El agua, un derecho del pueblo
Rostros
Mi rostro, tu rostro.
En ocasiones, cuando uno se observa al espejo, pasan por la mente cientos de rostros, no sólo del niño que apareció hace muchos años desde atrás de ese azogue, también el de las personas a las que admiramos o que amamos alguna vez y cuyas expresiones han quedado guardadas en una memoria profundamente escondida.
Arquetipo que permite dejar vagar la imaginación por las regiones cerúleas del ensueño, diría San Compadre.
El rostro cambia poco con los años y, a veces, la genética se impone y vemos en el nuestro el de otra persona que no quisiéramos ser; pero en los tiempos modernos, con un estudio de ADN, podríamos aclarar alguna duda.
En las mujeres el semblante es seis en uno: el rostro real, el aparente, el que cree tener, el que quiere tener, el que quiere que los demás crean que tiene y finalmente, el que cree que los demás piensan que tiene.
Frente al espejo, nuestro rostro, cuando niños, muestra la ternura y la inocencia que corresponde a esa edad –aunque hay escuincles que Dios guarde la hora- y más tarde, cuando ancianos, esa misma ternura regresa, ahora con arrugas y expresiones que muestran el paso del tiempo, acompañada de la sabiduría que dan los años.
Los rostros, dicen, son el espejo del alma; frase que se antoja hueca cuando conocimos a un Luís Echeverría, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas, Felipe Calderón y otros tantos políticos gandayas que en sus campañas mostraron una cara de bondad, la de hombres que nos iban a sacar de la crisis de crisis. Ellos nos confirmaron la sentencia de San Compadre de que el bien no se puede perfeccionar, pero la maldad sí.
Rostros con nombre, nombres sin rostro. Personajes que han pasado por nuestra vista y cuyo nombre se ha ido diluyendo entre el marasmo que forman las neuronas, o nombres que ya no corresponden a la imagen con el que los relacionamos.
En un ejercicio inútil, he tratado de recordar el rostro de las mujeres que participaron de alguna manera en mi vida a través de alguna relación o emoción –buena o mala, no importa— sin éxito significativo. Ninguna logró dejar un recuerdo totalmente indeleble que me permita transportarla al presente; el único resultado ha sido, como en el antiguo cinematógrafo de la vida, imágenes borrosas y sentimientos encontrados.
Podría añadirse aquel que momentáneamente vimos y el cual idealizamos y buscamos en otras caras, por años tal vez. Hay mujeres cuyos bellos rostros, en la luz y sombra de la vida, se envuelven en prismas de colores suaves o en caleidoscopios de tonos intensos. El pasado siglo, Audrey Hepburn e Ingrid Bergman sobresalieron por su belleza y en lo que va del siglo XXI los de Mónica Elizabeth y el de Blake Lively.
Actualmente, los jóvenes son bombardeados por la televisión con personajes que ponen cara de imbéciles y sueltan chistes para retrasados mentales, de tal manera que los espectadores se consuelan sabiendo que hay otros más tontos que ellos.
Te siento lejos, muy lejos
Veo muchos rostros distintos
Y tú no estás entre ellos.
Porque te llevo muy dentro
No necesito verte con los ojos
Que nos dan cuando nacemos.
La psicología y la psiquiatría se han preocupado desde hace mucho en desvelar secretos que esconden los rostros de gente inocente o el de asesinos seriales. Quisiéramos mirar al rostro de una persona e interpretar su expresión o leer sus pensamientos; o cuando aceptamos que el dinero y el amor siempre se reflejan en el rostro y otras tantas frases que se refieren al tema que nos ocupa.
En mi juventud, descubrí que si veía a una persona reflejada en un espejo me era más fácil entender otras facetas de su personalidad, por lo que procuré buscar siempre el reflejo de mi interlocutor en algún cristal, espejo, etcétera; hasta que cayó en mis manos un manual de “Neuropsicología y análisis de rostros de asesinos”, del maestro Joel Moguel Mondragón, que me permitió comprobar algunas de sus ideas, esto es, obtener las dos mitades faciales –mediante el reflejo—y unirlas, mentalmente, en forma invertida, con lo que se accede a algunos efectos profundos de la expresión facial.
Después de todas las anteriores disquisiciones la recomendación es dejar que nos vean el rostro pero debemos evitar que nos vean la cara.