Muere calcinado tras chocar en Paseo de la Reforma
MÉXICO, DF, 16 de julio de 2015.- Bertoldo Martínez Cruz, médico de 59 años, líder del Movimiento Popular Guerrerense, fue compañero de galería en el Penal Puente Grande, en Jalisco, donde lo conoció.
En una entrevista con la reportera Elisabet Sabartés, del diario barcelonés La Vanguardia, Martínez, quien fue detenido en 1999 por su actividad como presunto mando guerrillero, dio detalles de la personalidad de Joaquín Guzmán Loera.
– ¿Cómo conoció al Chapo Guzmán?
– Yo salía de estar dos semanas en el centro de observación y clasificación de Puente Grande, donde me catalogaron con el grado de alta peligrosidad, el mismo que tenía Joaquín. Entró en mi celda y me dijo: «Qué muchos huevos, ¿no?». Yo me le quedé viendo, chaparrito él, ojos claros, muy vivo, muy listo y le contesté: «Pues son dos los que me traje». Luego preguntó: «Quiero que me digas a cuántos guachos (militares) mataste en Guerrero». Y yo le respondí: «Si no se lo dije a los guachos que me torturaron, tampoco te lo voy a decir a ti».
– ¿Y no se molestó?
– Para nada. «Ya me estás gustando», dijo, y preguntó mi nombre. Se lo di, le pedí el suyo y él se presentó: «Soy Joaquín Guzmán Loera». Encontrarle fue sorpresivo, yo no sabía que él estaba en esa cárcel. «Te he leído en la prensa», le dije. Y ahí me di cuenta de quién era. Luego siguió: «¿Hay mota (marihuana) en Guerrero?» y le contesté: «¡Por chingo! Porque ya quiero salir a trabajar, he gastado mucho dinero en mi defensa», se lamentó. «¿Cómo cuánto?», pregunté. «Unos 300 millones», soltó. Nunca supe si eran pesos o dólares.
– ¿Qué sucedió después de ese encuentro?
– Yo y tres compañeros éramos los únicos presos políticos en Puente Grande y los custodios nos trataban muy mal. Nos humillaban, aplicándonos la carrilla (tortura psicológica) frente a los demás presos. Nos revisaban desnudos hasta 18 veces al día, nos daban de comer aparte, nos obligaban a desfilar con la frente baja… Al cabo de un tiempo, Joaquín nos gritó: «¡Alcen la cara, guerreros!» y protestó con los funcionarios. «Son mis amigos, dejen de hacerles eso», les dijo. También entró medicinas para uno de nosotros que estaba enfermo. Era un hombre solidario, humanitario.
– ¿El Chapo tenía privilegios?
– Sólo dos. Era el único que tenía teléfono celular y el único que recibía prensa: el diario La Jornada y la revista Proceso (ambas, publicaciones de izquierda). Al resto nos lo tenían prohibido.
– ¿Y mujeres?
– Nunca las vi entrar. Sólo en una ocasión escuché que iban a rifar a una mujer para los que estábamos en el módulo 3. Pero nosotros, como presos políticos, no podíamos inmiscuirnos en esas cosas. Y no porque fuéramos unos santos…
– ¿Qué actitud tenían los guardias con el Chapo?
– De muchísimo respeto. Lo llamaban don Joaquín y cuando no estaba se referían a él como el señor.
– ¿Y él con ellos?
– Respetuosa. Ni con autoridad ni desprecio. No era prepotente, sino sencillo.
– ¿Usted realizaba actividades con el Chapo?
– Jugábamos a básquet, dominó, rummy (cartas)… Y también al ajedrez. Él era bueno para eso. Íbamos juntos a la escuela de forma obligatoria, comenzando desde primero de primaria. Nos decían que era para reeducarnos. Joaquín no tenía la secundaria completa y en la cárcel terminó hasta bachillerato. Tenía un buen nivel intelectual y era muy leído.
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