Jubileo 2025: Llevar esperanza a donde se ha perdido/Felipe de J. Monroy
Muerte en Lecumberri (2)
Nadie, desde ese momento le prestó atención. Pormenores de la fuga
Organizada nuevamente la vigilancia, se precedió a conocer los pormenores de la fuga.
En grupos, los vigilantes incursionaron en las crujías N y M, donde se inició la escapatoria. Detuvieron a Jesús Cambray. Asustado, reveló los pormenores.
Desde temprana hora, los conjurados estaban preparados. Fidel Corvera Ríos guardaba un pistola calibre .38, automática, con tres cargadores. Cuando oscureció a las 18:15 horas, Corvera Ríos y Leopoldo Necoechea Pichardo, se alistaron a todo. Con ellos aguardaba impaciente Jesús Campos Flores.
Los tres, el decir de Jesús Cambray, que se enteró de los planes, eran los únicos que pretendían alcanzar la calle. El resto se unió a los fugitivos al darse cuenta de la «operación fuga».
Leopoldo Necoechea Pichardo salió apresuradamente de la celda de Fidel Corvera Ríos. Tartamudo, se acercó al celador Enrique Castillo Castro, y le dijo: «Fidel está muy malo. Venga rápido, es necesario atenderlo». El celador, cándidamente, empuñó su fusil que tenía en la boca un trocito de trapo con aceite. Entró en la celda. En cuanto traspuso la puerta, recibió un golpe en la nuca. Lo atontó, pero no lo hizo perder el sentido, Pudo emitir algunos gritos de auxilio, que sólo fueron escuchados por otros reclusos, que presurosos acudieron para ver que acontecía.
Leopoldo Necoechea los ahuyentó. Y una calma aparente volvió a renacer. Entretanto, en la celda, Fidel Corvera había despojado de su uniforme de celador a Castillo Castro y se había vestido con él. Campos Flores aprovechó el tiempo para maniatar al vigilante.
La operación se repitió. Campos Flores llamó a otros dos celadores —Manuel Cardona Sánchez y Fidencio Roldán Morán—, quienes sin precaución alguna entraron en la celda a Corvera.
No sintieron temor porque vieron a un compañero de ellos uniformado, que platicaba pacientemente con Leopoldo Necoechea Pichardo. Cuando se dieron cuenta de la trampa, ya era tarde. Habían caído en el garlito. Con sigilo absoluto, bajo la amenaza de la pistola y el mosquetón de Castillo Castro, obedecieron ciegamente.
Se despojaron de sus uniformes, que sirvieron para vestir a Necoechea Pichardo y a Campos Flores. Ya vestidos de vigilantes, los tres reclusos de la crujía N caminaron hasta la muralla.
Con la ayuda de otros reos iniciaron el escalamiento para llegar a la crujía M. Cuando se dieron cuenta, con ellos venían Tony Espino, Manuel González Sánchez, Salvador Zavala Pérez y Enrique de los Santos Treisier. No hubo objeciones.
Todos intentarían la fuga. Escudándose con las sombras de las salientes de los techos, llegaron hasta la crujía J. A los habitantes singulares de este lugar, los amedrentaron con la pistola. «A quien hable o se mueva, lo mato», dijo Fidel Corvera. Brincaron la pequeña barda que da al corredor. Primero lo hizo Fidel Corvera Ríos. Más tarde Leopoldo Necoechea Pichardo. Lo siguieron Enrique de los Santos Treisier, Tony Espino y Jesús Campos Flores.
En silencio, como si fueran fantasmas uniformados, se proveyeron de una rudimentaria escalera de madera, que los presos previo plan, habían abandonado en ese patio, desierto de día y de noche.
La escalera quedó colocada sobre la muralla. Fue Fidel Corvera Ríos quien inició el ascenso. Seguido de cerca por Leopoldo Necoechea Pichardo y Manuel González Sánchez llegó hasta el garitón, en donde estaba distraído el vigilante José del Carmen Solís Espada.
Sin darle oportunidad a nada, lo desmayaron. Al caer el guardia sobre el teléfono lo descolgó. La comunicación se hizo al instante y el telefonista reportó algo anormal en el garitón número 8.
Acudieron presurosos varios uniformados y grande fue su sorpresa al descubrir que un grupo de reclusos pretendían subir a la muralla. Los disparos no se hicieron esperar. Llovió plomo contra los fugitivos.
El primero en ser tocado fue Tony Espino. Se desplomó cuando había subido más de la mitad de la escala. El otro fue Jesús Campos Flores que seguía de cerca a Tony. Y el tercero recibió un impacto de bala en la cadera izquierda. Él también estuvo cerca de libertad.
Los golpes abundaron sobre Salvador Zavala Pérez. Pero uno lo noqueó momentáneamente: un culatazo en el parietal izquierdo. Los celadores estaban anonadados. No sabían si disparar contra los hombres que llevaban sus mismos uniformes. Sin embargo, algo los hizo reaccionar: los disparos que desde la muralla hacía Fidel Corvera Ríos.
El fuego, entonces fue graneado de ambos lados. Los celadores reforzados disparaban a diestra y siniestra. En cambio Fidel apuntaba a un solo punto: ellos.
A punto de disparar una ametralladora
De haber tardado un minuto más los celadores, Fidel Corvera Ríos o sus secuaces que estaban en la muralla, hubieran podido
maniobrar la ametralladora con que estaba provisto el vigilante. El arma fue encontrada movida de su sitio. El carro estaba accionado, pero no pudo ser disparada.
Corvera Ríos y sus cómplices tenían ayuda del exterior. Prueba de ello es que un automóvil Mercury 1958, placas 22-72-77, los esperaba. Solamente Fidel Corvera Ríos pudo subir a él. Existen confirmadas sospechas de que va herido. En el sitio donde se descolgó hacia la calle hay gotas de sangre, que aumentan su intensidad al llegar a la acera, junto a la muralla.
El otro evadido, Manuel González Sánchez, no utilizó el vehículo. Resultó ileso. Los agentes secretos encontraron en el puente de Hierro, a cuatro calles de Lecumberri, junto al Gran Canal de Desagüe, uno de los chaquetines que los reos usaron para su fuga.
Junto a la prenda de vestir, estaba Julián Plata (a) «El Bombero» —homónimo de Julián Plata Monroy, que participó junto con Fidel Corvera Ríos, en el asalto a una camioneta del Departamento del Distrito Federal—.
Los agentes secretos lo detuvieron. Actualmente es sometido a interrogatorios, pues fundamentalmente suponen que el individuo contribuyó para que los reos escaparan.
Menciónase que «El Bombero», que acaba de salir en libertad, estuvo recluido en la misma crujía de los evadidos. Tienen esperanzas los policías secretos en que este sujeto les proporcione datos que permitan la localización de, cuando menos, Fidel Corvera Ríos.