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Juego de ojos
Nocturnal Chiconcuaquense
Las noches en Chiconcuac invitan a la añoranza.
¿Añoranza de qué? Son sólo divagaciones mientras aparece la primera noche libre de nubes. Las tormentas nocturnas han cesado dejando paso a una bóveda celeste cuajada de estrellas que sólo desde este lugar pueden apreciarse.
En medio del patio planto mi silla de campaña y comienzo a observar el nocturnal que me acompaña.
Estoy aprendiendo a escuchar al silencio.
Aunque no hay tanto, por cierto, pues tengo la compañía de un ave nocturna que lanza un pitido repetitivo de toda la noche; una lagartija besucona que pareciera que lanza ruidosos besos, mientras que una familia de ya no tan pequeñas iguanas avisa de su presencia con un cloc cloc. Les repito los sonidos y me contestan; es un diálogo de nunca acabar. Silenciosos, raudos, casi imperceptibles vuelan sobre mi cabeza murciélagos que van tras insectos o chicozapotes cuando es temporada. Un escorpión se planta frente a mi casa. Me levanto de la silla y me le enfrento. Me observa y recula. Ha aprendido la regla de que cada quien tiene su hábitat y que debe haber respeto. Espero que encuentre pareja y se retire a un apantle cercano.
Mientras observo mi entorno recuerdo mis años de trabajo en un oficio peligroso que me dejó tantas satisfacciones. Siento que he cerrado una puerta imaginaria que jamás se abrirá nuevamente. Fueron pasajeros instantes sin arraigo, ráfagas de un viento fugaz.
Sigo escribiendo -reflexiones, cuentos, poesía o novelas- y las voy acomodando en los escaques de un tablero como en el ajedrez. He llenado los de este mes y del próximo. Son metas que me he puesto para no morir antes de tiempo. En los años que serví en el Socorro Alpino me acostumbre a avanzar marcando pequeñas metas, que acumuladas, podían terminar en una gran expedición.
Nuevamente salió el alacrán. Interrumpe mis abstracciones. Me observa una vez más. Con sus tenazas atrapa a un distraído bicho. Me acerco con un bote de veneno y corre a su guarida en espera de una mejor oportunidad de ser invitado a mi casa.
El calor húmedo y el cielo estrellado invitan a la meditación y a observar a la naturaleza del lugar. Aunque con alguno que otro inconveniente.
Son las 12 de la noche; aquí se rompió una taza y le digo a cada bicho: cada quién para su casa.