Escenario político
Al libro y su lectura
Acaba de inaugurarse la Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería: “La lectura, motor de cambio para México”, diría José Narro Robles, rector de la UNAM. Por ello, qué mejor motivo para los que leen y escriben. O solamente leen, recordarles que un libro abierto es un cerebro que habla. Cerrado, un amigo que espera. Olvidado, un alma que perdona. Destruido, un corazón que llora.
Esta alusión se nos ocurre también por el Día del libro y el Derecho de autor. Que corresponde con el fallecimiento de los escritores Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Garcilaso de la Vega, en el año 1616. Otros literatos, a quienes recurrimos, lo invocan con metáforas que consideramos, con humildad, puntuales.
Por ejemplo: “Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros, quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; nosotros somos incapaces de imaginar un mundo sin libros”.
Otros, como John Ernest Steinbeck, se refieren a ellos con increíble agudeza: «Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública, puede medirse la cultura de un pueblo”.
O Miguel de Cervantes, en El Quijote, advierte a su fiel escudero que “la libertad de leer, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Es cierto: “Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo”, diría en su oportunidad Miguel Delibes. O “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”, confesó Mario Vargas Llosa.
“Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer” apuntó Alfonso V. “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma“, diría Marco Tulio Cicerón.
“Siempre imagine que el paraíso sería un tipo de biblioteca” afirmó Jorge Luís Borges, quien añadiría que “sólo el corazón puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”.
“Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros”, escribió Adolfo Bioy Casares y “si a cambio de mi amor a la lectura viera a mis pies los Tronos del mundo rehusaría el cambio”, mencionó François Fénelon.
Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres ya empezaría a ser dichoso. Hay esencialmente dos cosas que te harán sabio: los libros que lees y la gente que conoces. Por supuesto que cuando oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien por él.
“Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”, apuntó Anne Frank, la niña víctima de la barbarie nazi.
Querer cambiar el mundo no es locura ni utopía, sino justicia, agregaríamos nosotros después de leer tanta sabiduría junta.