
Teléfono rojo
08 de abril
Me gusta recordar cada día 08 de abril. Como en una pantalla aparece mi vida; esa existencia que transcurrió entre la tinta y el papel; entre viejas máquinas de escribir mecánicas y modernas computadoras; escandalosos teletipos y silenciosos faxes; de criptográficos telegramas a extensos E mails. De la noche de Tlatelolco a la tarde del Jueves de Corpus; de los conflictos universitarios a las guerrillas centroamericanas; de viajar a decenas de países como investigador a los reportajes por selvas o desiertos mexicanos. De convivir con la realeza europea o entrevistar a los dictadores y guerrilleros latinoamericanos. De ascender a las altas montañas, penetrar en profundas cavernas, recorrer ríos subterráneos o lanzarme en paracaídas. De marino a rescatista de alta montaña. De poeta a pintor al óleo. Sobreviviente al perder el avión que entre la niebla se estrelló contra una montaña. Del alcohol y las noches sin huella a la serenidad que da el tiempo.
Con lo andado, hoy agradezco tener amigos que se preocupan por mi salud o comentar los libros que hemos leído. Disfrutar el final del camino después de haber vivido a mi manera.
Me gusta observar el mar con ojos de nostalgia, esperando la ola que borre esos pecados que han quedado esparcidos en la arena; ver cómo el océano se abre a manera de un enorme cementerio en el que navegan los náufragos –algunos de mis viejos amigos- cuyas almas se ha tragado el mar.
Aprovechar el sotavento de la vida para poner proa al infinito y bogar junto a esos navegantes cuyo espíritu, algún día, veré a mi lado flotar.
Mientras esto sucede, seguiré escribiendo, olvidaré la depresión, la irritabilidad y los cambios hormonales que se presentan con la edad. Abriré los dedos de mis manos y dejaré que las letras, las frases, las oraciones, los poemas, como arenas se cuelen, se esparzan sobre las olas de la playa y de la mar.