Libros de ayer y hoy
Lágrimas
Agua, sodio y potasio. A esto se reduce físicamente una lágrima. Todos sabemos que ella involucra tristeza, alegría, enojo y otros sentimientos que nos vienen desde que nacemos, aunque cada uno a su manera; incluso -se sabe ya- los bebés lloran y derraman sus primeras lágrimas en su idioma materno.
El equipo de Kathleen Wermke, de la Universidad Würzburg grabó y analizó el llanto de 60 recién nacidos sanos; 30 de ellos de familias francófonas y los otros 30 de familias germanófobas, entre 3 y 5 días de su alumbramiento. El análisis reveló claras diferencias, basadas en el idioma materno: los primeros lloraron en tono ascendente, mientras que los alemanes en tono descendente. Aunque claro, al final del estudio se comprobó que las lágrimas son las lágrimas, con los mismos elementos químicos, sin importar raza, religión o idioma.
Desde Julio César hasta López Portillo, pasando por Santana o Hitler, los grandes demagogos han llorado con alevosía en los actos públicos para hacerle creer al pueblo que se conduelen de sus desgracias. “Voy a defender el peso como un perro” gritaba JLP, mientras lágrimas de plañidera corrían por sus mejillas.
Hay quienes pretenden alcanzar un autocontrol que no busca la aprobación de la sociedad, sino más bien mostrarle cuánto desprecia el pobre consuelo que puede brindarnos una lágrima ante una pérdida irreparable. Las lágrimas, qué sentido tienen cuando el mundo ha perdido todo su sentido.
En alguna ocasión comenté que algo que me molestaba sobremanera era ver lágrimas en una mujer, aunque fuera en una fotografía, sin poder entenderlo. Una amiga me preguntó: ¿Alguna vez viste llorar a tu madre? No, ni en los momentos más difíciles, contesté. Esa es la respuesta, quieres que todas sean como ella.
Las lágrimas pueden ser de cocodrilo o sinceras. “Cuídate de las lágrimas de una mujer. Todas ellas son malas, pero las de con cara de inocencia, son las peores” decía Saramago. Ellas controlan sus sentimientos de cólera, apetito sexual, ganas de reír o de llorar; conocen el carácter voluntario o involuntario de la represión lacrimógena.
Enrique Serna, escribía que hay personas que poseen un mecanismo de autodefensa contra el sufrimiento directo que sólo nos concede una tregua cuando compartimos el sufrimiento de los personajes ficticios (novelas, cine o teatro). Un mecanismo nocivo, sin duda, pues el llanto es un alivio en momentos de gran aflicción, aclaró.
En contraparte, hay gente sensible, mucho, que realmente expresa sus pesares con lágrimas. ”Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”, decía Rubén Darío; o la conocida frase que pronunciara García Márquez: “ninguna persona merece tus lágrimas y quien las merezca nunca te hará llorar”.
Sobre las lágrimas podrían escribirse enciclopedias, llenar un mar de lágrimas. También sobre aquellas que caen en la arena y desaparecen pronto con la primera ola que llega allende el mar. Un amigo platicaba su experiencia de cuando la vela de su primera comunión escurría lágrimas de parafina sobre el blanco listón que la cubría. Ese sentimiento de impotencia al no saber cómo salvar su simbolismo de pureza perduró toda su vida.
En Tanzania, los niños refugiados ruandeses no lloran, sólo ven fijamente a su madre. Médicos afirman que su cerebro ya codificó –a través de tanta miseria- que el llanto no les servía de nada. El dolor está asimilado al silencio.
Hubo una época en que la casa que se preciara de estar “in” debía tener, por lo menos, un cuadro de un payaso con cara de desconsuelo o un niño pobre muy triste; ambos personajes con visibles lágrimas que corren por sus mejillas. Había quien considerara -entre ellas yo- estas representaciones lacrimógenas de abominables, sádicas y poco estéticas. Afortunadamente, esa fea costumbre ha ido desapareciendo.
La incapacidad de llorar trae como consecuencia el predominio absoluto de la voluntad que aniquila por completo cualquier sentimiento espontáneo. Quienes se imponen el llanto como un deber comenten un abuso de autoridad contra sí mismos y la venganza del inconsciente consiste en impedirle llorar, ha dicho Serna.
Recuerdo a Laura Alicia, un viejo amor imposible, a quien expresaba: una lágrima brota de mi alma, porque mi amor no te puedo entregar, no eres libre, eres de alguien, y a mi lado nunca podrás estar…
El final de ese amor también lo fue el poema que le pronunciaba al oído:
“Y así, cada mañana/Al abrir mis ojos/Al sol le pregunto:/Cómo se dice adiós/A quien se ama”.
En la peluquería tomo una revista “Lágrimas y risas”, y mientras la hojeo se escuchan los gritos de mis ciber-seguidores:
¡Quiere llorar…quiere llorar…!