Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Tormenta perfecta, crisis e incertidumbre
La sociedad mexicana se encuentra en el umbral de una tormenta perfecta que suma problemas sociales, económicos y políticos. Los incontables asuntos pendientes, dejados de lado por gobernantes y partidos, en espera que sean olvidados, recuperaron fuerza con la desaparición de normalistas de Ayotzinapa, las cuentas económicas que son malas en un doble juego de malas decisiones internas y una catástrofe mundial creada por la caída de los precios de petróleo, en tanto que los políticos son reflejo del desastre de los partidos únicamente interesados en vivir con mucho dinero del presupuesto.
Por dondequiera que se quiera ver, en la escena completa salta la palabra crisis. El poder parece no escuchar los reclamos de la sociedad ya sea por la tragedia de Iguala o los escándalos de corrupción o la incapacidad de solucionar cuestiones de seguridad e igualdad, ambas claves en la democracia. Los primeros pasos del gobierno actual se enfilaron a una serie de reformas transformadoras, con un pacto de partidos inédito en México, pero cuando debería comenzar a dar frutos, la falta de recursos provocada por la caída del valor del petróleo y el efecto demoledor de los casos de aparente corrupción que infestan los círculos más altos del gobierno, barrieron incluso con cuantiosas inversiones y sobre todo la esperanza de la gente.
El fenómeno Ayotzinapa y la corrupción son fenómenos que han unido a amplias capas de la sociedad hartas de los cambios prometidos durante décadas, lo mismo que por el viejo PRI que los panistas que se hicieron gobierno y los perredistas que todavía sueñan con Los Pinos, e incluso el “nuevo” PRI que recuperó la Presidencia. Los partidos no tienen memoria, o peor aún piensan que la gente olvida y perdona todo: la Casa Blanca, los moches del panismo y los diezmos a autoridades perredistas. Los políticos creen en verdad que todo se olvida, pero ya no.
La crisis vive entre la sociedad mexicana, pero como que nadie quiere hablar de ella. En cualquier país donde las normas democráticas se cumplan medianamente la situación sería de crisis en lo social, con la tragedia de Iguala sin resolver, los criminales imponiendo la ley por la fuerza de la violencia, los políticos sin crédito y gastando millonadas en campañas en las que pocos creen, una economía que se tambalea ante la incapacidad de las autoridades económicas y la falta de empeño de los empresarios. Todo son elementos de una crisis que se profundiza con la caída de los ingresos petroleros. Crisis, esa es la palabra que tanto asusta que casi nadie menciona.
Los gobernantes son optimistas (en espera de manipular el descontento y la desesperanza) y no reconocen que hay crisis de gobierno, de autoridades que no controlan el territorio nacional por completo, basta ver lo que ocurre un día si u otro también en Tamaulipas, Guerrero, Michoacán y Oaxaca, donde la inseguridad de distinto corte es lo cotidiano. La crisis se da por todos lados, incluso en la ciudad de México, donde un gobierno débil pacta con todos los grupos corporativistas para tratar de mantener bajo control político el Distrito Federal, que no escapa a la inseguridad, violencia callejera y ausencia de verdaderas oportunidades.
Inestabilidad financiera, crecimiento económico en duda, inseguridad amenazante y al alza, corrupción tapada con un pase de magia (nombramiento de un incondicional en la Función Pública) y gasto de partidos y políticos insultante en un país con mayoría de la población viviendo en la pobreza, son elementos de una tormenta perfecta, antesala de una crisis profunda en todos los escenarios. Pero hay que reconocer que México ha vivido situaciones muy parecidas en el pasado, ya que los engaños de políticos, sus actos de corrupción e incapacidad para combatir a los delincuentes son viejos, muy viejos, males de México, y a pesar de todo no ha pasado nada, absolutamente nada de importancia para el cambio histórico. A eso apuesta el gobierno, los partidos políticos, los políticos corruptos y los empresarios acumulan dinero con crisis y sin crisis.
Hojas sueltas
Una vieja anotación se desliza sobre el escritorio, menciona la posible responsabilidad del ex gobernador de Guerrero en la profunda crisis institucional que vive el estado. Las autoridades han lanzado una tardía ofensiva contra su círculo cercano, nadie sabe si llegarán a tocar a Ángel Aguirre en persona, pero ya dieron en su corazón. Habrá que ver cómo reacciona el animal político herido, los viejos apuntes dejan ver que controla muchos hilos en la escena guerrerense. Guerrero es tierra de rebeles pobres y políticos muy ricos. Nadie sabe hasta dónde llegan las negras líneas que podrían escribir historias comunes de guerrilleros, ex guerrilleros, políticos tradicionales y “modernos”, líderes corruptos del magisterio, dirigentes sociales (izquierdistas y radicales) viciados por el poder de las masas. En fin Guerrero, como casi en todo momento de su historia, vive en la incertidumbre. Es difícil imaginar que alguien piense en que las cosas mejorarán pronto, por eso la incertidumbre es negra: ¿todavía puede ponerse peor?