Visión financiera/Georgina Howard
Héroes
La historia está plagada de héroes. Desde los que trascienden fronteras y tiempos hasta los pueblerinos que no pasan de ser anecdóticos. Los hay que rebasan ese calificativo para proyectarse como hombres-dios.
Los hombres-dioses que se han proyectado más allá del tiempo pudieran ser: Aquiles, Julio César, Alejandro Magno, Jesús de Nazaret, Napoleón. Cada uno de ellos imprimió en letras de oro su nombre en el Olimpo.
Convertidos en dioses por sus pueblos y por las generaciones que les siguieron nos dejaron legados que hasta hace poco eran ejemplo a seguir.
De los mencionados, el hombre que quiso ser dios y casi lo logró fue Alejandro de Macedonia. El héroe de Issos, Queronea, Gránico, Tiro, Gaugamela, Hidaspes y vencedor del imperio aqueménida. Todo el mundo de su tiempo fue suyo: de Persépolis a Afganistán, del mar Caspio al Ganges y a Makram.
Nacido 356 años antes que Jesús y muerto a los 33 años, igual edad que la del Nazareno al colgar de la cruz, fue educado por Leónidas y por Aristóteles, y fue un lector ávido de los poemas homéricos, de las obras de Herodoto y de Píndaro.
Considerado como el más grande líder militar de la historia, Alejandro, sobre el lomo de Bucéfalo, invadió el mundo conocido hasta ese momento. En su trayecto hacia el Asia Menor, desvió su aventura militar para visitar Troya y recorrer los lugares donde estuvo su héroe: Aquiles. Cuando llegó a Troya, se dice que corrió desnudo hasta el sepulcro de Aquiles y cuentan que los habitantes de ese lugar le obsequiaron con el escudo y armadura del legendario guerrero, con las que fue incinerado a su muerte.
Como Aquiles, que descubrió ser hijo de Tetis, Alejandro, hijo de Olimpia, una tarasca macedonia, se desvió quinientos kilómetros de su objetivo para consultar el oráculo de Zeus-Amón sobre su origen real. Así, el oráculo le confirmó que no era hijo de Pilipo II de Macedonia sino del propio Zeus y por tanto podría aspirar a ser dios entre los mortales.
A partir de ese momento Alejandro, consolidó su personalidad de líder que convirtió tribus en máquinas de guerra que escalaron montañas de más de cinco mil metros de altura o recorrieron desiertos que ejércitos tecnificados del Imperio Británico no pudieron superar en el siglo XIX.
Pero los héroes también son mortales y el macedonio no estaba exento de este sino fatal. Después de las orgías de Babilonia, fiesta de los vencedores que lograron poner de rodillas –y luego en la tumba—al rey Darío de Persia y al rey Poros de la India, Alejandro fue afectado por las fiebres (al parecer de malaria) y sucumbió a ellas.
Su muerte puso de manifiesto no sólo que los hombres aspiraran a ser dioses, cuanto que los dioses pudieran ser mortales.
Lo sobresaliente en él –como ha sucedido en otros personajes—es que supo morir en su momento. La mejor hora para morir es cuando estamos en lo alto, cuando las miradas de los otros ven hacia arriba y están puestas en nosotros. La muerte es como el amor, debe acabar cuando está en la cúspide para que nos deje ese sabor de añoranza. Así, quienes han muerto en su momento cumbre como Aquiles, Julio César, Alejandro, Jesús de Nazaret o Napoleón trascendieron como héroes de la humanidad.
En México, y esto podría causar polémica, tiene sólo tres grandes héroes: Morelos, Juárez y Lázaro Cárdenas, quienes rebasaron fronteras y tiempo. Al segundo, a quien rindió su reconocimiento Garibaldi, en Italia, y Alejandro Dumas, en Francia, habrá que recordarlo como el consolidador y defensor de la nación mexicana y que le ha merecido la frase de: cadáver, el de Juárez, los demás, pinches muertos.
Hoy, los medios –especialmente los televisivos—nos presentan a gánster, monstruos, súper hombres o súper mujeres como ídolos. También están los mandatarios –no estadistas- que mantienen una efímera fama mediática y buscan denostar a los héroes de la antigüedad como ejemplos para las nuevas generaciones, porque les hacen menos.
Los actuales hombres y mujeres del poder necesitan de héroes pigmeos para poder sentirse gigantes épicos.