Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
La “juanita”, o la reforma educativa
“La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar. Porque le falta, porque no tiene, marihuana que fumar”. Similar a suspender la evaluación de los docentes anunciada por la SEP. No hay la menor duda que es el más duro golpe que haya recibido la credibilidad reformadora del joven presidente de México. Pero mejor hablemos de otra marihuanada. Explicar, diríamos, algunos pormenores.
Por supuesto que tiene efectos terapéuticos, nada del otro mundo. En México, en los años treinta del siglo XX, se expendían en boticas, así se llamaban entonces, los famosos cigarrillos balsámicos del doctor Andreu, integrados precisamente por cannabis. Y eran, nos consta, remedio básico para contrarrestar los efectos nocivos, falta de respiración entre otros, del asma. O se usaba con alcohol para fricciones corporales, En fin, ésa era la “juanita”.
Entremos en materia:
La abadesa alemana Hildegarda de Bingen (1098-1179) lo cultivaba en el jardín de su convento junto con otras hierbas más modestas. Promovía su uso para hacer frente a las náuseas (antiemético) y al dolor de estómago. Quienes lo consumen también alegan que relaja los músculos.
En el siglo XIX, un médico irlandés, William Brooke O’Shaughnessy, volvió a hablar de estos efectos del cannabis (antiemético, analgésico y relajante), por lo que se empezó a vender con toda tranquilidad en las farmacias, incluso en Estados Unidos, donde llegó a tener su espacio en la farmacopea oficial (sustancias reconocidas y permitidas por su efectos medicinales) hasta 1936.
Hoy en día, la fiebre por el cannabis (hablaremos de sus causas más adelante) ha motivado numerosos intentos de demostrar que se trata de una planta medicinal extraordinaria.
Claro que se crea información falsa sobre el cannabis. Sin querer molestarlos, igual que los políticos con sus ofrecimientos.
Determinadas páginas web poco fiables sostienen que tiene efectos sobre el autismo, la paraplejía, el Parkinson, el cáncer, el Alzhéimer, las úlceras, las diarreas, las migrañas, las enfermedades autoinmunes, la depresión, la esquizofrenia, el insomnio o la drogadicción y para tratar la dependencia a la cocaína. Y también que habría que suministrárselo a los niños para tratar el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
Por supuesto que todo eso es absolutamente falso. Hay que tener cuidado con la credibilidad de las fuentes en las que uno decide informarse. Acontece, como la publicidad sobre candidatos a heredar algún cargo.
Y en contrario, sabemos, porque así se ha demostrado, que el consumo de marihuana en la adolescencia aumenta los riesgos de psicosis en la edad adulta, además de provocar un descenso temporal de las facultades cognitivas.
Los estudios científicos realizados no han hecho sino confirmar lo que Hildegarda de Bingen (y probablemente unos milenios antes también los chamanes) ya sabía: que el cannabis ayuda contra las náuseas, estimula el apetito, relaja los músculos y tiene un ligero efecto analgésico.
En este contexto, era de suponer que ayudaría a pacientes tratados por quimioterapia contra el cáncer (que tienen náuseas y dolores), a los enfermos de sida (que pierden el apetito) y a las personas con tensiones incontrolables y dolorosas en los músculos (epilepsia, esclerosis múltiple o el síndrome de Tourette, que provoca tics nerviosos).
Los estudios científicos han concluido sobre los siguientes efectos terapéuticos, a los que no obstante acompañan determinados efectos indeseados ya mencionados. El paciente deberá evaluar con un médico si la relación riesgo-beneficio es positiva:
Cáncer: El cannabis es eficaz contra las náuseas y los vómitos provocados por la quimioterapia en el marco del tratamiento contra el cáncer.
Los que versan sobre este tema no se apoyaron en el cannabis fumado, sino en cápsulas con entre 5 y 10 mg de THC (dronabinol-Marinol) administradas por vía oral. Son legales para estos casos en Canadá. La penetración del THC en el organismo en estas dosis es prácticamente la misma que cuando se fuma un porro, sin los efectos nocivos de las toxinas que desprende la combustión (alquitrán, monóxido de carbono).
