Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
La vejez (3) y la prédica
En cuanto el joven mandatario concluya su periplo vacacional por China y Australia, no hay duda de que se unirá al duelo mundial que envuelve a México por la ausencia, asesinato dice el Papa Francisco, de 43 normalistas de Ayotzinapa.
Seguramente que el señor de Los Pinos utilizará su prédica en radio y televisión para comentarnos sus logros allá: cuántos litros de tequila más venderemos y toneladas de frambuesa al Oriente. Y cuándo, no cuánto, llegarán las inversiones ofrecidas.
Prudente también que comente –conteste—a los cien obispos sobre la crisis nacional en que vivimos: “No queremos más sangre. Más dolor. Más desaparecidos. Más muertes, ni más vergüenza”.
Es cierto, veamos qué nos dice sobre las personas sometidas por el miedo. Indefensas ante los criminales, por la lamentable corrupción de las autoridades. Que nos diga por qué la clase gobernante exhibe una mediocridad pasmosa. A su ineptitud suma negligencia y desaseo. Que explique qué va a hacer contra la degradación social cuando vemos que grupos marginales desafían a un poder impotente. Un poder sin autoridad. Y no se les castiga.
Ojalá diera luz sobre la coincidencia, con gráficas en dos revistas. Una en una dónde la ex primera dama habla de vivir humildemente, en una casa de tres millones de pesos que su marido se auto prestó cuando dirigía Banobras. Y la otra en donde la actual presume en la que vivirán cuando abandonen Los Pinos, y que paga en abonos los ochenta millones que cuesta. No queremos oír, claro está, que “vivimos en un mundo feliz”, su credo.
Nosotros, en tanto, haremos una reflexión más, la 3ª, sobre las estaciones del ser humano: La vejez. Esta es lo más inesperado de todo lo que le sucede al hombre. Descansar no es suficiente: hay que meditar. La edad se apodera de nosotros por sorpresa, sin sentirla llegar.
Cuando me dicen que ya estoy demasiado viejo para hacer una cosa, me apresuro a hacerla enseguida, dijo airado el pintor y enamorado Pablo Picasso. Nadie mentiría al decir que una vejez feliz es como la cereza del pastel de la fiesta.
Los viejos damos buenos consejos porque ya no podemos dar malos ejemplos. Somos solamente seres humanos antiguos: Amamos las catedrales antiguas, los muebles antiguos, las monedas antiguas, las pinturas antiguas y los viejos libros. Pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral y espiritual de los ancianos diría con sabiduría Lin Yutang.
Es obvio que en este mundo, todos queremos llegar a viejos, pero ninguno quiere admitir que ya llegamos. Cuanto más envejecemos más necesitamos estar ocupados. Es preferible morir antes que arrastrar ociosamente una vejez insípida y vacía.
Quien diga “yo no tengo tiempo para hacerme viejo”, miente a secas. Y se le perdona el desliz. Cuando ya se han cumplido 80 años todo contemporáneo es un amigo. Y lo vemos con tolerancia y reconocimiento. Hay que estar agradecidos de nuestra edad, pues la vejez es el precio de estar vivos.
La vida transcurre como un autobús en el que unos pasajeros suben y otros bajan. Hay que estar preparados para cuando nos toque a nosotros. Hay que dejarse llevar suavemente por la corriente como la hoja que se desliza sobre su superficie. Y disfrutar del regalo de la vida mientras podamos y estemos presentes en este mundo.
En tanto llega ese día, también estamos en duelo permanente, por todo lo que pasa en México.