Visión financiera/Georgina Howard
Si, se puede
Más o menos es lo que dice el slogan del PAN.
Sobre todo a los que han sido poco honestos en su función. Así le pasó a doña Margarita –sin deberla– quien quería una diputación. Y estaba segura de obtenerla. Le dieron la espalda. Era obvio, le dijeron.
Se olvidó que su marido Felipe, cuando pudo, hizo lo mismo. Y ni quien se sintiera. Que entonces pretenderá ser líder del blanquiazul, de risa. Si no le dieron el voto para llegar al Congreso, menos para que los lidere. Por eso hay que recordarle a ella y a ellos que «los buenos amigos son como los edredones: envejecen contigo pero nunca pierden su calor. Y menos olvidan porque no tienen memoria.”
Hemos visto a muchos amigos dejar este mundo, demasiado pronto; antes de comprender la gran libertad que viene con el paso del tiempo. Con él aprendes y comprendes a tus congéneres. Y te das cuenta que nada ha cambiado. Por el contrario sigue vigente la ley del más fuerte. Caiga quien caiga. Pobres o ricos.
Con los años a nadie le incumbe, si lees o juegas en la computadora hasta las cuatro de la mañana o duermes hasta el mediodía. Bailar consigo mismo las maravillosas melodías de los años pasados y si al mismo tiempo, quieres llorar o no. Sí. Pero por el hambre que se acrecienta día a día en todo el mundo. Especialmente en nuestra nación, por sus malos administradores, ávidos de una riqueza, que no podrán gastar nunca.
Podemos caminar por la playa, en traje de baño que se estira sobre un cuerpo abultado y se sumerge en las olas, con abandono, a pesar de las miradas compasivas de la adolescencia. Ellos, también, ojalá lleguen a nuestra edad.
Olvidarnos, como el gobierno, de los ofrecimientos hechos. De una casa blanca o deportiva. Y, con el tiempo, recordar las cosas importantes. Pero ya para qué.
Claro, con los años, el corazón se ha roto. ¿Cómo puede un corazón no romperse, cuando se pierde a un ser querido, o cuando un niño sufre, o incluso cuando alguien es atropellado por un coche? O contemplar asesinatos por cientos, sin que nadie haga algo. Pero los corazones rotos son los que nos dan la fuerza, y la comprensión y la compasión. Como en Michoacán. Guerrero, Estado de México, Tamaulipas, San Luis Potosí, Chiapas. Un corazón que nunca se rompió, es prístino y estéril, y nunca sabrá la alegría de ser imperfecto. Tenemos el mejor ejemplo: México. Pese a lo que acontece.
No olviden, sobre todo los jóvenes con mando, que a medida que se envejece, es más fácil ser positivo, preocupa menos lo que otros piensan. Incluso hemos ganado el derecho a equivocarnos.
El ocaso de la juventud nos ha hecho libres. Que nos guste la persona en que nos hemos convertido. No vamos a vivir para siempre, pero mientras todavía estemos aquí no hay que perder el tiempo en lamento de lo que pudo haber sido o preocuparnos por lo que será. Podemos beber güisqui todos los días, sin exceso. Comer lo que se quiera, y roncar a pierna suelta si nos da la gana. Y, perdón, alguna otra cosita que, claro como diría el tricolor: “Sí se puede”