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MÉXICO, DF, 26 de septiembre del 2014.- La obesidad es tan común en México (70 por ciento de los adultos entre 20 y 60 años padece sobrepeso) que tener kilogramos de más (arriba del 30 por ciento, según la Encuesta Nacional de Salud) se considera normal, explica la UNAM en un comunicado.
Sin embargo, no todos los que están en esta condición son iguales. Si lo fueran, las recetas para adelgazar (dietas, ejercicios y fármacos) tendrían un efecto similar, pero a unos les funciona y a otros no, apuntó Gerardo Leija Alva, psicólogo de la UNAM, quien colaboró en un proyecto del Instituto Politécnico Nacional (IPN) en el cual, destacó, “los participantes se beneficiaron”.
Con las estrategias para cambiar hábitos alimenticios proporcionadas en la Clínica de Control de Peso (CCP) de la Escuela Superior de Medicina del IPN, los involucrados disminuyeron, en promedio, de cuatro a seis kilogramos en tres meses.
“Sin embargo, algunos bajaron menos, otros no lo hicieron y unos inclusive, subieron”, recordó Leija, egresado de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza y estudiante del doctorado en Psicología y Salud de la UNAM.
¿Por qué estos programas no son efectivos para todos? Quizá porque no basta con cambiar los hábitos alimenticios ni los fármacos para acelerar el metabolismo, planteó.
La hipótesis de la tesis de doctorado de Leija es que hay componentes psicosociales que limitan los alcances de estos programas.
Hay una relación entre eventos adversos y obesidad. En Europa, sujetos que han padecido acoso laboral o maltrato infantil son más propensos a esta condición.
Un estudio realizado por Carlos Contreras, académico de la Universidad Autónoma Metropolitana, y Gerardo Leija, y practicado en alumnos de la UAM Iztapalapa y del IPN, así como en pacientes de la CCP, reveló que una de las causas de esto “es vivir eventos adversos y no tener capacidad de superarlos”.
Tras validar en 339 estudiantes (ambos sexos) un cuestionario de experiencia de vida (la versión para adolescentes es de Contreras), se aplicó a 86 adultos con obesidad para medir su resiliencia. Ésta, explicó Leija, es la capacidad de salir adelante de una situación adversa, sobreponerse y ser mejor. Se forja en la infancia y sus características son autoestima y capacidad para ver los problemas en forma positiva.
Los resultados indican que quienes sobrepasan el peso aceptable (sólo 24 por ciento tienen capacidad resiliente) han vivido más experiencias negativas (algunos hasta 10 o 12) que los jóvenes a los que se aplicó el cuestionario, que abarcó 16 estresores relacionados con riesgos vitales para continuar una vida normal.
Padecen obesidad porque no han sido capaces de superar el impacto y comer es una forma de aminorar el estrés o conflicto generado. Una manera de manejar la depresión a partir de un evento traumático es la ingesta. Los alimentos constituyen un elemento para el manejo de emociones y en México se utilizan para todo, lo mismo para fiestas que en entierros, dijo.
Consumir cierta comida (dulce o grasosa) produce bienestar (aumenta la serotonina, que suele tener niveles bajos con la tristeza o la depresión); sin embargo, aparece la obesidad, que a largo plazo genera otros problemas.
Todo indica que hay relación entre los factores señalados, pero se necesitan mediciones más objetivas, porque el sobrepeso tiene un componente fisiológico importante: una alteración en el metabolismo.
Por eso, bajo la tutoría de Benjamín Domínguez Trejo, académico de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, el universitario aplicará el cuestionario de experiencias de vida y realizará mediciones fisiológicas en sujetos con y sin obesidad.
Se trata de determinar si cierto gen está implicado y si en algunos tipos la disminución de ciertos marcadores fisiológicos (interleucina 6, por ejemplo) favorece una ingesta excesiva. Leija espera tener resultados el próximo año.
El objetivo es determinar si en quienes no funciona el tratamiento de cambios de hábitos, el no ser resiliente propicia obesidad. Si tienen esa capacidad mermada, una vez identificados en los centros para bajar de peso, se diseñarán programas personalizados para que el tratamiento de cambio de hábitos alimenticios sea funcional.
Se les entrenará para que enfrenten su problemática de manera diferente. Con base en la psicología positiva se buscaría desarrollar características como capacidad de bienestar, resistencia y afrontamiento activo.
Si logra corroborar la relación entre baja capacidad de resiliencia, eventos adversos e ingesta, Leija diseñará un programa para atender a estas personas y así incidir en este problema de salud pública.
“Los centros de control de peso no deben abordar a todos igual. Es recomendable diferenciar entre los que sí pueden entrar directamente a un tratamiento de cambio de hábitos y quienes necesitan algo extra para después ingresar a estos programas”, concluyó.