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Catean predio en Azcapotzalco, detienen a un hombre y aseguran droga
MÉXICO, DF., 18 de septiembre de 2015.- En las montañas de Luzón, la isla en la que se ubicaron las bases aliadas, los japoneses habían conformado su reducto al mando del general Tomoyuki Yamashita, ocupando poco más del 90 por ciento del archipiélago.
El miedo era permanente. Los ruidos, para quienes no estábamos acostumbrados al fragor del combate, crispaban los nervios”, comenta Fernando Nava, acompañado de Luis Guzmán Reveles.
Las explosiones cotidianas mantuvieron en vilo a los integrantes del Escuadrón, quienes, sin embargo, entre órdenes, cartas a familiares o novias y la suplencia de noches bohemias a través de una guitarra y una que otra botella de vino, supieron paliar el temor a la muerte.
“A escasos 3 días de nuestro arribo -recordaba Manuel Cervantes-, los disparos nocturnos intermitentes, a más de uno nos hicieron recordar las festividades de La Santa Cruz, pero allí, en Luzón, entre la maleza y el enemigo, sabíamos que no eran cohetes, ni las explosiones de fuegos artificiales. Era la guerra. Y ahí estábamos, sin tiempo para quienes en su interior hubieran querido arrepentirse.
Un mes después, nuestros pilotos habían volado 35 misiones de combate con resultados calificados como satisfactorios -la mayoría- y varias veces con excelencia. La tarea de nuestros compañeros mecánicos y armeros fue ininterrumpida; en varias ocasiones los aviones regresaron a la base con impactos de la artillería enemiga.”
“Cuánta tristeza nos da escuchar expresiones o historias absurdas en torno de nuestra participación. “¿Son aviones del escuadrón mexicano? A ésos no les disparen, ellos caen solos” –he oído más de alguna vez, cuando lo cierto es que nuestros pilotos contaron siempre con el reconocimiento de los otros escuadrones por su destreza y valentía. Tampoco fuimos los Rambos mexicanos, pero el escuadrón estaba conformado por hombres pertenecientes a todas las armas del Ejército y se les seleccionó de entre los mejores preparados”, señalaba el sargento Vargas Gómez.
«Nuestro contingente militar contaba con médicos, enfermeros, cocineros, pilotos, mecánicos, radioperadores, personal administrativo, transporte, ingeniería, inteligencia y 3 escuadrillas, exactamente igual que los elementos de los aliados, pero también se incorporaron civiles -obreros en su mayoría-, que laboraban en las fábricas de materiales de guerra. Así se habilitó con grado militar a armeros y fundidores», recordaba el capitán Joaquín Ramírez Vilchis, quien voló sobre las montañas Filipinas y la isla de Formosa, ametrallando posiciones enemigas o dejando caer sus poderosas bombas durante muchas misiones, al mando de los controles de su P-47.
“Empero -decía-, las naves que utilizamos inicialmente presentaban graves deficiencias. Eran aviones ya usados y muy peligrosos, como el 528 en que volé y me obligó a aterrizar de emergencia en una isla distante de nuestra base. Ese mismo avión deficiente -a pesar de mis recomendaciones para que fuera reparado a conciencia o retirado de la escuadrilla-, provocó la muerte de José Espinosa Fuentes, a quien prácticamente se obligó a volarlo. Por falta de potencia en el motor se desplomó sobre una estación de ferrocarril».
Mexicanos en acción
Para muchos de los integrantes, los combates contra el enemigo eran algo desconocido. Empero, en tierra, una patrulla al mando del teniente Abundis Cano, enfrentó a un grupo de japoneses, a los que luego de la refriega y herirlos, hizo prisioneros.
Los pilotos, una vez concluido un nuevo período de entrenamiento en Clark Field, con aviones usados iniciaron sus operativos de vuelo, acompañando primero a las formaciones estadunidenses.
En esas acciones resultó muerto el subteniente Fausto Vega Santander. En junio, en tan sólo 27 días, los mexicanos habían completado 35 misiones de bombardeo y ametrallamiento en la zona oriental de Manila y el río Cagayán. Y su experiencia de vuelo aumentó conforme surcaban el aire, pero tuvo que lamentarse la muerte de Espinosa Fuentes. Así también, se lamentó el grave accidente -que le causó graves quemaduras-, del piloto Núñez Gallardo, cuyo avión se desplomó segundos después de despegar de la pista.
El 16 de julio, el piloto Héctor Espinosa Galván, murió durante un amarizaje forzoso en las proximidades de la isla de Biak. El día 19, Pablo Rivas Martínez pereció mientras volaba en medio de una feroz tormenta que lo atrapó entre las islas de Biak y Morotai.
Igual suerte corrió el subteniente Mario López Portillo, mientras regresaba a la base, luego de cumplir una misión de bombardeo.
Los operativos mexicanos se extendieron también a la isla de Taiwán, contra centros de operación de tropas enemigas.
Luego de la rendición de Japón, las hostilidades se suspendieron oficialmente al mediodía del 3 de septiembre de 1945.
Cincuenta días más tarde, los mexicanos, a bordo del Sea Marlin iniciaron su viaje de regreso al puerto de San Pedro, en California, donde fueron recibidos jubilosamente el 13 de noviembre por más de 30 mil personas. Luego, por ferrocarril arribaron a territorio mexicano y en las principales estaciones en su trayecto hacia la ciudad de México fueron ovacionados hasta el delirio.
El 18 de noviembre de ese año, medio millón de hombres, mujeres y niños, tan sólo en la capital del país, fueron testigos de su apoteótica bienvenida desde la estación de Buenavista hasta el Zócalo.