Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Lotería
El ser humano es proclive a la apuesta, al juego, al reto, a la fortuna. No importa si los juegos de azar los inventaron los chinos o si los mayas ya jugaban con semillas a la matatena, lo trascendental es la condición humana que busca retar a la suerte.
La lotería ha acompañado al hombre de occidente a partir de los griegos y los romanos, que lo heredaron a otros grupos, entre ellos a los españoles.
En España y en México, ésta ha tenido por objetivo apoyar causas benéficas; a diferencia de los casinos, que los italianos llevaron a Nueva Orleans, S. Louis, Chicago y San Francisco, y luego a Las Vegas y a Reno, que dejan enormes ganancias a los gobiernos que les dan las concesiones.
La ludopatía, con los tragamonedas, bingo, ruleta, baraja o billetes se puede convertir en una enfermedad patológica como la cleptomanía, piromanía o tricotilomanía. Se ha sabido de casos, como en la novela ‘El jugador’, de Fiódor Dostoievski que el jugar se hace una compulsión sin límite.
Ser jugador y no ser supersticioso es una incongruencia.
En época de crisis, la venta de billetes se incrementa, pues se convierten en la ilusión que enfrenta el trance económico.
Para los parroquianos que acudían a la cafería del hotel Nueva York, en la calle de Edison, colonia Tabacalera, la presencia de los billeteros era cotidiana. La suerte rondó con frecuencia entre esas mesas, y en más de una ocasión Birján tocó con su varita mágica a alguno de los que integraban el reparto.
Personaje conocido fue ‘Saladina’, una mujer alegre que ofrecía de mesa en mesa sus billetes, hasta que un día desapareció del escenario. Un mes después, muy arreglada, contó que en uno de los sorteos no pudo devolver una tira que se quedó en el fondo de su bolso. Platicó que llegó al otro día a la agencia para ver cómo haría para pagarla, pero grande fue su sorpresa cuando sus compañeros le anunciaron que tenía el premio mayor. Así, dejó de ser ‘Saladina’, y los demás parroquianos seguimos siendo los salados.
Tiempo después, don Regino, un burócrata del sector educativo que tomaba su café tempranero conmigo, recibió de un sólo golpe la noticia de que la diosa fortuna le había premiado con el ‘gordo’ de la lotería.
-¿Y ahora, qué hago? Me preguntó.
-¿Quiere un par de consejos? Una parte del dinero inviértalo a un año, como si no existiera, y la segunda parte conviértalo en divisas y guárdelo en una caja de seguridad. Reserve una pequeña cantidad y espere seis meses. Don Regino siguió trabajando y un día se fue a tomar un café conmigo. Me comentó que, efectivamente, nunca tuvo tanta familia, compadres e inventores que se le acercaran como ahora.
La cafetería dio para más premios. Una Navidad, Lucha, la mesera adquirió a crédito un billete, mismo que esa misma noche se enteró, por su acreedor, era el premiado.
Dicen que cuando Dios quiere castigar envía bendiciones. La historia se repitió con la pregunta ¿Y ahora, qué hago? Pero en esta ocasión, rechazo mis orientaciones. La mesera financió a su yerno en la compra de un taxi, remodeló la casa de una hija, compró la ropa que nunca tuvo y prestó dinero a todo a aquel que lo pedía. Al final, sus acreedores la acosaban y sus deudores desaparecieron.
Finalmente, Humberto Young Coral, un viejo periodista que durante años compraba el mismo número de la lotería a otro de los billeteros que acudía al Nueva York, decidió ir a tomarse medidas con su sastre y regresar por la tarde para adquirir el numerito. El billetero, que apartaba toda la ‘sábana’ para el periodista, al ver que el tiempo corría, optó por no esperar más y vendió el billete a un fugaz huésped del que nunca más se supo de él.
Humberto no se presentó dos días al periódico después de enterarse que el número que jugaba siempre, finalmente había salido con el premio mayor.
Recuerdo a mi maestro de pintura, don Salvador Pruneda, dibujante, guionista de cine, pintor renombrado y responsable por cincuenta años del área de diseño del periódico El Nacional.
-Está comprando ilusiones, dijo, cuando vio adquirir un billete.
-Así es don Salvador, compro sueños. Seguramente esta noche tendré suficiente dinero en la chequera; haré un viaje a Europa; cambiaré de casa y de novia. Mañana, cuando busque mi número en la lista, posiblemente se cumplan mis sueños o bien, bajé a la realidad.
No hay queja; con regularidad me caen premios menores en la lotería o en el Melate y, en mis viajes a Reno, Las Vegas o Panamá, siempre regreso con ganancias –poca cantidad, pero ganancias- Afortunado en el juego…