Visión financiera/Georgina Howard
Nunca sueño a colores. Siempre en blanco y negro ¿Será que nací en la época en que sólo había fotografías y películas sin color?
Esta madrugada me sueño en mi habitación. El cañón de mi revolver está topando con mi paladar. El metal se siente frío. Está amartillado y a punto de disparar el proyectil que me quitará la vida.
Recapacito durante mi viaje onírico y trato de poner en orden mis ideas.
¿Tengo problemas? Me pregunto. No, no los hay. Tengo salud y una familia que me quiere; amigos con quienes llevo una maravillosa relación y el entorno en el que vivo me hace feliz. Entonces, qué me lleva a este extremo.
Una voz (en off) me acicatea a que jale el gatillo.
– ¿Por qué? Inquiero.
– Así está escrito en el libro de tu vida. Hoy debes de acabarla.
Pasan por mi mente los episodios más relevantes de mi existencia:
– (Arriesgué el pellejo en la guerra, en disturbios estudiantiles o laborales, me lancé en paracaídas y trepé a las más altas montañas, penetré a las grutas y ríos subterráneos, afronté tormentas como marino y muchos etcéteras; derramé más adrenalina que sudor; pero, además, reconozco que siempre tuve temor. Hoy, que raro, no hay miedo aun cuando sé que en el momento de halar al llamador del arma todo acabará).
– Este es tu destino. Así debes terminar y ya, insiste la voz en off.
Otra vez mi mente divaga:
(Qué extraño, no tengo temor. Sé que será como cuando uno entra en un sueño profundo. Todo estará obscuro y ya.)
Son unos cuantos gramos de presión, de torque sobre el llamador. He tomado la decisión de apretar mi índice.
Un instante apenas antes de escuchar el estallido, ella toma mi brazo derecho, agarra el arma y la deja en la mesita de noche. Me lleva hasta la ventana. Saltamos los dos y un viento nos succiona.
– Es un agujero de gusano, un túnel del tiempo y el espacio, le digo. Estamos dejando la tercera dimensión para entrar a la cuarta o a la quinta. Quién sabe.
Llegamos a la playa. A la derecha hay un bosque de pinos y abetos. Una tenue niebla lo envuelve.
– No podía dejar que murieras– me dice ella. – Recuerda que somos un matrimonio, Hierogamos. Almas gemelas unidas por el Universo a las que nada ni nadie puede separar. Si mueres, mi espíritu morirá y eso sería peor que desaparecer físicamente. Mi alma no descansaría hasta volver a encontrar la tuya en el espacio.
Sentado sobre la arena observo el mar, ese cuerpo de agua que tanto amor y temor me ha dado. Allá, atrás del horizonte, donde está la obscuridad absoluta, en ese lugar estaría yo si ella no hubiera llegado a tiempo.
Se sienta junto a mí. Satisfecha de haber salvado a su alma gemela. Me abraza.
El tiempo cálido nos invita a caminar sobre la arena rumbo a los árboles.
– Qué raro ¡Somos invisibles! Caminamos tomados de la mano, pero invisibles. En medio de nosotros dos flotan unos anteojos. No tienen cristales, pero son convertidores a la 3D. Me los coloco y veo tu rostro.
– ¡Eres mi alma gemela! ¿Por qué tardaste tanto en llegar a mí existencia?
– El encuentro de las almas gemelas tiene su tiempo, su espacio en el Universo. Así es esto, respondes.
Caminamos rumbo al bosque de pinos y abetos. Una niebla cálida nos acompaña. Nuestras manos entrelazadas sienten esa pequeña vibración de los enamorados.
Despierto. Me doy cuenta de que yazgo aquí, en mi cama. Me yergo y me dirijo a la ventana a dar gracias al Creador por un día más. En el buró está mi arma y unos anteojos que nunca había visto en mi casa.
Qué extraño sueño. Freud, Fromm o doña Tranquilina, mi chamana de cabecera, pudieran tener una respuesta a esta experiencia onírica.