Visión financiera/Georgina Howard
Liberación I
Seguir a Jesucristo librando al ser humano de la pobreza,no en dirección de la riqueza, sino de la justicia social. TL.
Esta tarde, libre de nubes y con agobiante calor, tuve la oportunidad de conocer al segundo cardenal en libertad. Llegó a lo alto de un arbotante del jardín de mi casa en Chiconcuac. Me mantuve estático; ni un músculo moví. Con su plumaje rojo me observó y volteó su cabeza y su atractivo copete hacia el atardecer de Morelos (No era Hugo Chávez) Voló libre, como deben hacerlo todas las aves y todos los hombres.
Su presencia me hizo extraer el fondo de la psique raigones de encuentros con el comandante Ernesto Cardenal.
Nicaragua. Julio 1979.
Alberto observa cómo sobresale del gentío un hombre que pareciera un viejo misionero de boina negra y barba blanca. El sacerdote, poeta, filósofo y guerrillero Ernesto Cardenal recorre las callejuelas de León.
En Granada, días después, visitó su escuela y la iglesia que lo llamó al sacerdocio y donde conoció del sufrir de los pobres, a los que se les unió; algo que no le fue perdonado por Juan Pablo II que le negó la bendición y le exigió: “usted debe regularizar su situación” esto es, o está con la iglesia romana o con la revolución sandinista de los pobres.
Cardenal, en su libro “La revolución perdida” recuerda que días después de ese rechazo Juan Pablo II se abrazaba en El Salvador con el asesino de Monseñor Arnulfo Romero, de sacerdotes y de monjas.
Cardenal siguió el camino propuesto por el papa Paulo VI, quien dijo que la revolución armada es legítima contra una dictadura evidente y prolongada. Pero por otra parte, fue derrotado por Juan Pablo II, el aliado del imperialismo, que en todo momento luchó por destruir un movimiento izquierdista que era apoyado por católicos y sus sacerdotes, pero sobre todo por los pobres.
Alberto recuerda aquella tarde en Managua, a un costado de la catedral, donde junto a una taza de café o un vaso de ron Flor de Caña, los dirigentes triunfantes festejaban.
-Ahora sí mi comandante, el paredón tiene que trabajar muy duro – les comentó el enviado mexicano.
Todos los altos jefes de la revolución sandinista lo vieron con sorpresa.
“Duros en la lucha y generosos en la victoria” ha sido la proclama que nos dejó nuestro comandante fundador Carlos Fonseca y no la cambiaremos- dijo el sacerdote guerrillero Cardenal.
-Mi comandante, para cimentar la revolución mexicana faltaron postes para colgar a los traidores y burgueses; la Unión Soviética fincó su poder en los miles de muertos en Siberia y Cuba envió al paredón a todos aquellos que pretendieron el regreso de las mafias neoyorquinas y del dictador Batista; los mismos Estados Unidos afianzaron su “democracia” primero con con la muerte de dos inocentes migrantes (Sacco y Vanzetti) o luego la de Ethel y Julius Rosenberg, “las primeras víctimas del fascismo norteamericano”, a quienes imputaron dudosas acusaciones.
Cardenal, a quien han considerado “dos veces converso”, al misticismo y al marxismo, a la religión y sandinismo, mantuvo silencio.
-Esos a los que están perdonando, serán los mismos que crearán la contrarrevolución y la venderán al mejor postor- pronunció Alberto.
-No Alberto, estamos seguros de que la revolución sandinista es diferente y por tanto no necesitaremos abonar con más sangre nuestro futuro; aunque en este caso sea la de los asesinos del régimen anterior.
–Las revoluciones no se riegan con agua de rosas, dijo Dantón en la Revolución Francesa – les recordó Alberto y dio por terminada la discusión.
Ernesto Cardenal vivió entre Dios y Marx, entre
En Nicaragua triunfó el sandinismo. Con él llegó al poder, por vez primera en la historia latinoamericana, la “Iglesia de los pobres”. Cuatro sacerdotes fueron designados ministros: El padre Miguel D’Escoto, del Exterior; Ernesto Cardenal, de Cultura: Fernando Cardenal, de Educación y Edgar Parrales, de Bienestar Social.
Al final, al poeta guerrillero le tocó vivir la traición de una revolución por parte de dirigentes que se dejaron corromper: Daniel y Humberto Ortega, el escritor Sergio Ramírez, Moisés Hassan, Edén Pastora y otros, y el representante del Cristo en la tierra (Juan Pablo II) que se dejó deslumbrar por los focos que le ofrecía la “nueva” iglesia del Norte y el poder de Israel, traicionando a los pobres de América Latina.
