Escenario político
¿Quién defiende a la sociedad mexicana?
El movimiento de protesta despertado por la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa levanta olas de violencia, cuyas crestas vandálicas se alejan del justo reclamo de familiares y compañeros de las víctimas. Son más bien actos de provocación que buscan mártires y acciones de insurrección popular. El gobierno parece atrapado en la culpa social por la tragedia de Iguala y la tolerancia a los deudos de las víctimas y sus simpatizantes, escena en la que se niega a responder con la fuerza del Estado a los radicales que incendian el escenario nacional encubierto con las banderas del reclamo por los 43 desaparecidos.
La Justicia obliga al gobierno a proteger a la sociedad en su conjunto, no debe permitir la violencia sin razón. Pero ni las autoridades federales, ni estatales y del Distrito Federal parecen tener en su catálogo acciones para detener las agresiones ni a sus autores materiales e intelectuales. Las autoridades han tolerado la quema de presidencias municipales, el asalto al Congreso de Guerrero, atentado contra la puerta del Palacio Nacional, bloqueos carreteros, saqueos y robos, sin que haya recibido nada de la contraparte.
Con la culpa encima, buena parte de los mexicanos se solidariza de todo corazón con los familiares de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, a los que incluso el Papa Francisco da por muertos, y gran parte de estos acompañantes materiales y virtuales de las protestas dan su apoyo incondicional al movimiento de los padres y amigos de las víctimas y de una y otra manera a los embozados que destrozan todo a su paso. No es raro leer en las redes mensajes que justifican e incluso alientan las agresiones.
De todos los puntos de apoyo al movimiento por las víctimas de Ayotzinapa se dice que los embozados, anarquistas, radicales que rayan en el terror, son ajenos a las movilizaciones sociales, en las que seguramente la inmensa mayoría de la gente nada tiene que ver con la violencia y la provocación. Pero es un hecho que hasta hoy (lunes 17 de noviembre) los padres, familiares, amigos, compañeros y defensores de los derechos humanos que les acompañan no han marcado una línea que los separe de los violentos.
Los dardos del odio radical se dirigen al gobierno federal principalmente, colateralmente tocan al gobierno de Guerrero y a la empresa privada, pero algo anda mal en su mira o en su cabeza, no lanzan ninguna crítica a los criminales Guerreros Unidos, Rojos u otros delincuentes (incluidas ciertas policías municipales) que azotan desde hace años a los guerrerenses y a muchos más mexicanos. No hay condena para ellos, ni siquiera una mentada de madre.
Guerrero es una tierra caliente, más allá de la región de Tierra Caliente. Territorio donde desde décadas atrás sobreviven de una y otra forma guerrillas que tienen en la violencia (las armas en la mano) su manera de luchar contra el sistema, conviven con ellas -en muchos puntos- bandas de traficantes de drogas y delincuentes comunes que gozan de impunidad bajo el probable amparo de malos gobernantes y policías corruptos. En este campo, donde -por si fuera poco- la pobreza es un mal endémico, está la Normal de Ayotzinapa que desde siempre ha reivindicado posiciones ideológicas contrarias al sistema y socialmente cercanas a la guerrilla. Uno de sus símbolos, amén de la hoz y el martillo comunista, es la cara del legendario Lucio Cabañas, que parece su inspiración y guía.
Y no es un detalle sin importancia que desde hace años, los normalistas tienen por costumbre “tomar” (secuestrar) autobuses, “expropiar” (robar) productos de camiones de empresas y “botear” (defraudar al fisco con la toma ilegal de casetas en carreteras). En esta escena no se puede negar su convivencia con grupos que ejercen la violencia como forma de actuar y de la cual jamás se han declarado contrarios.
De las Hojas Perdidas tiempo atrás sobresale una del extranjero. Hace unos años en España, cuando ETA (Tierra Vasca y Libertad) lanzaba sus criminales ataques contra la sociedad democrática, el gobierno le cerró las puertas al diálogo y comenzó a perseguir a sus terroristas en acciones disfrazadas de lucha independentista. Pero más importante aún resultó que una parte muy importante y significativa de la sociedad española comenzó a llamar a las cosas por su nombre y a ETA la desnudó al nombrarla “banda criminal” y “asesina”. El tiempo le dio la razón al gobierno y a la gente.