El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Unidad, paraíso perdido de la izquierda
El Partido de la Revolución Democrática (PRD) ha sido fundamental en el camino hacia la inacabada desmoralización de México. La ruta de crear un partido de izquierda ha tenido muchos quebrantos, más allá de la férrea resistencia de un Partido Revolucionario Institucional monolítico en el agónico régimen autoritario que vivió con Carlos Salinas de Gortari, las disputas internas, incesantes desde su nacimiento mismo, le han costado mucho y hoy pueden llevarlo a desaparecer, al menos como una fuerza importante de poder.
En los días en que se fraguaba su nacimiento, los choques de los grupos y grupúsculos que se unieron para darle vida, tras el impactante crecimiento del Frente Democrático Nacional en las elecciones de 1988. Llegados desde la izquierda, incluso la radical, el nacionalismo revolucionario del priismo, el populismo de izquierda y partidos que siempre fueron aliados al PRI y a cualquier gobernante. El deseo de mantener unidas a las fuerzas que habían retado al poder presidencialista y casi casi único, fue el engrudo que permitió el nacimiento del PRD, pero no fue la raíz del verdadero árbol de la unidad.
El caudillismo fue el primer sino de ese partido, en medio de la desorganización seguida a la mayor presencia electoral de la izquierda en la escena electoral. Eran tiempos de esperanza, pero pronto se convirtieron en horizonte nublado, a la vieja usanza del PRI cada grupo quería su parte, nadie quería menos que otro y la idea democratizadora perduraba pero solo cuando la retórica se dirigía a lo soñado para México, de ninguna manera para la vida interna del perredismo.
La maldición de la desunión llegó con la fuerza electoral, y desde luego los jugosos presupuestos que reparte el Estado y que finalmente crearon una alta y bien pagada burocracia partidista, que se aferra desde hace años a puestos de control bien pagados. El clientelismo político, heredado del viejo régimen, que era su “enemigo natural” dio a los perredistas la razón de ser, se olvidaron de la organización democrática, la adhesión ciudadana autónoma y el abrir espacios a fuerzas independientes comprometidas con la democracia.
Los grupos surgieron como hongos, las corrientes jalaron cada una por su lado y los contubernios no dejaron espacios a la negociación transparente y democrática.
Muchos perredistas ya sabían que “vivir fuera del presupuesto era vivir en el error” y otros lo aprendieron rápido. El debate ideológico quedó atrás, perdido en el control de grupos de colonos desesperados, vendedores ambulantes en crisis, grupos sociales creados artificialmente por el PRI y heredados al perredismo, el PRD se convirtió muy pronto en un pastel que se disputaban las tribus, que en la mayoría de los casos nada o muy poco tenían que ver con los fundamentos de una izquierda democrática.
Las pugnas irreconciliables han hecho del PRD una especie de Frankenstein, una pedacería unida por la ambición del poder.
Recuerdos del porvenir
Las Hojas Perdidas contienen apuntes sobre los riesgos que corre la actual dirigencia perredista, que a medias acepta sus errores por haber apoyado a candidatos con pasado oscuro o sucio, basta echar una mirada a Guerrero, Morelos y Michoacán. En los renglones más negros queda claro que la defensa del hueso importa más que el partido, no asumen culpas y menos quieren castigo para el clan en el poder perredista. Parece que trabajan para que se beneficie su peor enemigo: el populismo revestido con una capa de izquierdismo. Así es el PRD que, temeroso de perder el presupuesto, puede perderse en la división interna.