Poder y dinero
Mejilla con mejilla
Tienen toda la razón. Dejemos descansar, por hoy, tanta tragedia, que no podemos ocultar y recordemos los buenos ratos de nuestra adolescencia. En donde bailar, antiguamente, ‘mejilla con mejilla’, era algo que los jóvenes de hoy no conocen como preliminares de un acto de atracción.
En los bailes de antaño los muchachos recorríamos el salón en busca de la chica ideal para iniciar un romance. Y más cuando sabíamos que asistiría con un pariente. Si ella era localizada en una mesa con sus padres, nuestras piernas temblaban. Pero el amor propio y el reto de los amigos tal vez eran el combustible para tomar coraje, atravesar el salón y llegar a la mesa con la invitación formal: ¿Quieres bailar?
El «sí» de ella podía significar que también quería bailar, pues sus ojos ya se habían cruzado en algún momento del baile, pero podía ser apenas un «sí» formal para no rechazar a un chico audaz. En este último caso, la regla que la joven aprendió en casa con la madre, era bailar como máximo tres piezas para no significar que había más interés que el de la buena educación.
Mientras tanto, si ‘funcionaba’. ¡Ay Dios! Los bailes se prolongarían durante toda la fiesta y, a la hora exacta, los rostros se unían y la seducción comenzaba con una charla en el oído.
El acto de seducir se transformaba en una enciclopedia romántica en la que valían hasta mentiras ingenuas. Regresemos a estos días…No hay más ‘mejilla con mejilla’, no más baile suave. Los conjuntos melódicos son apenas buenos recuerdos y los clubes han cerrado los salones que tenían música ligera para los jóvenes. Ya no hay cafés cantantes ni grandes lugares para escuchar música en vivo y poder bailar.
El beso robado, cuando las luces disminuían de intensidad, era, tal vez, el único en toda la noche. Hoy, las chicas apuestan a quien besa más chicos en una noche y se vulgarizó el acto más sublime de un inicio de conquista.
El baile ‘funk’, más que una reunión de jóvenes de hoy, la seducción se transformó en agresión sexual… para ambos lados. Sin ‘tragos’, o ‘algo’, no hay ni siquiera una aproximación de personas de sexo diferente. No mejilla con mejilla ni aun cuando el de los discos pone algo lento para descansar. Los requiebros y los empujones substituyeron los pasos cadenciosos. No se baila más. El barullo acabó con el diálogo y sin diálogo, no hay seducción.
Está bien, somos viejos cuando hablamos de ‘mejilla con mejilla’, pero nadie puede quitar de nuestra memoria el tiempo mágico donde la caballerosidad de una danza nos hacía flotar por salones con personas especiales. Quien no ha bailado, al menos una vez en la vida ‘mejilla con mejilla’, no sabe de lo que se ha perdido. Palabra. Se los dice un experto.
Por cierto, aún escucho la música con la que bailaba con Bety, ella ya en el cielo yo, apenas en las nubes.