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Libros de ayer y hoy
Integración
«Europa está agonizando como proyecto político de integración. Las elecciones europeas revelan cómo los partidos que gobiernan están más preocupados por competir con la extrema derecha, que avanza a lomos de la xenofobia, que de proteger los valores y los derechos comunitarios», sintetizaba Gaspar Llamazares el drama que vive el llamado Viejo Continente.
París, la capital del lujo y de la racionalidad se ha convertido en el ejemplo de lo que le espera a la comunidad europea si no se toman medidas que frenen la degradación social. “Francia tiene miedo” fue el titular de Le Monde durante las revueltas en los suburbios de la ciudad Lux.
Mientras algunos dirigentes –sobre todo los promotores de la comunidad Europea- defienden a ultranza el multiculturalismo, los ciudadanos comunes de cada una de esas naciones se resisten a aceptar a los miles y miles de inmigrantes que llegan en oleadas huyendo de la muerte, el hambre y la barbarie de su tierra, cualquiera sea ésta.
Lo que se había considerado el faro que llevaría a buen resguardo a esos inmigrados ha quedado en guetos donde la integración se antoja difícil sino es que imposible. Raza, color, cultura, religión, costumbres, idioma y grande fecundidad chocan con nacionalismos y costumbrismos que se remontan a siglos.
La integración de ese multiculturalismo ha sido más difícil que la mezcla del agua con el aceite. Magrebíes, marroquíes, senegaleses, turcos, egipcios, ecuatorianos, etcétera, que cunden como cuyos, se han asentado en la periferia de las ciudades grandes y pequeñas de Europa sin más posibilidades de trabajos que en la construcción, la pequeña industria o los servicios domésticos, cuando no en el tráfico de drogas, la delincuencia y prostitución, o el simple ocio.
La parte religiosa se ha convertido en una cuña entre la sociedad, en especial el islamismo creciente. Cada día el número de mezquitas aumenta y los hiyab (pañuelos en la cabeza) o ‘sharía’ son más frecuentes. En Francia la asimilación de los más de cinco millones de musulmanes se ha considerado un fracaso; en el Reino Unido casi dos millones siguen sin integrarse a este sistema en apariencia laico; en Alemania casi cinco millones de islámicos se han convertido en un problema social. En España hay más de un millón de musulmanes que se reúnen en unas 700 mezquitas.
La educación es integracionista y los niños blancos lo aceptan, aunque vean a sus compañeros negros, amarillos o cobrizos como rarezas. A su vez, los jóvenes inmigrantes han comenzado a interpelar esa integración obligatoria
En los guetos parisinos, donde vive la que calificó el ex presidente francés Nicolás Sarkozy como “la escoria”, han incendiado decenas de miles de automóviles. La quema de viviendas y comercios es tan recurrente que dejó de ser noticia.
Algunos grupos –latinos por ejemplo—aceptan sin demasiados melindres la integración, pero los saharianos o los llegados de Levante –musulmanes en su mayoría—no aceptaron la doble identidad, y cuando se sienten discriminados se despegan de las leyes y costumbres europeas para refugiarse en su identidad.
Las mujeres, por su parte, continúan con el rechazo a acudir con el ginecólogo, el uso de uniforme de gimnasia, compartir el salón de clases con los hombres, etcétera, lo que refuerza la imagen de un Islam conflictivo.
Lo que sucede en Basora –por ejemplo—donde las mujeres son horriblemente mutiladas, asesinadas y tiradas en los basureros con notas que aclaran que fue por no vestirse de acuerdo con las normas islámicas que unos intransigentes han decidido para las mujeres, les hace temer lo peor, aun estando en Europa.
Quienes proyectaron una Europa desnacionalizada tal vez alcancen su objetivo, pero seguramente será a costa de mucha sangre y odio. A las nuevas generaciones les tocará ver una revolución racial que apenas comienza en ese continente.
El proceso desnacionalizador sigue su curso. Pronto escucharemos que fulanito es un europeo que habla francés y alemán, o que sutanito es un ingeniero europeo. Será terrible ir por la calle y te señalen: “Ahí va un chovinista” o “Ten cuidado porque ese es un nacionalista”, “No lo divulgues pero el vecino dice que es francés”.
Gran parte de los llegados al continente durante las décadas de los sesentas y setentas, han tenido hijos y formado generaciones que a su vez han dado nietos. Son grupos sin una integración cultural y fracasados o por fracasar escolarmente lo que les lleva a una discriminación en las oportunidades de empleo; porque entre François, Hans o Michael, a Mohamed o Moshin, la cepa europea se inclinará por contratar a alguien de su estirpe.
Aquí la diferencia de que no es lo mismo ser Pierre Le Sexualité que Pedro el Puñal.