El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Medios
Desperté esta mañana y me pregunté: ¿Habrá algo hoy que me cause asombro?
Encendí el televisor y escuché sin mucha atención el resumen de noticias. Nada…nada que me espante. El bombardeo de información nos ha hecho inmunes, indiferentes.
Vivimos un laberinto de espejos. La información que nos presentan los telediario, buena o mala, no dura más de un minuto. Asesinatos, discursos insulsos, políticos corruptos, líderes religiosos pederastas, estrellas de cine o televisión haciendo declaraciones propias de un retrasado mental, son el espectáculo al que al parecer están condenados los televidentes.
El grueso de la gente ha renunciado a saber; confunden la información con el saber. Vivimos momentos en que el hombre se ha transformado en tonto, frívolo, crédulo de todo lo que le dicen los medios. El hombre es ahora un ser primitivo con mucha información.
Vemos o leemos noticias sobre cientos de miles de niños en Suazilandia que vagan entre el hambre, sida, sequía y guerras. Esta nota es sólo un chispazo a la que le sigue, la súper-noticia de que un artista ha dejado de drogarse para que le permitan ver a sus hijos o la bailarina que se ha divorciado por enésima ocasión.
Noticias vacías para receptores que tienen teflón en su mente.
Recordar la fotografía de la niña africana, sentada, agonizante de inanición mientras un buitre espera…espera. La gráfica mereció el premio Pulitzer para Kevin Carter, un reportero gráfico blanco, bien alimentado, que confesó haber aguardado horas y horas, además de tomar cientos de placas para escoger “la buena”, la que mayor dramatismo periodístico tuviera. Al poco de que alguien le preguntara “¿Qué hiciste para ayudarla?” el periodista, que dejó a la pequeña a su suerte, se suicidó.
El gran secreto de la televisión –verdad de Perogrullo- ha sido la imagen, pues el ser humano considera que sólo son reales las cosas que son percibidas. El filósofo Berkeley aseguró que existir consiste en ver y en ser visto.
Para Platón, las esferas celestes están pobladas de ideas sintéticas a priori y los humanos no somos sino encarnaciones físicas de esas ideas e imágenes.
El televisor, que parecía un juguete insólito e inofensivo, se ha transformado de inocente aparato en un monstruo que se ha apoderado del alma humana.
Observo el mundo, aquel cuyo espíritu se ha vacunado y ha perdido la capacidad de asombro. Los grandes acontecimientos de las últimas décadas se pierden con gran facilidad en la mente humana. Sólo el Holocausto pervive: pero ha sido y es porque el pueblo que lo sufrió no quiere que se repita un error humano tan grande como ese. Sin embargo, los cientos de miles de muertos en Vietnam, los millones de asesinados en Camboya, las víctimas en las Torres Gemelas, la destrucción de pueblos enteros en Irak y Afganistán por los estadounidenses se van difuminando en la mente de los hombres y convirtiéndose en sólo datos de un texto de historia.
Lo terrible es que los televidentes desearían recibir noticias in crescendo, al infinito, como en las adicciones; primero fue un carro-bomba, luego el atentado a un presidente o al papa, más adelante fueron las torres gemelas, las estaciones del metro en Madrid y Londres, y después de eso nada “llena” a la mente teleadicta.
A cambio de ver las noticias, ejerzo mi derecho a la lucidez y recuerdo las bellezas que la mente humana ha creado y que he tenido la oportunidad de estar cerca de ellas: Leningrado, el Palacio de Verano y la Hermitage, París, Xi’an, Singapur, Florencia, San Francisco, la Alhambra, Ushuaia en el Polo sur, Shannon en el norte, y otras que no necesitan de la televisión para ser imaginadas. Esas bellezas seguirán causando asombro al ser humano una y otra vez.
Por su parte, San Compadre, que tiene un corazón muy grande -sobre todo para las damas- sigue creyendo que sin televisión puede disfrutar la belleza de la vida, del amor y de la mujer.