Abanico
Circo electrónico nacional
El sistema político mexicanos entró en crisis en 2015, algunos de sus viejos pilares fueron dinamitados por escándalos de hondo calado, el asunto de la Casa Blanca de la familia presidencial y la fuga del Chapo Guzmán, por ejemplo, he incluso los abusos del ex gobernador de Sonora o las cuentas pendientes del ex mandamás de Nuevo León. Casos como esos elevaron el nivel del descontento social por todo México, pero al igual que otros terminaron en el basurero de la historia contemporánea de los mexicanos.
Las redes sociales se encargaron de incendiar su pequeños (relativamente hablando con el tamaño del país y su número de habitantes) campos de batalla, fueron flor de día. Las batallas en el campo digital terminan perdidas en el insulto, la descalificación irreflexiva o, peor aún, en ataque descarado en beneficio de otro. Los “independientes” de la red terminan comúnmente en verdugos de quienes difieren de sus pensamientos o no comulgan con sus ídolos, porque rara vez cargan sus escritos con pensamientos fundamentados en hechos, suelen hacerlos de manera facilona con creencias o ideas que no se sostienen.
El universo de las redes no es tan importante como suelen pensar sus actores centrales, queda en una comunidad informada bien o mal por los dimes y diretes que inundan los espacios digitales, en ocasiones llegan al papel o radio y televisión, pero casi nunca aterrizan como ideas que provoquen acciones de la gente de a pie, esa que pasa la vida sin estar en Facebook o Twitter. Hasta hoy no existen cadenas de transmisión social de la información, y al final el pueblo descontentado termina siendo víctima del discurso demagógico de la plaza o la promesa imposible de cumplir.
Juan Pueblo sigue siendo mantenido con pan y circo, cada vez menos pan y cada vez más circo. Los gobernantes, sin importar partido y no se diga ideología perdieron el rumbo hace mucho, y cada vez es más evidente que no hay gran deferencia entre unos y otros, sus ansias de poder los igualan y los hacen alejarse del interés popular, del pueblo en términos simples.
Los políticos y sus partidos son lo más desprestigiados y menos confiables entre la sociedad, en eso coinciden las encuestas. Son una clase en la que no se puede confiar, por más que existan excepciones, hacen del poder un negocio muy redituable para sus vidas. Ante esta realidad, los escándalos esconden la gravedad de la crisis del país, pero no hay liderazgos capaces de encausar el descontento nacional y mucho menos de ponerse al frente sin más ambición que el bien común. En fin, el sistema entró en crisis y no hay, todavía, luz al final del túnel.