Descomplicado
Visiones
Desde mi refugio en tierras morelenses camino por las baldosas alrededor de la palapa y la piscina de aguas cristalinas. El viento entra hasta ahí y, como serpiente, circula entre corredores que crean los árboles del jardín. La caminata, en ese ambiente de silencio, interrumpido sólo por el canto de algunos pájaros o el sisear del aire, me permite hacer un recuento de quién soy, y lo que también es importante, quién fui.
Acaricio el vacío. Recuerdo la fragilidad sentimental de mi vida y también la fortaleza que el camino recorrido me imbuyó. El aire que circula, serpentea entre mis piernas, cobija mi cuerpo y me pregunta al oído: ¿Dónde están tus recuerdos?
Ese viento entra al vacío de los memoriales y me lleva a recorrer calles, puertas y ventanas de mi niñez, de mi juventud. ¡Qué extraño! la madurez no se incluye en ese periplo por mi vida.
Con melancolía reflexiono sobre algo que tarde o temprano hacemos todos: ¿Qué dejo detrás de mí?
En la película “Algo para recordar”, la protagonista, Deborah Kerr, expresa: ‘qué frío será el invierno para quien no guarda recuerdos cálidos’.
Dedique mi vida a escribir, pues esta actividad me permitió vivir el presente y revivir el pasado.
Mientras camino sobre el césped, mi mente sigue pensando en el siguiente párrafo, en la cita que mana del fondo de cajón de los recuerdos, en la interconexión que debe haber para crear una novela, un artículo, una evocación, una reflexión. Busco en un cuarto lleno de puertas, ventanas, espejos y sonidos.
Los atardeceres del estado de Morelos están llenos de policromías que se van difuminando con el verde obscuro de los montes, aquellos por los que vagó y peleó Emiliano Zapata. Esos atardeceres invitan a la meditación, la reflexión, la recuperación de los recuerdos.
Dediqué mucho tiempo a la lectura. Esa actividad se da en la soledad, una soledad con las puertas abiertas que me permiten atravesar las fronteras del conocimiento.
Mi pasado y mi presente ha sido leer. Ce vici impuni que me inculcó mi cuentacuentos de la noche. Esa actividad me dio la oportunidad de azuzar el pensamiento, mis sensaciones. Entender el proceso histórico del hombre; sus íntimos secretos. No existen secretos que el paso del tiempo no revele, decía Jean Racine.
Mientras descanso en ese jardín, mi nuevo jardín, abro un libro que me permite abrazar a otro mundo, el de la imaginación, donde pervive la belleza, la que nos perturba la mente, el pensamiento.
El silencio, la soledad, la lectura, me permiten ver algo de lo que dejé atrás de mí: escribir, trasmitir algo de lo que aprendí en esos libros que escondían secretos entre sus tipos de letra de todos tamaños; como también de la vida.
A diferencia de la gran mayoría de los obreros, de los empleados que realizan un trabajo que preferirían no hacer, que se sacrifican haciendo algo que no les importa, como escritor lo hice por gusto, por entretenimiento, pero sobre todo, esperando ser un transmisor del conocimiento.
Escribí para alcanzar una especie de inmortalidad, pensando en que algún día, aunque muerto, alguien leerá mis epístolas y me permitirá estar vivo a través de esa lectura.
Recuerden que verba volant, scripta manent: las palabras vuelan, lo escrito permanece.
Debí traerme al refugio morelense a un par de fantasmas de mi otra casa o aquí los heredé. En ocasiones veo a uno de ellos pasar rápido por el prado; el otro, más aventurado, se acerca a la ventana y se asoma. Sólo mira -no observa- hacia adentro de la casa. Cuando volteo, tengo la sensación de que quiere permanecer un poco más de tiempo en esa posición, pero “algo” le hala, le aparta, le arrastra.
Al pasear por el jardín, los siento cerca. No creo que sea Dios, pues Él no va a aparecerse a un simple mortal sin tener para ello fuertes razones. Estoy seguro que no soy una de esas razones.
Los veía antes de venir a Morelos. Les convencía de que estaban muertos, de buscar la luz que les permitiría traspasar al otro espacio. Siempre pude ayudarles. Pero ahora me surge la pregunta ¿Quiénes son y qué querrán decirme?
Debo agradecer a los amigos que me han acompañado por esta aventura que es la vida y el saber. Algunos se fueron antes; pero los que me quedan, que apenas caben en mi mano, son los mejores, pues en su sabiduría abrevo conocimiento y afecto.
Ha habido muchos aspectos de mi vida que no pude dejar en el pasado, sobre todo, los problemas de mi mente: invoco el nombre de una persona y minutos después suena el teléfono y escucho su voz. Muevo objetos cuando estoy tenso. Partí en dos –con sólo mirarlo- el grueso florero de cristal que no me gustó. Veo espíritus y tengo claro el futuro, visiones. Debe haber cientos de explicaciones científicas al respecto; pero a mí no me importa entender esos fenómenos.
Mientras percibo a los fantasmas caminar a mi lado, trato de visualizar el futuro. Veo con mucha claridad los acontecimientos por suceder. Son tan nítidos, factibles, fáciles de ver; sin embargo, a mi futuro personal, no se me permite acceder; sólo puedo atraer pensamientos de algunos eventos que dejé atrás. Lo negativo se bloquea. Es un alivio.