Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Buenas demandas
Ya escuchamos al Santo Padre. Sus homilías llenas de sabiduría y verdad. Su amor por los pobres. Y casi su perdón para quienes abusan del poder, para engrosar sus cuentas de banco. A costa de quienes pagamos esos abusos. Les quedan, acaso, tres años.
Su gran cariño por nuestra madre María de Guadalupe. Y su petición de que México, sus habitantes, luchen por su dignidad y no permitan el abuso que no cesa. Ceremonias en donde ha sido claro en su hablar. Directo al pedir. Amable al exigir. Pero sensato y severo, al demandar trato justo de poderosos a necesitados. De gobierno a pueblo.
Humilde cuando solicita de todos rezar por el Papa Francisco.
Su Santidad, hemos escuchado tu predica humanitaria. Ojalá y obtengas respuestas firmes del joven que ya convertiste en adulto. Debe demostrarlo, en bien de todos, Y en respuesta a tu reclamo digno.
Llegas en el momento preciso. Cuando termina la mitad de un sexenio. Y al inicio del último tramo. Pídele a Dios que voltee a vernos. Ya es tiempo, palabra.
Has sido Tú, Vicario de Cristo, frente a frente, contrario a las prédicas insensatas de políticos, que ya nos tienen hartos y fatigados Vale la pena recurrir a otros artificios. Hagamos un paréntesis. Olvidemos nuestras desgracias, que, si las enumeraras, no acabarías nunca.
Volvamos ahora al ingenio que, como tu amabilidad, tan poderoso, capaz de arrasar con los malos resentimientos.
Cuando el humor rima con la cultura es preciso darlo a conocer. Aprovechamos el trabajo de diversos escritores. Hacerlo fácil de digerir. Pero sobre todo compartirlo con nuestras amistades.
No será difícil que algunas de las buenas respuestas ya se conozcan. Pero no están por demás. Sobre todo, si endulzan el día. Y hace olvidar penurias y nombres no obstante tu presencia, mensajero de la paz.
Veamos el ingenio, ajeno, por supuesto.
A un almirante británico que afirmaba: «¡Vosotros los franceses lucháis por el dinero, nosotros los ingleses por nuestro honor!». Robert Surcouf, célebre corsario nativo de St. Malo, le replicó: «¡Señor, cada uno lucha por lo que no tiene!».
Fue el intercambio entre los dos rivales políticos del siglo 18, John Montagu, Conde de Sandwich y el reformista John Wilkes. Montagu dice a Wilkes: “Señor, no sé si moriréis en el patíbulo o de sífilis”.
Wilkes contesta: Eso depende, señor. Si abrazo sus principios o a su querida.
Lady Astor increpó un día a Winston Churchill: “¡Señor Churchill, Ud. es un borracho!”.
El responde de inmediato: “¡Y usted, señora, es fea… pero yo, mañana, estaré sobrio!”.
Cindy Crawford a Amanda Lear durante un cóctel: “Gracias por enviarme su libro, me ha encantado. Pero dígame, ¿quién se lo ha escrito?”.
Amanda con sonrisa vitriólica: “Me complace enormemente que haya apreciado mi libro. Pero dígame, ¿quién se lo ha leído?”.
La fealdad del Príncipe de Conti era notoria. Por esto su mujer le engañaba sin vergüenza alguna. Un día al irse de viaje de Conti le dijo a su esposa: “Señora, le recomiendo que no me engañe durante mi ausencia”.
Y su esposa le susurró: “Señor, puede irse tranquilo: sólo tengo ganas de engañarle cuando le veo”.
Churchill un día, bromeó a George Bernard Shaw, al acusarlo de que estaba muy delgado: “Al verle, todo el mundo podría pensar que la hambruna reina en Inglaterra”.
A lo cual Bernard Shaw replicó: “Sin embargo al verlo todo el mundo podría pensar que es usted la causa”.
En el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, el profesor Louis Jouvet a François Périer, joven alumno: “Si Molière viese cómo interpretas a su Don Juan, regresaría a su tumba”.
Y Périer, en el mismo tono le contesta: “Como Ud. ya lo ha interpretado antes que yo, esto lo volverá a su posición inicial”.
“Señora va a echar mucho en falta al mariscal”, le aseguraron a la viuda del Mariscal de Boufflers durante su funeral.
“Seguramente, pero por lo menos sabré dónde pasa sus noches”, suspiró.
“Señor de Rivarol, ¿cuántos años me echa?”, le pregunta una vieja coqueta al hombre célebre.
“¿Porqué tendría que echarle años, señora? ¿No tiene Ud. ya los suficientes?”.
La elegancia en las contestaciones nos permite a nosotros sostener que la verdad se corrompe tanto con la mentira. Como con el silencio. Pero, siempre, prevalece el ingenio y la cultura.