Descomplicado
¿Qué vida nos espera?
Desde siempre, no de ahora, se ha preguntado ¿qué país dejaremos a nuestros hijos? Qué vida les espera. Sin advertir o contemplar que la tierra es el legado para nuestros descendientes.
Y nosotros los responsables de lo que nos quejamos. Pero no hacemos algo para remediarlo.
Somos seis mil millones de almas en convulsión constante. En un planeta de 540 millones de kilómetros cuadrados. Seis mil cuatrillones de toneladas de roca y más de mil trillones de toneladas de agua. Repartidos en razas, religiones, gobiernos, que, ya lo vemos, lo comprobamos, no saben ponerse de acuerdo.
Todas nuestras guerras. Nuestros problemas. Nuestras grandezas. Nuestras miserias son culpabilidad del poco entendimiento de quienes poblamos la Tierra.
Llámense países, naciones, estados o pueblos que todavía no entienden, o no quieren hacerlo por beneficio propio, que este planeta es invulnerable aún, inmune, por su tamaño y grandeza a los actos de los hombres, hagamos o dejemos de hacer.
Con armonía, en todas las civilizaciones, se ha logrado la tecnología. El arte. La concordia de razas, etnias. El amor. Pero, con el tiempo, y la envidia, surgió el odio. La discrepancia. La necesidad de tener más y más que los demás.
La vida, llámese como se llamen a los países, a los estados, a las repúblicas, Del continente en que se encuentren. Continuamente gira en bien y en mal. Nacen unos, mueren otros. Pero nadie, ninguna civilización, así llamémosla, hace nada por evitar el fratricidio. Lo vemos, lo escuchamos, lo sentimos. Está latente en toda latitud.
Todo nuestro amor, todo nuestro odio, hace que la flora y la fauna desfallezcan. Hoy estamos en guerra en diversas latitudes. Dentro y fuera del país en que vivimos. Sin darnos cuenta, porque mejor criticamos al gobierno que nada hace, que a los hombres y mujeres que tampoco se preocupa por mejorar nuestra vida. Y la de nuestros semejantes.
No sabemos perdonar, como nos perdona en quien, de diferente forma, creemos. Pero es el mismo. Matamos y también nos matan, en un círculo que solamente genera llanto, lástima, odio, pero sobre todo rencor entre los hombres que formamos una sola civilización, que aún no comprende que debemos vivir fraternalmente.
Pensamos aún en qué país dejaremos a nuestros hijos sin tomar en cuenta que cuando se siente uno agobiado por la vida. Cuando sientas que tus problemas son enormes. Y que lo que hagas o dejes de hacer, hace una inmensa diferencia, solo cierras los ojos, maldices, y lloras.
Tengamos, para reivindicar nuestra premisa, una lección de humildad. Lo pequeño que somos. Lo irrelevante de nuestros problemas y diferencias. En contraste con el planeta Tierra que tolera todas nuestras desavenencias.
Y gira, tan apacible, alrededor del que nos da luz y sombra. Frío y calor: El Sol.