Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
MÉXICO, DF., 2 de noviembre de 2015.- Calaveras vestidas con ropas de gala, bebiendo pulque, montadas a caballo, en fiestas de la alta sociedad o de un barrio, son algunas de las escenas que presenta La Catrina, personaje vivo de México.
De acuerdo con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), durante los gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, los dibujos de cráneos y esqueletos acompañados de textos que criticaban de forma burlona la situación del país así como de las clases privilegiadas se volvieron populares entre la población y se empezaron a reproducir en periódicos llamados de combate.
Entre los grabadores que destacaron con su trabajo de calaveras se encontraban Constantino Escalante, Santiago Hernández, Manuel Manilla y José Guadalupe Posada, quien en sus obras acentuó el carácter festivo y desenfadado del pueblo mexicano.
Posada retrató la esencia de los pesares y alegrías del pueblo que vivía grandes diferencias sociales durante el Porfiriato, relacionadas en la actualidad con el Día de Muertos.
Bautizada originalmente como La Calavera Garbancera, José Guadalupe Posada realizó un grabado en metal para criticar a quienes eran conocidos precisamente como garbanceros, es decir, aquellas personas que tenían sangre indígena pero pretendían ser europeos, renegando de sus raíces y de su cultura.
Posteriormente Diego Rivera le dio a La Catrina el nombre y la forma con que hoy la conocemos, pues fue él quien la pintó por primera vez vestida dentro de su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.
La palabra catrín definía a un hombre elegante y bien vestido, el cual iba acompañado de alguna dama con las mismas características; este estilo fue una imagen clásica de la aristocracia de fines del siglo XIX y principios del XX.