementales hasta las superiores en la mayoría de los países de la OCDE.
Paradójicamente, las mujeres siguen estando mal representadas en las áreas de mayor prestigio de la educación superior; especialmente en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (Canadian Association of University Teachers 2008; EURYDICE 2010; French Observatory of Parity between Women and Men 2012). Situación que no sólo afecta al mundo académico, en el mundo empresarial tenemos datos como que sólo el 18% de puestos de alto rango en las empresas son ocupados por mujeres; en el mundo de la política ocurre algo similar, situación mucho más notoria si hablamos de mujeres gobernadoras.
Regresando al tema educativo, es innegable la mejora continua en los logros académicos de las mujeres y la manera en que se sigue manteniendo la tendencia de sobre-representarlas en las áreas que consideradas de menor prestigio social. Por ejemplo, en los países europeos, las mujeres solamente son el 25.5% de los estudiantes de ingeniería pero son el 78.3% de las ciencias de la educación (EURYDICE 2010).
Otro elemento que ha reforzado este tipo de fenómenos tiene que ver con los atributos individuales por género, lo cual crea un estereotipo sesgado y confuso que puede traer repercusiones que, incluso, pueden llegar a la discriminación sistemática. Y es que numerosos estudios han sugerido que al hombre se le asocian atributos en matemáticas y a las mujeres habilidades verbales, lo que determina su elección de carrera.
En diversas muestras estadísticas (tomo las españolas como base) a los estudiantes universitarios se les atribuyó de manera directa atributos específicos asociados a su género. Por ejemplo a estudiantes mujeres obediencia y a los varones asertividad, inteligencia y esfuerzo. Aún más, estos atributos parecían ser acertados en los logros que los mismos tenían en los diversos campos de la educación superior. Para las mujeres (las humanidades, ciencias sociales, literatura avanzada, entre otras) y para los hombres (ciencia, tecnología e ingeniería entre otras). De hecho parecería haber carreras femeninas y masculinas. Numerosos ejemplos nos muestras como la realidad es que la tecnología si es para ellas. También lo es la Ciencia.
Estos estereotipos no hacen sino promover una justificación de las inequidades entre grupos sociales, ya que se socializan estas creencias asignando a cada grupo características que los predispone a jugar diferentes roles y, peor aún, encasillarse en cierto estatus. Es decir, los estereotipos son herramientas que permiten racionalizar, explicar y justificar inequidades sociales con lo que contribuyen a disminuir conflictos sociales.
El diario español eldiario.es (periodismo a pesar de todo) publica un artículo llamado “Igualdad en la Universidad: 40 por ciento de profesoras, 20 por ciento de catedráticas y una sola rectora en 50 centros públicos”. Donde subraya frases como “la presencia de la mujer en la universidad se difumina según se asciende en el escalafón universitario”. En el artículo se menciona que las mujeres constituyen un 54.3 por ciento del alumnado y un 57.6 por ciento de los titulados. Esta es la base de una pirámide con punta muy pequeña. En el profesorado ellas pasan a ser un 40 por ciento, ellos un 60 por ciento, la proporción se desploma en el siguiente escalafón; las cátedras, 80 por ciento hombres frente al 20 por ciento mujer. Como rectoras ocho, contando a las Universidades privadas. Para las públicas un dos por ciento. Difícilmente se ha investido como doctora honoris causa a alguna mujer en décadas. ¿Acaso ninguna podía desempeñar un papel notable?
En el papel hay equidad, en la realidad hay maniobras que favorecen el avance de los hombres en los puestos de alta responsabilidad. Esto va más allá de una teoría, son hechos documentados en muchos países, incluyendo a México. Para efectos prácticos sigue existiendo un techo de cristal o suelo pegajoso.
Es el mantenimiento del “status quo” el que hay que cambiar, buscar acciones que nos involucren a todos; como el uso del currículo ciego y la flexibilización de las carreras académicas, entre otros.
El reto, me parece, no es feminista porque no le corresponde sólo a las mujeres, el reto es social y va más allá de reglamentar o de escribir en letras de oro la equidad, se trata de educar a nuestras nuevas generaciones a partir de la misma, mostrándoles que el género con el que nacen no determina ni obstaculiza su potencial.
Estoy segura que entre todos y todas, con propuestas consensuadas viables y justas podemos mejorar significativamente.
Como siempre espero sus comentarios con entusiasmo enviándoles un afectuoso saludo.