Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Mala leche
Me ha surgido una duda -una más- sobre qué tanto influye la buena o la mala vibra en los seres humanos; cómo actúa su corazón o su cerebro en su vida, en su suerte.
No hace muchos años el científico japonés Emoto Masaru llevó a cabo experimentos que consistían en exponer agua en recipientes en los que escribía palabras, dibujos o música. La congelaba y los cristales resultantes los fotografiaba con interesantes efectos. Había hermosas formaciones que respondían a lo positivo como: amor, comprensión, compañerismo, Dios. Cuando el sentimiento era negativo: te odio, estás horrible, eres despreciable, aparecían figuras deformes y sucias.
Él aseguraba que “el pensamiento humano, las palabras, la música, las etiquetas en los envases, influyen sobre el agua y ésta cambia a mejor absolutamente. Si el agua lo hace, nosotros que somos 70 u 80% agua deberíamos comportarnos igual”. El doctor Masaru ha conminado a la gente a aplicar esta teoría para mejorar su vida.
Los creyentes en este científico aceptan que mentalmente o por la palabra se puede influir en la estructura y propiedades de una sustancia química como es el agua. Esto, como consecuencia, en el cuerpo humano.
Hay corrientes científicas que consideran al corazón como el verdadero motor del ser humano, especialmente en los sentimientos. El cerebro, finalmente es el ejecutor de las órdenes que emite el músculo cardíaco. A partir de esa bomba que lleva o que trae sangre y alimento, se crea una energía más allá de lo médico, pasando a lo espiritual. A lo místico, tal vez.
En alguna ocasión escribí sobre la memoria en el ser humano, la cual podría albergarse en tres regiones: el cerebro, el corazón y en el cuerpo mismo. En el segundo de los casos no sólo hay la memoria física –resultado de los cinco sentidos- sino la magnética que muchas veces aparece al fondo en un electrocardiograma, en ciertas frecuencias no observables a simple vista.
En España se realizó recientemente un experimento el cual consistió en conectar unos electrodos al pecho de varias personas que departían amigablemente y trataban asuntos positivos de su vida. Esos electrodos tenían como terminal una vasija con leche que recibía sensaciones de armonía que purificaron el lácteo y lo convirtieron en el mejor postre de sobremesa. El mismo recipiente se instaló en medio de una discusión en el Congreso de los Diputados recibiendo la leche alta concentración de codicia, rencor, ambición, miseria, estupidez, fanatismo; todo ello convirtió al líquido en una pócima venenosa.
Según comentaba hace poco el escritor Manuel Vicent la mala leche que hoy se ha apoderado en nuestra sociedad responde de los latidos de un corazón colectivo devastado. Por eso –decía- el aire es irrespirable.
Para todos aquellos que pensaron que abordaría el tema de las 55,000 toneladas de leche radiactiva en polvo, 5,000 toneladas de mantequilla y 3,000 toneladas de quesos derivados también de leche radioactiva que importó Raúl Salinas de Gortari (*) y luego las revendió en nuestro país con peligrosos resultados para las mujeres gestantes y los niños ¡Oh decepción! Pues no, esto lo abordo ampliamente en mi novela “La mariposa sin memoria”.
Los únicos que tendrán presente ese láctico serán los miles de casos de cáncer que han estado apareciendo estos años y que pudieran ser resultado de…la mala leche.
* Leche radiactiva. Historia de una infamia. César Carrillo Trueba.