Asume nuevo director de Instituto de Investigaciones Filosóficas de UNAM
MÉXDICO, DF., 24 de diciembre de 2015.- Pasaron seis días secuestrados en condiciones de violencia; aunque fueron obligados a ponerse en pie con sogas alrededor del cuello, los rehenes protegieron al raptor para evitar que fuera atacado por la policía de Estocolmo.
A pesar de vivir con miedo y confusión, Kristin Enmark, una de las retenidas (quien se enamoró de su agresor), declaró confiar plenamente en el delincuente y dijo que sería capaz de viajar con él por el mundo.
La UNAM informó en un comunicado que en agosto de 1973, en Suecia se detectó por primera vez un caso en que las víctimas simpatizaron de alguna manera con su agresor. El psiquiatra Nils Bejerot, asesor de la policía sueca durante el asalto, acuñó el término de síndrome de Estocolmo para referirse a la reacción fraternal de secuestrados o violadas ante su transgresor.
De acuerdo con Alfredo Guerrero Tapia, profesor de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, desde entonces se han observado situaciones similares. En Estados Unidos, sobre todo en casos de violaciones, se ha descubierto que tres de cada 10 víctimas desarrollan este fenómeno.
En México desde 2006 han ocurrido cerca de 25 mil casos de secuestros y desapariciones, pero no existen datos de cuántos presentaron el síndrome, pues es considerado un tema tabú, subrayó.
El también colaborador del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM lo describió como una reacción psicológica o un fenómeno psicosocial en que una mujer, niño o niña en esa circunstancia establece un vínculo afectivo fuerte con el delincuente.
A decir del experto, existen diferentes miradas sobre la causa. La primera sostiene que es un mecanismo de defensa de la persona al encontrarse en situación de vulnerabilidad o en riesgo de muerte. “Desarrolla este vínculo afectivo para salvar su vida”.
La segunda postura plantea que se da una activación de dispositivos relacionados con la libido, es decir, ocurre una fuerte relación con la energía sexual, donde surge una identificación con el agresor.
De manera contraria a lo que podría pensarse, la víctima y el secuestrador establecen una relación emocional, con elementos inconscientes, de goce y deseo.
Una violación afecta no sólo la parte psicológica del individuo (donde el daño es subjetivo), sino también la emocional y material. Para atender a quienes viven esa experiencia existen terapias encaminadas a reconstituir el “yo” que fue alterado, expuso el especialista.
En cuanto al síndrome de Estocolmo, siempre que se estudia, los psiquiatras sólo se enfocan en el afectado, pero es importante analizar al agresor, y un tercer elemento, que es el contexto en que se desarrolló la situación, de suma importancia por ser el entorno donde se define el vínculo. Si también se analizan los dos últimos elementos se logrará la prevención de nuevos casos, concluyó.