El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
La evolución del libro, desde el inicio de la civilización hasta el surgimiento de la escritura, fue narrada por el especialista Roberto Sánchez Valencia en una ilustrativa conferencia sobre las diversas formas de expresión en paredes, piedras, tabillas de arcilla y papiros.
Advirtió que sería reduccionista querer tener una historia lineal del libro, sobre todo en la antigüedad, pues ese objeto presenta una gran cantidad de significados que cambian en cada época y con cada cultura. Sánchez Valencia, quien es doctor en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), indicó que el libro primitivo se fue gestando alrededor de la cuenca mediterránea, en un principio mediante las pinturas rupestres que han sido encontradas en las cuevas y que ya expresan alguna idea, aunque de diversa interpretación porque no todos desciframos las imágenes de manera semejante.
Al dictar la última conferencia del ciclo ‘Historia del libro en México en el 475 aniversario de la primera imprenta en América’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso, Sánchez Valencia sostuvo que los petroglifos representaron un progreso entre el arte prehistórico y el de los albores de la civilización, porque en ellos las imágenes ya no son pintadas, sino talladas en relieve y después entintadas, es decir, fueron creadas para perdurar.
Para el también especialista en antigüedad clásica y estudio de las religiones por la Sorbona de Paris y la Universidad de San Petersburgo, los petroglifos son los tatarabuelos de los libros actuales. Pero aclaró que no existe una regla que defina lo que es libro para toda la humanidad.
Los grabados sobre roca de la época neolítica hallados en Rök, Escandinavia, son cantos épicos escritos en Futhark, una especie de alfabeto; los celtas utilizaron el alfabeto Ogham para plasmar sus mensajes también en piedras o megalitos, que son considerados como libros antiquísimos.
Sánchez Valencia explicó que cada pueblo utilizaba como soporte de sus mensajes el material del que disponía en su entorno geográfico, como fue el caso de la escritura cuneiforme en tablillas de arcilla en Mesopotamia.
El también catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM mostró la imagen digitalizada de un edificio de Egipto, en cuyos muros aparece pintado un texto que es antecesor del conocido Libro de los Muertos, y que tenía el mismo objetivo de un tomo actual: contar una historia.
La escritura egipcia evolucionó del jeroglífico al demótico (tipo de escritura cursiva ligada que se usó a partir del siglo VI aC para documentos privados) y el soporte pasó de la piedra al papiro, que era más fácil de transportar y ordenar, ya que si la historia relatada era muy larga, en el papiro había la posibilidad de darle continuidad y una mejor interpretación.
Un antecedente del alfabeto griego se encuentra en el Disco de Phaistos, un protolibro que data del año 2000 aC, escrito en espiral por ambos lados y que fue descifrado en 1988 por el lingüista estadounidense Robert Fisher, quien afirmó que se trataba de un silabario. Esta pieza en arcilla, de 15 centímetros de diámetro, fue hallada en Creta por el arqueólogo inglés Arthur Evans en 1908.
En el año 1700 aC, los dibujos comenzaron a transformarse en líneas rectas, lo que se conoce como escritura lineal, según muestran tablillas de arcilla encontradas en Creta y otros lugares de la región, y que se volvió más cotidiana y fue empleada en amuletos y utensilios de cerámica.
Hacia el año 800 aC, los griegos introdujeron las grafías en su cerámica, las combinaron con los dibujos y dieron lugar al alfabeto que se utilizó tal como lo conocemos en la escritura ‘Bustrófedon’, pero ésta se hacía de otra manera: una línea de izquierda a derecha y la siguiente de derecha a izquierda, a semejanza de los surcos que se hacen al arar la tierra.
Y cuando en el siglo VII los griegos emigraron a Italia, Anatolia y Egipto por la pobreza de sus tierras en los Balcanes, adoptaron el papiro para escribir. Los documentos que datan de entonces, ya están numerados mediante letras que tienen un valor numérico. Pero, todavía entonces, no había separación entre palabras, ni signos de puntuación, ni minúsculas y mayúsculas.
El máximo nivel evolutivo de la escritura griega fue el ‘koiné’, cuyo objetivo era hacerla común a todos los pueblos del Mediterráneo, como una forma de protoesperanto, explicó Sánchez Valencia.
Alejandro Magno quería un griego universal y ello tuvo repercusiones hasta la actualidad -advirtió el especialista-, pues impuso el ‘koiné’ para todo lo que se escribiera o tradujera y fue cuando se incorporaron los artículos para darle mayor cohesión al texto. Y al traducir los poemas griegos a otros idiomas, los sabios alejandrinos crearon además los signos de puntuación, a fin de que no perdieran el ritmo.
Los romanos se beneficiaron de la cultura griega, pues se apropiaron del alfabeto y lo amoldaron a sus necesidades fonéticas para dar origen al abecedario, que no es muy distinto del alfabeto, comentó Sánchez Valencia, miembro del sistema Nacional de Investigadores.
El romano era un pueblo ecléctico y tuvo necesidad de textos bilingües o trilingües, los cuales fueron de mucha utilidad para descubrir lenguas hoy perdidas, además de que permitieron hacer los primeros diccionarios en etrusco y latín.
En ese afán, el monje Orígenes hizo una Biblia poliglota en seis lenguas antiguas en igual número de columnas, con una serie de explicaciones que corresponderían a lo que ahora se conoce como ‘nota al pie de página’, finalizó Sánchez Valencia, quien es autor de los libros ‘De la heterodoxia a la ortodoxia’, ‘Estudios paleocristianos’ y ‘Evangelios gnósticos’.