Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Ese monstruo llamado misoginia
Ana Laura encontró el amor de una manera inesperada, fuera de su patria, con un joven apuesto, simpático, talentoso. En su vida se abría una perspectiva maravillosa, de convivencia y comprensión. Sin embargo, el monstruo de la violencia un día se despertó y le descubrió que, detrás de la máscara del enamoramiento, se escondía el control sexista y la misoginia.
Algún tiempo víctima del hombre que fuera su pareja, actualmente la periodista Ana Laura Santos sabe que cualquier tipo de violencia en contra de la mujer es intolerable y debe ser denunciada, tiene la certeza de que no hay nada que justifique las acciones de los agresores.
Mexicana de nacimiento, ahora de 35 años de edad, la historia de Ana Laura empezó cuando a los 21 años decidió estudiar Periodismo en España, en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Su vida era la de una chica normal, que estudiaba y trabajaba, cuando a los 24 años, en la época que laboraba en una casa productora de música conoce al que sería su novio, el baterista del conocido grupo de rock andaluz “Los Delinqüentes”, un joven cinco años mayor, hacia el cual pronto se sintió atraída.
Los primeros días del noviazgo fueron “normales”, pero la primera alarma de que las cosas no iría bien se encendió cuando a las dos o tres semanas de iniciada la relación, Ana Laura recibió una llamada de un amigo en común.
La pareja iba en el tren de Barcelona a Sevilla. Cuando entró la llamada al celular de la chica, el músico enloqueció de celos y arrojó a Ana Laura contra la pared. “Se puso súper loco, la verdad, yo pensé que me iba a matar”, relata. A los 10 minutos de ocurrido el incidente, el hombre se tiró al piso y se puso a llorar para pedir su perdón, una situación contrastante nunca vivida por la periodista.
En espera de que la conducta extraña de su novio desapareciera, no habían pasado dos meses de iniciado el noviazgo cuando Ana Laura decidió dejar Barcelona para irse a vivir al “piso” (departamento) de su amado en la ciudad de Algeciras, Cádiz.
Sin embargo, con la convivencia diaria empezó el verdadero tormento. Ahí inició toda la serie de agresiones en contra de la chica. Era frecuente que cuando el músico terminaba un concierto, le llamara a su novia para saber en dónde estaba y que hacía.
En otra ocasión sonó el teléfono del departamento. Alguien del otro lado de la línea le hablaba al músico. La chica se atrevió a despertar al hombre que permanecía a su lado. Este tuvo una reacción violenta y la levantó del cabello para proferirle insultos. Después, vinieron nuevamente las justificaciones y las solicitudes de perdón del hombre, quien trató de explicar su irracional conducta con esta afirmación: “Es el monstruo dormido que vive dentro de mí”.
Fueron frecuentes las madrugadas, cuando él regresaba al departamento de ambos y la despertaba para preguntarle en donde había estado durante el día. La denominada “celotipía” que demuestran los hombres golpeadores, dentro del cuadro de síntomas que los especialistas definen como un alarma de la violencia doméstica.
A los celos injustificados, siguió la violencia psicológica y física. Ana Laura tenía los brazos negros por los moretones ocasionados por los apretones que le daba su novio, ante el menor pretexto que desatara su furia.
Tranquila cuando convalecía
En una ocasión, en un arranque de locura, el sujeto azotó una puerta sobre una de las manos de la periodista y le fracturó tres dedos. El tiempo que Ana Laura permanecía incapacitada, por las agresiones de su pareja, no era agredida y ella sentía tranquilidad.
De manera inexplicable, se llegó a identificar con una vecina de su abuelita, a quien el marido golpeaba. La vecina prefería estar embarazada, porque así su marido no le pegaba. Ana Laura llegó a pensar algo similar.
Otra manera de tortura física consistía en no dejarla dormir. Cuando el músico notaba que la chica empezaba a conciliar el sueño le picaba con sus dedos en varias partes del cuerpo para impedir que ella descansara.
El hombre quería tener sobre ella un control total, llegó al grado de decirle a Ana Laura como vestirse o incluso como peinarse. No le gustaba a él que la chica usara escote o maquillaje, porque llamaba mucho la atención de otros hombres y eso el músico no podía permitirlo.
Ana Laura Santos pensaba que algún día iba a salir de esa situación, que él iba a cambiar, pero en realidad le daba pánico cuando el músico llegaba a la casa de ambos, después de trabajar.
La mujer vivía en constante estado de estrés, de depresión, llorando en múltiples ocasiones. Justificaba los ataques pesando que el hombre había tenido un mal día en su trabajo y que ella incluso tenía la culpa por exasperarlo.
La falsa esperanza de Ana Laura, de que su novio cambiaría algún día, nunca llegó, y después de un tiempo de noviazgo ella decidió iniciar una terapia psicológica que se prolongó por dos años. La chica llegó al tratamiento con cuadros de ansiedad, ataques de ira, de pánico y hasta claustrofobia.
El músico no quería que ella se tratara médicamente y repetía sus historias de falso arrepentimiento.
La chica abandona por un tiempo su carrera y el trabajo, a petición de su pareja, quien la convenció para que terminara sus estudios y le prometió a cambio cubrir su manutención. Ahora él tuvo nuevamente el control total.
Las promesas quedaron en el aire y la mujer, sin dinero, pasó incluso días sin comer, por lo cual decide nuevamente volver trabajar. El hombre hizo todo lo posible para que la despidiera. Su control se estaba desmoronando.
El maltrato se trasladó a México, cuando en alguna ocasión, el grupo musical del baterista participó en la Feria Internacional del Libro (FIL) del Guadalajara. De retorno al Distrito Federal por unos días, el hombre empezó a golpear a un joven de su propio staff, a quien acusó de haber pretendido a su novia, lo que desató un escándalo en el hotel en que se hospedaban.
Hombre bipolar
A dos años de esta peligrosa relación, la familia de su novio le informó a la chica que el músico sufría de un trastorno bipolar, por lo cual requería de ayuda psiquiátrica, pero el hombre no la aceptaba. A pesar de ello, la relación, totalmente desequilibrada, se mantuvo por tres años más.
Un día, cuando se trasladarían de España a México para pasar vacaciones de diciembre en nuestro país. Antes de subir al avión, el músico le dijo a Ana Laura “regreso en un momento” y ya no volvió. Ella retornó a la patria, en donde empezó una nueva vida.
No supo que motivó la huida del golpeador. Ella tenía 28 años y se convirtió, quizá sin saberlo, en sobreviviente de la misoginia.
Diariamente mueren 7 mujeres
De acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía y (INEGI), diariamente son asesinadas siete mujeres en nuestro país, en delitos considerados feminicidios, a manos de sus propias parejas, en muchas ocasiones.
La violencia en contra de las mujeres es ejercida en su mayor parte por familiares o parejas de las víctimas y van desde los insultos, hasta el maltrato psicológico y económico, hasta llegar a la violencia, en ocasiones mortal.
En el fondo de este maltrato se encuentra la misoginia y la reproducción de mecanismos de control por parte de los hombres. Es común en esta violencia la participación de personas del sexo femenino, muchas veces familiares de los agresores, en contra de las mujeres víctimas.
Ana Laura estaba sola en un país que no era el de ella. Nunca denunció, no quería tocar el tema porque le dolía. Pasó un proceso largo para darse cuenta que había sido víctima y no tenía culpa de su situación.
Le costó muchas lágrimas poder contar lo sucedido. Ni en las peores pesadillas hubiera imaginado lo que sufrió, pero cuenta su experiencia cada vez que puede para que otras mujeres tengan conciencia del problema y denuncien.