La eficacia del cannabis sería entonces superior a la de los medicamentos tradicionales contra las náuseas, pero inferior al ondansetrón, un nuevo tipo de medicamento. Pese a todo, los efectos secundarios indeseados son notables.
En estudios llevados a cabo en cerca de 1.400 voluntarios sometidos a quimioterapia (en principio favorables al tratamiento), el 10% dejó el tratamiento por sus efectos indeseados: depresión, alucinaciones, paranoia e hipotensión.
Sida: El cannabis también resulta eficaz para que los enfermos de sida recuperen el apetito y contra la pérdida de peso que provoca esta enfermedad, pero tiene los mismos efectos secundarios.
Dolores: Unos estudios de 1975, por lo tanto algo antiguos ya, llevados a cabo sobre unos pocos pacientes con cáncer concluían que el cannabis podía ser eficaz contra los dolores ligados al cáncer,
Esclerosis múltiple: el THC puede mitigar los temblores, los dolores y la pérdida de movilidad provocados por la esclerosis múltiple. En Canadá existe un tratamiento que se vaporiza bajo la lengua y cuyo uso está permitido.
Por último, hay también casos anecdóticos de pacientes que afirman que el cannabis les alivia el glaucoma (enfermedad de los ojos), al reducir la presión ocular.
Ya ha quedado claro que, desde el punto de vista terapéutico, el cannabis no es nada del otro mundo y que, como droga, nunca ha sido masivamente codiciada por adolescentes y adultos en busca de sensaciones y evasión.
Pese a todo, algunos poetas parisinos (como Baudelaire) de finales del siglo XIX hicieron uso del cáñamo para buscar inspiración y explorar los “paraísos artificiales”, pero pertenecían a un movimiento marginal y socialmente elitista.
¿Cómo ha pasado el cáñamo de forma tan radical de ser considerado una planta vulgar al estadio de planta mítica, al de nueva “fruta prohibida”, oficialmente censurado en la mayoría de países pero consumido con regularidad por 20 millones de personas en Europa?
Una vez aclarados todos los aspectos del consumo de cannabis ligados a la salud, lo que sigue va dedicado a los que quieran profundizar en los aspectos sociológicos del fenómeno.
Todo cambió en la Jamaica de la década de 1930, isla del Caribe que servía de primera etapa en la ruta de la trata de negros hacia América. En ella se han ido mezclando durante cinco siglos poblaciones africanas (sobre todo del África occidental) y europeas, quienes introdujeron la Biblia. Incontables iglesias de raíz protestante son frecuentadas por sus habitantes.
Con la abolición de la esclavitud en 1838, mano de obra india (de la India) empezó a fluir hacia Jamaica. E introdujo las tradiciones del ashram indio, como el régimen vegetariano, la meditación y, sobre todo, el uso del cáñamo –denominado con el término sánscrito ganjah por esta tradición– en los rituales religiosos.
La ganjah se extendió con rapidez por toda Jamaica, más allá de la comunidad india, al tiempo que fermentaban los movimientos proféticos y revolucionarios.
Tenemos al menos tres probabilidades entre cinco de morir por una “enfermedad del estilo de vida” asociada a la alimentación, a la falta de actividad o al tabaquismo. Es el resultado de un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero también tiene un 80 por ciento de probabilidades de prevenir esas enfermedades, o incluso de curarlas, adoptando algunos sencillos hábitos que quizá su médico no conozca.
Invítelo, como hacen muchos conocidos que viven de nuestro presupuesto, a comprar cáñamo o autorizar el cannabis, vulgo marihuana. Seguramente se despacharía en las instituciones médicas oficiales a menor costo y, claro, mucho más en las privadas. A los precios que acostumbra a su afamada clientela, y que pagamos los contribuyentes.