Descomplicado
El crimen de la Narvarte
Con la precisión de una bomba de tiempo, armada por numerosas organizaciones civiles y con las redes sociales como detonador, el crimen de la Narvarte estalló en un momento tormentoso para varios gobiernos, comenzando por el de Veracruz, hacia cuyo gobernador apuntaron numerosos dedos flamígeros, esperado una prueba que apuntara hacia ese oscuro personaje de la política nacional. El brutal asesinato de cinco personas en la clase mediera y aparentemente tranquila Narvarte se convirtió en una onda expansiva de hondo calado cuando se conoció que entre las víctimas había un fotógrafo y una activista social que habían salido huyendo del conflictivo suelo veracruzano.
Los portales de noticias, la televisión, la radio y la prensa en general no resistieron el bombardeo de los tuits, facebucs y declaraciones de informadores y organizaciones no gubernamentales, que en unos cuantos minutos sentenciaron que era un crimen contra la libertad de expresión, contra la libertad en general. Los juicios sumarios contra el gobernador veracruzano, los señalamientos de complicidad en contra del gobierno de la Ciudad de México e incluso el federal no fueron pocos. Los medios formales se sumaron, casi todos, a la ola digital. El veredicto está listo, fundamentado en cosas graves, crímenes e incontables tropelías contra periodistas y la prensa en Veracruz, pero del pasado.
El culpable parecía a la vista de todos. Al gobernante de los veracruzanos se le suman muchas cuentas malas, pero no hay nada que parezca tocarle, sus problemas para brindar seguridad no son pocos, pero las autoridades federales le han dotado de la Marina para que haga las veces de policía y no hay nada que parezca que ese político de mala fama pueda ser enjuiciado verdaderamente por nada. Hasta ahora, domingo 9 de agosto de 2015, no hay indició oficial que apunte hacia él por el crimen de la Narvarte.
Los crímenes contra periodistas en México suman decenas en unos cuantos años y las autoridades municipales, estatales o nacionales han hecho poco o nada en numerosos casos, la impunidad es moneda de cambio, los asesinos de la mayoría de los informadores siguen libres, y sí hay autores intelectuales que gozan de libertad.
Hay incapacidad para investigar los casos y puede ser que haya complicidad e incluso culpabilidad detrás del fracaso para identificar, detener y condenar a los culpables. Eso ha sido el lubricante del motor que echaron a andar las redes en el crimen de la Narvarte, y no es otra cosa que autoridades sin crédito, desgastadas por los casos de abusos de poder del gobierno de Veracruz y sin aparente voluntad para dar un golpe de timón y ponerse del lado de una sociedad dolida.
El caso de la Narvarte es una tragedia, la muerte violenta de cinco personas debe mover la conciencia de una sociedad más allá del oficio o militancia de las víctimas, la exigencia de justicia debe apartarse de la sentencia a priori para no caer en deseo de venganza. Las redes pueden jugar un papel determinante, mantener en la mira a los responsables de la investigación y no dejarlos descansar hasta que resuelvan el caso con claridad y verdad. Si los culpables están en Veracruz la sociedad debe saberlo, pero si pertenecen a una banda de criminales comunes igualmente debe conocerse.
Es urgente que las autoridades no desperdicien la oportunidad y resuelvan el caso de la Narvarte sin dejar lugar a dudas…
Hojas extraviadas
Las notas periodísticas e informes de las redes sociales sobre el crimen de la Narvarte dejan ver que la teoría del caos se impuso o que, al menos de parte de las autoridades, hubo un eficaz sistema de desinformación, que su posición en medio de las olas de informes fue puesta en el dazebao (del pueblo chino) digital. Las versiones de la Procuraduría del Distrito Federal son de locos, pero pueden haber sido pensadas y llevadas a cabo al pie de la letra.
Es imposible pensar que los sabuesos policíacos no supieran desde el primer momento, ya que tenían a dos testigos, que no hubo fiesta, que los asesinos no estuvieron desde la noche del viernes. Tenían en su poder declaraciones de testigos y seguramente informes forenses sobre la hora de las muertes, pero durante días dejaron correr la versión de la fiesta y el convivio de asesinos y víctimas.
La puesta en escena parece tener un único fin: mantener la insostenible idea que el crimen organizado no está en la Ciudad de México. El Jefe de Gobierno y su equipo de seguridad se niegan a aceptar que el crimen organizado opera en la ciudad capital, y lo peor es que las autoridades son incapaces de hacerle frente. Por eso han sembrado pistas falsas, filtrado a sus medios favoritos versiones falsas, engañado con la verdad y mintiendo descaradamente en otras ocasiones. Al final su estrategia ha hecho ver a los investigadores como novatos que no son capaces de mirar los videos de la hora en que llegaron los criminales, por ejemplo. Una duda más en medio del caos: ¿qué dicen las necropsias de las víctimas que no las han dado a conocer?