Alberto dejó esos momentos de hace 35 años plasmados como un sueño en su novela “Fotografía de una gitana”; y salta, como en las obras de teatro pekinés a sus primeros pinitos en el periodismo, a principios de la década de los 60.
II
Esta tarde me he zambullido en el pozo de los recuerdos. La profundidad que alcancé fue de cincuenta años, cuando era apenas un aprendiz de reportero que aún hacia mis pinitos en la libreta de apuntes. Caían en mis manos documentos que un periódico laico, casi ateo, no tomaba mucho en cuenta: el Concilio Ecuménico, conocido como Vaticano II.
Mi conciencia social aún brotaba de mi mente. Aún faltaba mucho para que yo escuchara a Salvador Allende pronunciar que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica, pero ya estaba en mi consciencia ese sentir hacia los desposeídos.
Fue una lucha por restituir a los pobres su dignidad a través de la iglesia en una antítesis del Syllabus de 1864 en que Pío IX condenó duramente el liberalismo, el ateísmo, en panteísmo, la incompatibilidad entre la fe y la razón y la modernidad en su conjunto civilizatorio.
Juan XXIII, el Papa Bueno, mientras observaba la Luna llena hablaba sereno, acallando cualquier ataque a su compleja iniciativa con una sola palabra: aggiornamento, o puesta al día de la Iglesia. 2,400 obispos de todo el orbe se concentraron en Roma para intentar –la gran mayoría de ellos- abrir las ventanas de la Iglesia al mundo.
Con el Concilio la Iglesia aceptó la historia, es decir, reconocer que el cristianismo vive y respira dentro la vida histórica de la humanidad. Y no fuera de, o, a pesar de ella. Se reconocen valores de la sociedad moderna, también se matizaron posturas radicales que condenaban la cultura como pecaminosa, sucia y amenazante.
La TL, nacida en América Latina a finales de la década de los sesenta del siglo pasado -apenas ha cumplido 45 años- es una de las corrientes más creativas del pensamiento cristiano nacidas en el Sur, lejos de los centros de poder político, económico y religioso, con señas de identidad y estatuto teológico propios. No es, por tanto, una sucursal de la teología elaborada en el Norte. Todo lo contrario: ha quebrado el norte-centrismo teológico, sea el moderno o el postmoderno, el europeo o el norteamericano.
En esa ocasión hubo quienes percibieron el Concilio como una ruptura entre los grupos tradicionalistas y ultraconservadores que creen que se cedía identidad a la modernidad y esto atentaba la misión civilizatoria de la Iglesia. Entre ellos los Lefebvristas (Marcel Lefebvre). Por otro lado estaban los sectores progresistas de católicos, que creían que esta ruptura con el pasado monárquico de la Iglesia ha sido altamente positiva pero inconclusa.
Al final se impusieron los conservadores. Incluso estos últimos desataron una ola de represión y disciplinamiento doctrinal tanto a los ultratradicionalistas como a los progresistas. En América Latina no fue casual el embate de Roma contra la Teología de la Liberación que había sido precisamente un fruto conciliar.
Algunas de las instrucciones para la persecución de esta modernización eclesial fueron redactadas por el cardenal Ratzinger cuando era presidente de la Congregación para la doctrina de la Fe (Inquisición) y fue ratificada por Juan Pablo II.
Entre 1977 y 1979 fueron asesinados cinco sacerdotes en El Salvador, seguidores de la Teología de la Liberación y miembros activos de la iglesia de los pobres que trabajaban con las comunidades y los sectores más oprimidos y reprimidos del país. Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, viajó al Vaticano en agosto de ese año, con un minucioso dossier sobre la brutal represión que venían sufriendo la iglesia católica y el pueblo salvadoreños. El papa Juan Pablo II se negó siquiera a ver el dossier y a hablar del tema. Monseñor Romero regresó abatido pues había creído, hasta su entrevista, que al papa le ocultaban información. En marzo de 1980, Monseñor Romero fue asesinado mientras celebraba misa. Ese mismo año, cuatro religiosas morían también asesinadas, luego de ser torturadas y violadas por el ejército salvadoreño. El Vaticano no emitió condena alguna contra el régimen que los propiciaba. El silencio se hizo norma.
Mas, a pesar de la persecución de que ha sido objeto, la TL no se ha rendido a la ortodoxia vaticana, ni ha renunciado a sus primeras intuiciones ni al principio-liberación, pero tampoco se ha quedado en la foto fija de sus orígenes, ya que no es una teología perenne, inmune a los cambios, ni de la razón pura, sino una teología de la razón práctica, histórica, in fieri, que se reformula y reconstruye en los nuevos procesos de liberación.
