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Destaca élite de Sedena en Reto SWAT 2025 ante equipos de 46 países
MÉXICO, DF, 7 de enero de 2015.- Con el cabello aún húmedo, la mirada alerta, el paso firme, ascendiste los peldaños de la entrada de Excélsior, en Reforma 18. Serían las ocho de la mañana del 8 de julio de 1976. No hubo saludos. Apresaste mi brazo y nos dirigimos al viejo elevador. Mientras lo esperábamos, preguntaste:
–Dime, qué viste. Cuéntame.
Te expliqué que en la madrugada, los trabajadores de talleres, algunos evidentemente embriagados, encabezados por Regino Díaz Redondo, habían retirado la plancha de la página 21 (donde 50 editorialistas signaban un documento en contra del presidente Luis Echeverría con el argumento de que amenazaba la libertad del diario) y que no pudimos impedirlo.
–Allá abajo estábamos Roberto Martínez Maestre, Laura Medina y yo. Nos arrasaron, Julio. Nos amenazaron con madrearnos y que mejor ni nos metiéramos.
Sin soltarme del brazo, asentiste con la cabeza e ingresamos al elevador, rumbo al tercer piso.
–Hay gente que ni es cooperativista. Algunos armados. Los de talleres, para identificarse… traen sombreros. Los dirige Regino… con él Víctor Payán, Flores… Están en talleres… Hay un gran revuelo…
Antes de abrir la rejilla del vetusto elevador, me soltaste del brazo y, con la respiración agitada, diste un suspiro y me lanzaste:
–No te apures, saldremos de ésta, Gonzalo.
Abrí la puerta. Julio salió y giró a su derecha, rumbo a la dirección, a reunirse con Hero Rodríguez Toro, Vicente Leñero, Pedro Álvarez del Villar, Jorge Villa, Miguel López Azuara y varios más de sus cercanos. Yo me encontré con Carlos Reynaldos para repartir, en la calle, una copia de la página desaparecida.
Lo que siguió, ahora es historia: una asamblea apócrifa, con empistolados amenazantes, que provocó la salida de Julio y más de 250 trabajadores de esa casa editorial. El golpe a Excélsior se había consumado. Regino Díaz Redondo, de la mano del presidente Luis Echeverría, había traicionado a quien decía era su hermano del alma, Julio Scherer García.
Defensor de la libertad de expresión a ultranza, hoy ha muerto el periodista más importante del diarismo mexicano, Julio Scherer García. Su muerte, para quienes lo conocimos, tiene un doble dolor: su ausencia física y el saber que, desde su trinchera periodística, ya no hay quién, con su pluma clara, su honestidad y su sapiencia, pueda defender al gremio.
Hoy se ha ido una voz que, para entenderlo en su tiempo, fue un periodista que rompió moldes y en un momento donde el presidencialismo era intocable, trató de alejarse del poder político y en ese intento perdió –gracias a las perversas maniobras del presidente Luis Echeverría– la dirección del entonces diario más importante de Latinoamérica, en el llamado “golpe a Excélsior”, en 1976.
Abro el cajón de mis recuerdos, reviso mi memoria.
Conocí a Julio siendo un niño. Mucho antes de que fuera director. Reportero, Julio era uno de los mejores amigos de mi padre, quien me llevaba a la redacción de Excélsior desde la época en que el director era Manuel Becerra Acosta padre. Eran los inicios de los 60.
En tu Karmann Ghia, el cual manejabas como “alma que llevaba el diablo”, Julio, los días de guardia en el diario, cuando coincidían, le dabas una aventón a mi Pedro, mi padre, por los rumbos de la colonia Narvarte. En una ocasión –cuando avenida Cuauhtémoc aún era de dos sentidos– te pasabas los semáforos a una velocidad increíble.
–¡Julio, Julio!, ¡Cuidado! ¡Te acabas de pasar un semáforo en verde!, te advertí lo cual provocó tus grandes y estentóreas carcajadas.
Contigo se ha ido una voz crítica. Quizás la última. Periodista incómodo para el poder, donde siempre, en tus escritos, buscaste los rastros de la verdad. Y eso se agradece.
Ya adolescente, siendo ya director del diario, te busqué para informarte que le había pedido trabajo de reportero a Vicente Leñero, recién nombrado director de Revista de Revistas.
-¿Seguro quieres abrazar esta profesión?, cuestionaste, con la palabra y tu profunda mirada. Respondí afirmativamente. Me respondiste:
–Adelante, pues, pero ojo: aquí no te vas a hacer rico. Es una chamba difícil, de tiempo completo. Hay que ser objetivo, estar atento a todo lo que sucede a tu alrededor. Ser puntual. Y, recuérdalo, honestidad ante todo. Honesto con tu trabajo y, lo más importante, contigo mismo.
Ingresé en 1972 a Revista de Revistas, dirigida por Vicente Leñero, quien sería con el correr de los años, Julio, tu entrañable amigo, tu cómplice y con quien creaste, en noviembre de ese infausto 1976, la revista Proceso.
Después de Revista de Revistas, con tu venia, entré a la sección de deportes de Excélsior donde, recuerdo, José Barrenechea, me pidió entrevistara al boxeador José Ángel Mantequilla Nápoles.
Al “Mantecas” lo logré entrevistar después de varios intentos. Este cubano avecindado en México acababa de perder su título mundial en una pelea en la monumental Plaza de toros México, ante John Stracey, en diciembre del 75 en una función donde yo estaba reporteando y tu, ahí como espectador. Y que, al ver el libro que llevaba (El oficio de escritor) me dijiste medio en serio medio en broma:
–Reportero, o escritor, Gonzalo. Hay que definirse.
