Oran por la paz en el Centro de Chilpancingo
MÉXICO, DF., 28 de mayo de 2014.- El doctor José Mireles tomó el micrófono y se despojó de la camiseta en un rápido movimiento. El público quedó atónito. Empezaron los chiflidos. Nadie sabía con exactitud lo que ocurría. El carismático líder de las autodefensas de Tepalcatepec se zambulló en una camiseta blanca con el lema “Yo soy autodefensa”. Así empezó su emotivo discurso en el Polyforum Siqueiros para anunciar el surgimiento del Frente Nacional de Autodefensas. Un movimiento de ciudadanos inconformes cuya exigencia se resume en dos puntos: seguridad y justicia.
Las poco más de 800 personas que se dieron cita en el Encuentro Nacional de Autodefensas escuchaban atentos el discurso de Mireles, el médico cirujano que dejó el consultorio para tomar las armas y combatir al crimen organizado de Michoacán ante la omisión de un gobierno incapaz de proteger a sus ciudadanos.
“Ser autodefensa en el México de hoy es un acto de congruencia consigo mismo, con la familia y con la sociedad, porque está claro que las instituciones creadas para ello han abdicado a su cometido. Ser autodefensa implica establecer una lucha más allá de las leyes, más allá de normas y reglamentos impuestos para trascender a la verdadera justicia”, dijo Mireles, tras anunciar su apoyo para construir una Ley de Guardias Nacionales para legalizar los movimientos de autodefensa y crear una fuerza civil democrática, federal y republicana.
La emotividad del momento se reflejaba en las lágrimas de algunos asistentes. Las palabras de Mireles resonaban a través de una dilatada herida, un país roto en busca de respuestas, la salida al dolor que a diario enfrentan las víctimas de la violencia, la desigualdad, la opresión o la justicia que nunca llega. Quizá por ello, el espigado caudillo, enfundado en su tupido bigote y característico sombrero, señalaría que las autodefensas son “un grito nacido del dolor, pero llevado a la esperanza de poder construir el futuro con nuestras propias manos”.
Ese fue el mismo tono con el que Hipólito Mora, fundador de las autodefensas de La Ruana, relató su historia, aquella que comenzó cuando el crimen organizado impedía que los productores de limón recibieran un pago justo por sus cosechas para elevar los precios y controlar las ganancias. Al ver a su hijo desolado y triste, porque los distribuidores de limón se negaban a comprarle la cosecha, se decidió: era el momento de hacer algo.
A partir de entonces, el camino ha sido largo, difícil. Afirma que los dos meses que pasó en la cárcel luego de que el gobierno federal le adjudicara la responsabilidad en el asesinato de dos personas a pesar de no existir pruebas sólidas de su culpabilidad, solo lo hicieron más fuerte. Ahora dice que seguirá luchando, “y no nada más por Michoacán si es necesario por todo México», reconocería Mora con la voz entrecortada, visiblemente conmovido, como si el tiempo se hubiera detenido un instante.
Los integrantes de los otros grupos de autodefensa se levantaron de su asiento en el presidio para abrazar a Hipólito. Un grupo plural unido por una causa común: la autodefensa como única vía posible de supervivencia.
Ahí estaban el obispo Raúl Vera, el padre Alejandro Solalinde y el padre Gregorio López, aquel que enfundado en un chaleco antibalas hizo un llamado al pueblo de Apatzingán a luchar por su libertad, el general José Francisco Gallardo, los abogados Jaime Cárdenas y el regiomontano Javier Livas Cantú, los periodistas Sanjuana Martínez y Mario Segura.
También estaba la activista Talía del Carmen Vázquez, el senador blanquiazul Ernesto Ruffo Appel y Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco”, exalcalde del municipio de García, Nuevo León, quien decidió enfrentarse al cártel de los Zetas tras el secuestro de su hija de dos años.
El contingente de los clérigos fue el más contundente en sus declaraciones. El padre Solalinde, defensor de los migrantes, sería categórico al señalar que en México la ley está al servicio de los ricos. Por eso, dijo, “no nos extrañe ver a un presidente de la República, acabando como empleado de una compañía trasnacional o de un banco”. Invitó a los mexicanos a amarrar un moño verde en una escoba para dejarla fuera de sus casas como un rito de purificación, una esperanzadora metáfora de cómo se pretende “limpiar a México” sin el uso de las armas.
Lo mismo con el obispo de Saltillo Raúl Vera, quien no dudó en señalar que la violencia que enfrenta México proviene del Estado y un gobierno “usurpador”, o el padre Goyo relatando cómo sus feligreses acudían a él, destrozados, para acceder a la justicia que no encontraban en los juzgados.
La ineficacia del Estado mexicano iba desnudándose poco a poco, con el transcurrir de las intervenciones de los ponentes. El general Gallardo, sería tajante al asegurar que debido a los altos niveles de corrupción, “la clase política es una amenaza para la seguridad del Estado” mexicano. Jaime Cárdenas, ex diputado federal por el PT, iría más allá al exponer la tesis de que “sólo las instituciones legítimas merecen ser obedecidas” y que la incapacidad del Estado mexicano para garantizar derechos básicos como seguridad, acceso a la justicia, educación, salud y empleo, explican en buena medida el ambiente de violencia que predomina en el país.
Una violencia sistemática que se replica sin importar edad o género. La sórdida descripción que hizo la periodista Sanjuana Martínez sobre los abusos cometidos a una niña de nueve años explotada sexualmente por un policía que le arrancó el clítoris de una mordida estremeció al público. Lo mismo con el relato del periodista Mario Segura, quien fuera secuestrado en Tamaulipas por bandas delincuenciales. “La culpa es de nosotros por ser tan tolerantes”, afirmaría.
El encuentro parecía estar cargado de algo especial, como si se tratara de un momento histórico. Un discurso revolucionario comenzaba a tejerse entre aquellas cuatro paredes decoradas por el imponente mural de David Alfaro Siqueiros titulado “La marcha de la humanidad”. Un discurso en el que el uso de las armas y los gobiernos incompetentes no tienen cabida.
El doctor Mireles relató la manera en que los habitantes de Tepalcatepec se armaron de valor para combatir al cártel de Los Caballeros Templarios luego de que un muchacho de 14 años detuvo una caravana de gente armada con un solo tiro.
“En ese momento los templarios corrieron y nosotros, asombrados, descubrimos nuestra grandeza. Nos dimos cuenta de que quienes nos humillaban estaban acostumbrados a matar gente amarrada de pies y manos, pero que ante el valor, corrían. Ahí perdimos el miedo”, relató.
Luego vino el llamado al pueblo de México para emprender una “insurrección de la conciencia”, un llamado “a la solidaridad, a la responsabilidad”. Un llamado a transformar al país por la vía pacífica y luchar por recuperar aquello que ha sido arrebatado.
“Las autodefensas nacen cuando se termina el miedo”, remató Mireles.