Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
¿Quién nos contradice?
En 2012 advertimos que el candidato a edil en Naucalpan, David Sánchez Guevara, sería un error del tricolor. Se burlaron de nosotros. Dejó al municipio como lazo de cochino, aún hoy. Y con grave deuda. Renunció a la alcaldía un año antes de concluir. Y lo hicieron candidato a diputado federal. Ganó para escapar, creyeron, con el fuero federal, de sus tropelías. Hoy nos dan la razón Ya está en la cárcel acusado de peculado. Y de sus cómplices qué, señor Procurador.
Sucede su captura al tiempo que la secretaría de la Función Pública declaraba, legítima, legal, justa, amable, decente y todos los etcéteras, la compra de las famosas casa blanca, en las Lomas de Chapultepec y en el Club de Golf Malinalco, Estado de México a la empresa que obtenía contratos de obras por miles y miles de millones de pesos, en esa época. Buena alegoría del gobierno federal. ¿Una por otra?
Logramos reunir otras metáforas que no tienen contradicción. Son de tal sencillez que vale la pena releerlas. Por ejemplo que envejecer es la única manera de vivir mucho tiempo. Como que la edad madura es aquella en la que uno es todavía joven, pero con muchísimo más esfuerzo.
No nos cansamos de repetir que lo que más atormenta de las locuras de juventud no es haberlas cometido sino no poder volver a cometerlas.
Y que envejecer, a veces, es pasar de la pasión a la compasión. Muchas personas no llegan a los ochenta porque pierden mucho tiempo para quedarse en los 40. A los 20 reina el deseo, la razón a los 30, a los 40 la alegría. Cuando se doblan llega el juicio: quién nos contradice.
Es cierto. El que no es bello a los 20, fuerte a los 30, rico a los 40, ni sabio a los 50; nunca será ni bello, ni fuerte, ni rico, ni sabio. Cuando se pasa de los 60 son pocas las cosas que nos parecen absurdas.
Los jóvenes piensan que los viejos son tontos; los viejos saben que los jóvenes lo son. Tenemos pruebas en México.
La madurez del hombre es volver a encontrar esa misma serenidad que disfrutaba cuando era niño. Esa, la da el tiempo, que aquellos aún no pueden comprender. Aun cuando nada pasa más de prisa, que los años.
Cuando eran jóvenes se decía: “verán cuando tengamos 50 años”. Tienen 50 años y no ven nada. En los ojos de los jóvenes arde la llama, en los ojos de los viejos brilla la luz.
La iniciativa de los jóvenes vale tanto como la experiencia de los viejos. Siempre habrá un niño en todos los hombres.
A cada edad le corresponde una conducta diferente: Los jóvenes andan en grupo, los adultos en pares y los de mayor edad, solos.
Feliz aquel que en su juventud fue joven y feliz. Pero, además sabio en su vejez. No es verdad que todos deseamos llegar a viejos… y menos negar que se haya llegado.
Hay que reconocer, empero, que muchos, casi todos, no comprenden esto de los años. Olvídalo. No obstante, vívelos bien.