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MÉXICO, DF, 27 de mayo de 2014.- La alimentación diaria del 80 por ciento de los cerca de 20 millones de habitantes de la ciudad de México y su zona conurbada depende de una sola fuente: el Fideicomiso Central de Abasto (Ficeda).
Ubicado en predios de la delegación Iztapalapa, el mercado cuenta con capacidad para almacenar hasta 122 mil toneladas de flores, frutas, hortalizas, carnes, pescados, ultramarinos y abarrotes.
El mercado, sin embargo, se encuentra subutilizado, en parte por el vertiginoso crecimiento de las tiendas de autoservicio que han ido construyendo sus propias redes de abasto y distribución.
Por ello, el flujo de mercancías alimentarias que se ofrecen diariamente en sus instalaciones supera ampliamente las 35 mil toneladas de una amplísima variedad de alimentos procedentes de todas las regiones del mundo, volumen y variedad que la convierten en el mercado mayorista más grande y diverso del orbe.
No existen mercados que se puedan comparar con Ficeda en extensión y variedad de alimentos, y sus más cercanos competidores son el mercado mayorista de Rungis, en París, y Mercasa, el centro de abastecimiento de la república española.
Pero las diferencias son abismales: Rungis está construido sobre una superficie de 232 hectáreas y Mercasa en una de 176, mientras que la Central de Iztapalapa está asentada en una extensión de 327 hectáreas, territorio en el que podría construirse siete veces una ciudad de las dimensiones de El Vaticano.
El volumen de negocios que ese intercambio representa hacen de la Central de Abasto el segundo centro comercial más importante del país, superado únicamente por la Bolsa Mexicana de Valores (BMV).
Sin embargo, ni siquiera en el mercado bursátil se ven los flujos de dinero contante y sonante que se depositan diariamente en los bancos asentados en Ficeda, en cuyos sótanos y pasillos se pueden ubicar sucursales de todas las instituciones que forman el sistema bancario del país.
Según estimaciones de especialistas universitarios y del propio mercado, el flujo de efectivo que generan las transacciones en la Central oscila entre los 10 mil y los 15 mil millones de dólares anuales.
De esa cantidad, cerca de mil millones de dólares corresponden a actividades de comercio internacional que diversas empresas realizan a través de su infraestructura.
En esas 327 hectáreas se ubican cerca de 4 mil locales y bodegas, pisos de remates de productos frescos y locales comerciales, que se subdividen en cinco grandes estructuras: el mercado de flores y hortalizas, a cielo abierto; el de abarrotes y granos; el de frutas y legumbres, con grandes bodegas y sistemas de refrigeración; pescados y mariscos, y la zona de subasta, de 10 hectáreas de pasillos techados, a la que también se le conoce como Mercado de Productores.
La actividad en el mercado es vertiginosa y nunca cesa, pese a que el mercado cierra al público de las 18:00 a las 19:00 horas, en las que se realizan labores de mantenimiento. Después de esa hora la actividad se centra en el mercado abierto de flores y hortalizas, donde el intercambio mayorista termina alrededor de las cuatro de la mañana para dar paso a los que se dedican al medio mayoreo y al detalle.
De las cuatro a las seis de la mañana la acción se concentra en la zona de subasta, a la que comienzan a llegar los operadores a las tres de la mañana. A partir de las seis, el medio mayoreo y las ventas al detalle se adueñan de los pasillos de los mercados de abarrotes y de frutas y legumbres hasta las seis de la tarde del siguiente día en el que se reproduce el ciclo ininterrumpido de Ficeda.
Cerca de 300 mil personas recorren diariamente las áreas de comercialización del mercado, a los que se añade el ingreso cerca de 66 mil vehículos de carga de diferentes capacidades.
En la metrópoli de la alimentación atiende una planta laboral de cerca de 80 mil personas, entre empleados del fideicomiso, de las instituciones bancarias, de las empresas, de las bodegas y locales comerciales.
Entre ellos destaca una nutrida comunidad de más de 4 mil “diableros”, como se les conoce a los hábiles trabajadores que mueven la mercancía al interior del mercado.
No es fácil ser conductor de un diablito o carretilla manual de carga. Un solo trabajador llega a desplazar hasta 800 kilos en una sola carretilla, y el peso impone velocidades de alto riesgo en los oscilantes pasillos del mercado, que ya han cobrado víctimas mortales entre diableros y comerciantes..
Como si fueran vehículos motorizados, los diablitos están emplacados y el conductor debe tener licencia para conducirlos, que expenden las dos organizaciones que detentan la propiedad de los diablitos y los alquilan a los endemoniados tamemes del mercado más grande del mundo.