Sin nostalgias, el Concilio Vaticano II sigue vivo; la pregunta clave siguiendo al fallecido cardenal Carlo María Martini es: ¿Será necesario convocar un Concilio Vaticano III para aplicar el segundo?
III
La Teología de la Liberación está muy está anciana, si no es que ya está muerta…
Los detractores de la TL, los ultraconservadores perviven hasta este momento. Monseñor Carlos Aguiar Retes, todopoderoso presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), y difundidas por la Agencia Católica de Información ZENIT hizo las anteriores declaraciones en un momento tan significativo como el encuentro del CELAM con el papa Francisco, cuando el Vaticano está dando muestras de acercamiento a dicha teología.
Para los seguidores de la Teología de la Liberación ésta está muy lejos de la ancianidad y mucho más todavía de la muerte.
Lo mismo que la Teología de la Liberación en sus orígenes intentó responder a los desafíos sociales, económicos, religiosos, espirituales, culturales de América Latina, hoy sigue haciéndolo y se elabora a partir de los nuevos sujetos que están emergiendo y protagonizan los cambios estructurales en la sociedad y en las religiones: las mujeres doble o triplemente oprimidas por las dictadura del patriarcado, del capitalismo y del colonialismo en alianza; la Tierra, sometida a la depredación del sistema de desarrollo científico-técnico y económico voraz; el campesinado sin tierra, los pueblos indígenas y las comunidades afroamericanas, humilladas durante siglos de dominación imperial; las colectividades, cada vez más numerosas, excluidas; la globalización neoliberal; las religiones otrora destruidas por el cristianismo imperial, las identidades estigmatizadas y perseguidas.
La TL contribuye a la superación del racismo, el sexismo, el clasismo, la homofobia; lideran la lucha contra los etnocidios, genocidios y biocidios causados por el paradigma de desarrollo de la modernidad occidental.
De aquí han surgido nuevas tendencias teológicas de la liberación, todas ellas contra-hegemónicas: teología feminista, indígena, afrodescendiente, campesina, ecológica, teología del pluralismo religioso, de la diversidad sexual.
Francisco, la esperanza.
La TL, no es una anciana moribunda, sino que sigue viva y activa intentando responder a los nuevos desafíos del continente latinoamericano.
El papa Francisco, haciendo honor a uno de esos titulares con los que se prodiga y que tan bien sientan al cambio de imagen que se pretende fomentar desde El Vaticano, dijo que el comunismo robó la bandera de los pobres a la iglesia de Roma.
Francisco ha motivado o empieza a motivar a muchos sacerdotes, simpatizantes y creyentes de la Iglesia Católica a formar una nueva organización con nuevos valores y una nueva ideología que rompa con las ideologías tradicionales y los modelos políticos y económicos que han sometido a millones de seres humanos en la explotación, la marginación, la pobreza, el hambre, la desocupación, el analfabetismo y la insalubridad
Tiene que dejar sus ligas con los corruptos políticos y banqueros que controlan el poder en esos países donde tendrá su base de apoyo y a sus más fieles seguidores en esa transformación que se requiere con urgencia en el mundo. Esas son las bases de la Iglesia de los pobres que el papa Francisco quiere recuperar.
No se pude negar que la Iglesia a pesar de su vieja y anquilosada estructura, es una de las instituciones que mejor organizadas están en el mundo ya que a pesar de todos los errores y las deformaciones y actos contrarios a la fe y al rito, cuenta con más de 1200 millones de fieles; tiene en su agrupación a más de un millón de sacerdotes y religiosos, cuenta con más de cinco mil hospitales, más de 74 mil dispensarios y leprosorios, poco más de 15 mil residencias de ancianos incurables, más de mil universidades, más de 200 mil colegios, poco más de 70 mil asilos nido con 7 millones de alumnos, cerca de 700 mil centros sociales, 131 centros de personas con sida en 41 países. Se han sumado recientemente los refugios para migrantes. Esa estructura demuestra que a pesar de todos los errores de algunos sacerdotes y de políticas equivocadas en el apoyo a los grupos poderosos en contra de los marginados, apoyando en la explotación y manipulación a los indignos en contra de los millones de indignados, es una estructura firme y poderosa que cuenta con muchos apoyos y simpatizantes en todo el mundo.
Alberto, no puede evitar sentir una cierta preocupación por la salud del pontífice, últimamente quebradiza. Recuerda al Papa incómodo, Juan Pablo I, el llamado El Papa de los Obreros, que al mes de pontificado amaneció, al parecer, envenenado.