El presupuesto es un laberinto
La madurez (2)
No creemos que se nos haya olvidado la petición de hace cuatro años de Alejandro Martí a los funcionarios del gobierno, ante tanto desmán en el país que: “si no pueden con su trabajo ¡renuncien¡”.
Esto mismo acaba de ser señalado, en forma tajante, en Los Pinos, a nuestro joven mandatario, por uno de los padres de los 43 normalistas aún desaparecidos. Insólito, desconcertante, como lo que sucede cotidianamente en nuestra Patria, que evoca las cuatro últimas cosas grabadas en una escultura en la biblioteca monástica más grande del mundo, en Austria, de José Stammel:
“La muerte. El juicio final. El cielo. El infierno”.
Muy cerca de la primera, seguramente estamos. Vivimos en la cuarta. Esperemos que con la segunda lleguemos, ojalá, a la tercera. Estamos, no hay duda, como el señor Procurador, también “muy cansados”. Sobre todo de que ni el primero ni el último, remedien la situación, cada vez peor.
En fin mejor pasemos hoy a una serena reflexión sobre las estaciones del ser humano:
La Madurez es la etapa de la vida en la cual ya ha pasado la tempestad… pero aún relampaguea, diría Francisco Arámburo.
La madurez es el arte de vivir en paz con lo que es imposible cambiar. Somos personas maduras cuando el guardar un secreto nos causa mayor satisfacción que divulgarlo.
Hemos llegado a la esta edad madura cuando, al tener para escoger entre dos tentaciones, elegimos la que nos permite llegar a casa más temprano. Madurez es la habilidad de realizar un trabajo aunque no tengamos supervisores. Llevar dinero en el bolsillo sin gastarlo y soportar una injusticia sin desear la venganza. Puede ser que la vida no sea la alegre fiesta que esperábamos o deseáramos. Pero ya que estamos inmersos, es mejor seguir en el baile.
Es una lástima que el lapso entre ser demasiado joven y demasiado viejo sea tan breve, y se tenga que decir con tristeza: ¡Qué temprano se nos hizo tarde! Somos maduros cuando llegamos a la conclusión de que hay que tolerar los defectos ajenos Pero no por eso debemos justificar los nuestros. Tampoco llegar al grado de que la tolerancia se convierta en sumisión. Casi todos somos ignorantes, pero no todos ignoramos las mismas cosas, diríamos en complicidad con Albert Einstein.
En tanto, esperemos ya el regreso del viajero incesante, para ver qué hace.