Ironía, Julio, ya que después tú, reportero, escribirías más de 20 libros.
Pues bien, ya entregado el reportaje a Mantequilla, Barenechea guardó el escrito en un cajón de su escritorio. Pasaron dos semanas y tuve el atrevimiento de ir contigo para saber qué había pasado con el encargo. Elenita Guerra, tu secretaria, me abrió el paso. Te pregunté respecto a la nota con el Mantecas y tu respuesta me dejó helado:
–No sirve. Punto.
A punto de retirarme, con el orgullo hecho pedazos, avergonzado, te pregunté:
–¿Lo leíste, Julio, qué está mal…?
Desde tu escritorio tu mirada, penetrante, acompañó la respuesta:
–Don Pepe (Barrenechea) me lo dijo. Que lo leyó y no…, no funciona.
Con la vehemencia de mi primera veintena, te respondí, casi reclamé:
–Perdón, Julio, pero Barrenechea, que ni sabe formar páginas, menos cabecear y ni de casualidad escribir, no tiene la calidad ni moral ni periodística para calificar mi trabajo. No lo acepto. Te pido que tú lo leas. Hazlo, por favor.
Sorprendido con mi alocución, giraste el sillón y tu mirada se dirigió a la Avenida Reforma. Quizás ocultaste una sonrisa, por mi atrevimiento. Al volver a verme, me dijiste:
–Está bien. En un rato te habla Elenita.
Salí de la dirección. Volví a mi lugar, frente al impresentable Barrenechea, quien recibió una llamada telefónica. Sólo contestó con monosílabos. Después de colgar abrió el cajón de su escritorio y extrajo de ahí mi texto y con él en mano se dirigió a la dirección. Al volver, con el rostro encendido y sin ya mi texto sólo me lanzó una mirada poco amigable.
Al rato, Elena, en persona, fue por mí. Ingresé de nueva cuenta a la dirección. Julio estaba finalizando la lectura de mi nota. Esperé a que concluyera.
–Está bien, muy bien, Gonzalo…
Envalentonado, te reviré:
–Te dije, Barrenechea no tiene idea… No sé cómo…
Me atajaste :
–Para, para. El asunto es que queríamos algo más profundo… escribir un libro de Mantequilla…
–Eso no me lo dijeron, Julio. Pero en fin…
–Esto sirve, puede funcionar.
–Pues ahí te lo dejo, te recomiendo que lo publiques en Revista de Revistas, te dije en un alarde de altivez.
Te limitaste a verme y a pasar por alto mi imprudencia. Nos despedimos y al salir de tu despecho ni yo me creía el momento. Y pensé que tenías el defecto de creer en quien no debías… Barrenechea, “don Pepe”, como le decías, fue uno de los grandes traidores del 76, siempre y cuando en la asamblea paralela que hicimos ese mismo 8 de julio, ahí estaba él, llorando a moco tendido. Supuestamente de tu lado, el alfil envenenado de Díaz Redondo.
Ah, el reportaje con Mantequilla sí se publicó, no en Revista de Revistas, pero sí en Lunes de Excélsior –edición dominical vespertina– bastante destacada y que, además, me lo pagaste al triple.
Resueltamente scherista caminé contigo ese 8 de julio. Asistí a la subasta que días después se hizo para obtener fondos para la creación de Proceso, de la cual soy fundador. Me sentí en la obligación de hacerte saber de la invitación que me hizo Manuel Becerra Acosta, subdirector de aquel Excélsior fallido, para crear, en 1977, el inolvidable Unomásuno.
Te expliqué mi deseo de hacer periodismo diario, no semana a semana. No me lo tomaste a mal. Fuertes manazos de cariño sobre mi espalda, acompañaron tus palabras.
–Tú decides, Gonzalo. Y recuerda, ésta siempre será tu casa.
La despedida fue sellada con un fuerte abrazo y un gran apretón de manos.
–Suerte y cuida Manuel, fue su recomendación.
Pasaron los años. Tu y Vicente hicieron de Proceso lectura obligada, semana a semana. Nuestros encuentros cada vez más aislados siempre fueron marcados por el afecto y la admiración que siempre te tuve.
Recuerdo dos, principalmente. Uno, en 1989, a las puertas de Proceso, ahí en la calle de Fresas. Nos saludamos y me preguntaste cómo estaba. Yo, radiante te dije que estupendo. Feliz.
–¿Y eso? Qué motivos tienes. ¿Qué motivo tiene la gente para ser feliz?, fue tu críptica respuesta.
–Es que acaba de nacer mi hijo, Diego, te respondí.
Tu semblante, de infinita tristeza, apenas y varió:
–Lo que es la vida. Mientras tú disfrutas de este momento, mi mujer se está muriendo. Yo, en cambio, estoy, triste, muy triste.
Pocos años después lo fui a visitar a Proceso. Abrazos, más palmadas sobre mi humanidad. Le entregué, orgulloso, mi libro, una novela policiaca, Susana te llama. Leyó la dedicatoria.
–Gracias, Gonzalo, pero me debes otro ejemplar.
–…
–Sí, éste es para leerlo…, el otro para corregirlo.
Se te va a extrañar, Julio, el periodismo mexicano no puede ni podrá entenderse sin ti.
Me entero que hoy, día de tu despedida de este mundo, han arribado al mismo dos hijas de María, tu hija. Azares de la vida, querido Julio.