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Juego de ojos
Desaparecidos, herida que no sana
Un solo desaparecido es causa suficiente para que la sociedad alce la voz, reclame a la autoridad su presentación o informe de su paradero. Ahora que la desaparición de 23 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa pone en la calle a miles y miles de mexicanos indignados y conmovidos por la tragedia de Iguala, el gobierno (los gobiernos) tienen la obligación de atender las demandas populares y hacerlo con prontitud y veracidad, pues hasta ahora los gritos desesperados han sido ignorados o respondidos con falsas promesas o discursos que hablan de llegar hasta las últimas consecuencias y aplicar la ley caiga quien caiga, que no aclaran nada ni alivian el dolor social.
Mil, dos mil, cinco mil, diez mil, veinte mil y muchos más que se suman a la lista negra de desapariciones forzadas, son personas con historias propias, gente de carne y hueso que tienen un lugar en la sociedad, con padres, parejas, hijos, hermanos y amigos que los extrañan y que en muchos casos siguen en pie de lucha por recuperar o saber de sus seres queridos. Más allá de las causas de las desapariciones, de los orígenes de los desaparecidos o de sus ocupaciones, solo hay una respuesta a su situación: justicia.
Hace décadas, en los 70 y 80, el gobierno autoritario y represivo sembró el mapa nacional de desaparecidos, gente de todos los estratos sociales. Soldados, policías y otros grupos al servicio de las autoridades los secuestraron, los acusaron de subversivos (y quizá muchos lo eran por haberse sumado a la guerrilla en busca de un país mejor y democrático). La Brigada Blanca, los cuerpos judiciales y otros comandos armados por los gobernantes abrieron una herida que no termina de curarse, una historia marcada por la cicatriz de los desaparecidos. Muchos de sus nombres se borraron de los medios, pero quedan en la memoria de sus familiares y amigos.
Las guerras sucias, no hay de otras, siempre dejan desaparecidos. En ocasiones, la autoridad los señala de guerrilleros, bandoleros o criminales, y en muy pocas se empeña en su localización, menos aún en un esfuerzo por dar con los culpables y sentarlos ante un tribunal. Al parecer en espera de que la ausencia se convierta en olvido y en perdón. Pero no sucede eso, los deudos de los desaparecidos cada vez que pueden, cuando se abren espacios para la protesta desesperada, recuerdan al poder que no hay “ni perdón ni olvido”.
Y es que la sombra en que se convierte el desaparecido acompaña a la sociedad por largo, muy largo tiempo. Va con el hijo que no olvida que tuvo un padre y crece con ella en forma de resentimiento y en no pocas ocasiones como ansia de venganza, sentimiento que comparten también otros familiares. El dolor de las madres se convierte en voz que materializa la desesperanza y la desconfianza en los gobernantes. Incluso, amigos y conocidos del desaparecido reciben la onda expansiva de la incertidumbre, pues en más de una ocasión comparten el temor de que eso puede pasar a cualquiera.
No importa si al desaparecido “lo levantaron los malos”, si lo secuestraron “los buenos” o se perdió en una balacera entre buenos y malos. Lo que realmente es significativo es que tenía un lugar en la sociedad y que ese hueco ha sido llenado por el rencor social. Se ha transformado en una herida profunda, una herida emponzoñada, que tarde o temprano infecta al cuerpo social. Las autoridades tienen la obligación de dar respuesta, lo antes posible, sobre tantos desaparecidos. Es una oportunidad de saldar una vieja deuda y mostrar que está del lado de las víctimas..
Apuntes de locura
Del montón de Hojas Perdidas se desprende una historia que no deja dudas, ni perdón ni olvido, incluso después de la muerte:
Un cortejo fúnebre llegó hasta las puertas de la Secretaría de Gobernación hace unos días, sus integrantes cumplían la última voluntad de una desesperada mujer, Margarita Santizo, una madre que reclamó hasta antes de ir a la tumba la presentación de su hijo, un policía federal, del que un día no supo más. Un ataúd y una corona fúnebre le recordaron al gobierno que los desaparecidos no tienen fecha de caducidad. De Margarita los médicos dijeron que la causa de su muerte fue cáncer fulminante, pero otra madre que también busca a un hijo desaparecido dijo: “la rabia, el dolor y la indolencia de las autoridades” la llevaron a la tumba.