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Este no es un domingo cualquiera en el mercado de la colonia Portales, en el centro sur de la capital del país. Aun cuando la cantidad de gente que abarrota el lugar es similar a la de cada fin de semana, para comprar los víveres necesarios, ahora hay un ambiente diferente, festivo y a la vez terrorífico porque las inmediaciones del lugar han sido ocupadas por infinidad de comerciantes que ofrecen todo lo necesario para su fiesta del 2 de noviembre.
No sabríamos si llamar a este festejo Día de Muertos o Halloween, probablemente ni vendedores o compradores lo podrían definir tampoco. No importa, hay un sincretismo similar al que de muchas festividades tradicionales de la cultura mexicana. Por ello en unos puestos se ven los tradicionales elementos para la ofrenda: flores de cempasúchil, calaveras de azúcar y papel picado.
Mientras que en el contiguo hay disfraces de monstruos y superhéroes, maquillaje, narices uñas y garras postizas, así como pupulientes de colores extravagantes, telarañas, brujas, cuerpos mutilados de plástico.
Entre los puestos hay que marchar despacio, la vista debe ser detallada pues hay todo lo necesario para decorar una casa o bien a una persona. Abundan los disfraces colgados que se extienden por las paredes del mercado o las estructuras metálicas que, de paso, también son utilizadas para ambientar un poco más al comprador.
Los más arriesgados oscurecen su puesto con grandes mantas negras, para impedir el paso de la luz solar, otros tienen música ambiental similar a una película de terror, mientras que los más tradicionales encienden copal, esencia que inmediatamente evoca un ambiente fúnebre, pero no necesariamente triste.
Pero los aromas más atractivos, sin embargo, son los de la harina y el azúcar de los panes de muerto, de todos tamaños o bien los del chocolate con el que se forman los cráneos de dulce y claro, el de las tradicionales flores de pétalos amarillos que sirven como oloroso elemento, para una tradicional ofrenda a los seres queridos que se adelantaron en el camino.